Por: Ángel Guerra Cabrera
Dentro de un mes y días Fidel Alejandro Castro Ruz (Birán, Holguín, Cuba, 13/8/ 1926) cumplirá 90 años.
Imposible en este espacio ni siquiera enumerar la diversidad de disciplinas e importantes epopeyas revolucionarias en que ha descollado. Por eso, aunque lejos de agotar el tema, me centraré en su pensamiento latinoamericanista, su irreductible solidaridad con la liberación de América Latina y el Caribe y con el logro de su unidad e integración.
A los 21 años, Fidel, miembro del Comité Universitario pro Liberación de Santo Domingo, tomó parte en la frustrada expedición antitrujillista de Cayo Confites (1947). Un año después, en el bogotazo, se puso, arma en mano, al lado de los seguidores de Jorge Eliécer Gaitán. Estaba a la sazón en la capital colombiana entregado a la organización de un congreso estudiantil continental, que se pronunciaría por la independencia de Puerto Rico, la devolución a Panamá por Estados Unidos de la zona del canal, la reintegración de Las Malvinas a Argentina y contra las dictaduras militares al sur del río Bravo, especialmente contra la de Trujillo en República Dominicana. El joven cubano había ganado el liderazgo del comité organizador de la reunión estudiantil, contrapuesta a la IX Conferencia Panamericana, que crearía la nefasta OEA y adoptaría instrumentos de subordinación al vecino del norte para lo que contaría, entre otras, con la complicidad incondicional de los representantes de los gobiernos dictatoriales que había impuesto en la región.
Hecho simbólico, la OEA, bajo enormes presiones y otras mañas de Washington, expulsó de su seno a la Cuba revolucionaria (Punta del Este, Uruguay, 1962) y, al paso de unas décadas, el clamor unánime de los gobiernos latino-caribeños (San Pedro Sula, Honduras, 2009), hizo revertir esa medida.
La Habana ha reiterado que no regresará a la OEA –sería un despropósito–, pero ello no niega la gran carga política de reconocimiento a la dignidad de Cuba, encabezada por Fidel, entrañada en aquella decisión.
Fue precisamente la exclusión de la isla del organismo la que dio pie a que el entonces primer ministro sometiera la Segunda Declaración de La Habana (1962) a la aprobación –clamorosa– de la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba. Un documento esencial en la historia de nuestros pueblos, que da continuidad a la Carta de Jamaica (1815), de Simón Bolívar y al ensayo Nuestra América (1891), de José Martí.
Allí se postula: "Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de 200 millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino, y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero".
Discípulo dedicado y consecuente de Bolívar y Martí, ese concepto de fraternidad y unión nuestroamericana ha formado parte del núcleo principal del pensamiento político de Fidel desde aquellos tempranos días de Cayo Confites y el bogotazo.
La revolución cubana, cuya honda repercusión planetaria es indiscutible, desencadenó un ciclo de luchas populares, revolucionarias y por la unidad e integración de América Latina y el Caribe que no ha concluido, ni concluirá en el futuro previsible. "Cuando hablamos de humanidad pensamos, en primer término, en nuestros hermanos latinoamericanos y caribeños, a los que no olvidamos nunca, y después, el resto de esa humanidad que habita nuestro planeta", ha dicho el comandante. Inspirada por él, Cuba ha sido siempre solidaria con las luchas de todos los pueblos de la Tierra y, en particular, con las de nuestra región.
En ella apoyó las luchas de masas y, cuando fue menester, dio, a quienes escogieron la vía armada, toda su solidaridad y la sangre de algunos de sus mejores hijos. Extendió su mano amiga a los militares patriotas, desde Turcios Lima en Guatemala, pasando por Caamaño en la resistencia dominicana contra la invasión yanqui, al gobierno nacionalista de Velasco Alvarado en Perú y a la lucha de los panameños, con Omar Torrijos al frente, por la devolución del canal.
Desafiando al descomunal plan de Washington para derrocarlo, Fidel y toda Cuba brindaron un respaldo extraordinario al gobierno de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende, amigo entrañable, en el primer experimento de liberación nacional y socialista por vía política en nuestra América.
De aquella experiencia concluiría: ni pueblo sin armas, ni armas sin pueblo.
(Tomado de Cubasi)