El yate Granma llegó con retraso a las costas cubanas respecto a la fecha prevista.
Foto tomada del periódico Granma
Por Marta Gómez Ferral
El 2 de diciembre de 1956, con la llegada del yate Granma a costas cubanas, convergieron varios nacimientos determinantes en el destino de la Patria, dando inicio a la última carga armada liberadora y forjarse el embrión del Ejército Rebelde, devenido tras el triunfo y desde 1961, en las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Lo enunciado sucintamente en el párrafo anterior llevó su tiempo. Tuvo que desarrollarse uno de los procesos más heroicos de las luchas nacionales, pues los 82 integrantes de la expedición comandada por el joven abogado y revolucionario Fidel Castro Ruz (1926-2016), aunque venían con la decisión de ganar la libertad de Cuba a cualquier precio, debieron enfrentar a un enemigo cruento que los esperaba, armado hasta los dientes.
Hoy, es motivo de orgullo para los connacionales que sus Fuerzas Armadas Revolucionarias, garantes de la soberanía y la dignidad del país, hayan nacido con una raíz tan popular, del seno de lo más humilde del pueblo, bajo los principios del patriotismo, la honestidad y la lucha corajuda por el suelo. Surgieron con el estandarte de la unidad y el honor, valores sagrados.
Todo ello sin descontar las acciones gloriosas por ellos protagonizadas bajo el mando de Fidel y Raúl Castro Ruz, sus primeros y eternos forjadores y conductores.
El yate Granma había llegado con retraso respecto a la fecha prevista. Los navegantes inexpertos sufrieron una travesía de alto riesgo, acosados por vientos y marejadas de la temporada invernal, por lo que la nave apenas pudo llegar dando resoplidos agónicos hasta el punto donde finalmente encalló, a unos dos kilómetros de la playa Las Coloradas en el litoral sudeste de la Sierra Maestra.
Con amor, fe inquebrantable en la victoria e innumerables sacrificios se habían preparado los jóvenes de aquella tropa aguerrida también formada por combatientes solidarios de otras naciones, entre ellos el argentino Ernesto Guevara (1928-1967).
Iniciaron el viaje con el sigilo de la clandestinidad desde el embarcadero del río Tuxpan, estado de Veracruz, México, aquellos hombres que allí sufrieron antes el acoso de perseguidores como sicarios enviados por el dictador cubano Fulgencio Batista, el FBI estadounidense, la vigilancia de las autoridades del país sede y hasta pasaron días en prisión.
La llegada a la inhóspita playa cubana fue una de las pruebas más duras de las ya mencionadas previas al desembarco.
Para colmo, la llamada tierra firme no era más que un manglar o pantano que los protegía de ser divisados desde el aire, pero que obstaculizaba su avance con el entramado poderoso de sus raíces hundidas en el fango y la viscosa maleza.
Como segundo al mando de la expedición estaba el destacado periodista y comunista habanero Juan Manuel Márquez, y en las filas ya estaban hombres que se harían legendarios como Camilo Cienfuegos, Juan Almeida y Raúl Castro, quienes llegaron a alcanzar el grado de Comandante en la trascendente campaña.
En el trayecto, por la punta de mangle, muchos fueron abandonando el pesado equipo de guerra hasta quedar con lo mínimo indispensable para combatir, pues era un lastre muy pesado a su avance.
Así, en la noche del 4 de diciembre lograron acercarse a las guardarrayas del central Niquero, cuyo cañaveral les sirvió de alimento pero el rastro del bagazo dejó señales inequívocas de su presencia a los casquitos de la tiranía que estaban persiguiéndolos.
También, el campesino que les había guiado dio parte al Ejército de su presencia, apenas se separó de ellos y fue él mismo quien llevó a los efectivos al sitio preciso donde descansaban los exhaustos expedicionarios.
En el amanecer del 5 de diciembre allí estaban los 82 hombres, más o menos a la orilla de la plantación en el punto nombrado Alegría de Pío, para retomar la marcha por la noche.
Los primeros disparos del Ejército ocurrieron al mediodía y se convirtieron con rapidez en denso tiroteo. Sorprendidos, tuvieron que dispersarse, aunque más adelante algunos hicieron intentos de reagruparse bajo un fuego cerrado que no se lo permitió en un terreno al descubierto.
Tropas del régimen estaban dedicadas a rastrearlos desde el mismo momento del desembarco. Una vez localizados con exactitud, cerraron el cerco a su alrededor y los tomaron por sorpresa, cuando los jóvenes intentaban darse un respiro y recuperar fuerzas para seguir.
El ataque intenso del Ejército fue acompañado de voces conminatorias para que se rindieran los sitiados, pero aun en medio de tamaña confusión nadie lo hizo; al contrario, hoy se recuerda el grito firme del entonces capitán Juan Almeida Bosque cuando respondió: “¡Aquí no se rinde nadie(…)!”.
Fidel trató de reagrupar a los expedicionarios en un cañaveral cercano, al que sólo había que llegar cruzando una guardarraya, pero no pudo lograrlo y cada cual se retiró como pudo, solo o formando pequeños grupos.
Muchos historiadores reconocen como caídos en este enfrentamiento a los combatientes Humberto Raimundo Lamothe Coronado, Carlos Israel Cabrera Rodríguez y Oscar Rodríguez Delgado; otros estudios argumentan que los dos últimos fueron asesinados más tarde, y luego trasladados allí para presentarlos como muertos en combate.
Los días que sucedieron a esta acción armada se tornaron sumamente trágicos para los derrotados, pues la dictadura asesinó a una parte de sus prisioneros, haciendo elevar el número de muertos hasta 21.
Se vivieron jornadas intensas y duras, mientras, los sicarios de Fulgencio Batista se empeñaban en acabar con los miembros de la expedición y su líder.
De modo que el encuentro, ocurrido el 18 de diciembre en Cinco Palmas, marcó un hito y el prospecto de un viraje favorable al destino de la contienda, que se reiniciaría históricamente partiendo esa vez de ocho combatientes y siete fusiles, aglutinados junto a Fidel, llenos de fe invencible en la victoria. (Tomado de la ACN)