
Un regalo especial de texto es su retrato costumbrista sobre décadas, como la de los 60-70.
Foto: Misiones diplomáticas de Cuba
Por: Antonio Paneque Brizuela*
La Habana, 16 feb (RHC) Fresca en mi memoria la lectura del cuento de Francisco López Sacha “Otro ladrillo en el muro”, recibo hoy aquí la noticia de su muerte, tras una vida de aportes a la epopeya cultural de la Revolución cubana.
Sorprende encontrar en Costa Rica, entre libros viejos, la “Antología de la más reciente cuentística del Caribe Hispano”, prologada por Marilyn Bobes, que integra a autores como Abel Prieto (Love Story), a quienes imagino ahora luctuosos tras la partida del colega, y amigo de muchos.
El libro “Los nueve caníbales” que integra el relato, aunque algo distante (año 2000, República Dominicana, tras un proceso editorial iniciado en Cuba), comprende a otros dolientes literarios del autor como Leonardo Padura, Adelaida Fernández de Juan, Ana Lidia Vega y Alberto Guerra.
Un regalo especial de texto es su retrato costumbrista sobre décadas como la de los ‘60-70′, con momentos fundacionales como los institutos tecnológicos cubanos y sus vivaces becarios, entre ellos el propio protagonista del texto y su novia, envueltos en la trama.
“Nosotros los becados. Diversos tonos de marrón y verde en la explanada de cemento y algún que otro instructor mirando fijo. Carmen al frente de la escuadra, la falda carmelita almidonada, las medias blancas ciñéndoles las piernas, pelo castaño y flechudo y cara de mujer que sabe mucho”, refiere una parte del texto.
Sacha, además, parece desafiar remilgos y atavismos al describir las prohibitivas y algo esotéricas “posadas” en aquella época de atrevido acento juvenil dentro de escuelas y grupos sociales, cuando hasta la mención de aquellos lugares de desahogo juvenil devenía erótica, soez y casi esotérica.
“El carpetero suda la gota gorda después de secarse la calva reluciente con un pañuelo a cuadros, me devuelve la llave y me dice habitación 310, subo la escalera porque el elevador está roto. La chapa de cobre de la llave está gastada por el uso y no se le ven los números”.
La exigente moral de la época, reflejada en la timidez de la muchacha, complementa el costumbrismo del relato, que la prologuista Bobes sitúa dentro de un contexto literario, donde “como la poesía, la narrativa breve se encuentra hoy día en franca desventaja editorial”.
“No me gusta este cuarto, Alfredo. A mí tampoco. Hoy es 28 de junio de 1968 a las seis y cinco de la tarde. El pase termina mañana, a las seis. Este es el único rincón del mundo donde podemos estar solos. Carmen suspira y suelta la cartera en una silla y me abraza. Suavemente, cierro la puerta”.
* Corresponsal jefe en Costa Rica
(Tomado de Prensa Latina)