Archivos Parlanchines: «Goyo» Ríos: el hombre orquesta pinareño

Édité par Bárbara Gómez
2018-04-06 22:14:11

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Goyo Ríos fue, durante años, una de las grandes atracciones del viejo Pinar del Río.Foto:Cortesía del Guerrillero.

Por: Orlando Carrió.Cubasi.

Padre de Juana la Cubana, la cartomántica de la Catedral habanera, y de Aldo del Río, famoso tresero, Goyo pertenece a la fauna de «guitarreros» criollos con repertorios inacabables, cuentos picantes a flor de labios y sed de fiestas.

El trovador Gregorio Colino Ríos (Goyo), contemporáneo del «profesor Collado», el popular Hombre Orquesta habanero, es, sin dudas, una huella inolvidable y sabrosa de nuestra juventud: para beneplácito de los inquilinos de los bares y cantinas de un Pinar del Río empedrado y ceniciento, logra tocar siete instrumentos a la vez, los que, salvo la guitarra, son fabricados por él mismo.

Con un cuerpo que se hace música en cada movimiento, «Goyo» Ríos, negro como el betún, bajito, delgaducho y muy jaranero, nace en 1904 en el barrio insalubre de El Rancho, el cual le niega la escuela y, a la vez, le regala la guapería y el espíritu «ambulantero» que necesita para trascender.

En cuanto crece y consolida una familia, se echa una «orquesta» sobre los hombros y se pone a tocar sones, guarachas, boleros y tonadas en la vieja Plaza del Mercado, en la terminal de ómnibus o en las vías más concurridas de la capital provincial, donde lo rodean decenas de chiquillos.

«Yo era un fiñe y mi padre tenía un bar-restaurante en aquella ciudad —revela Pedro J. Gutiérrez en una entrevista que le hacen en una revista Habanera de 1999—. No recuerdo en absoluto su música, pero me gustaba ver cómo se las ingeniaba para —al mismo tiempo— tocar aquel artilugio, cantar un poquito, echar en su garganta un trago de aguardiente pelón, sonreír siempre, mirar, quitarse el sombrero de guano y ponerlo en el piso para recoger las monedas que le daban. Y hallaba un segundo para pedir entonces: “Ayude al artista cubano… ayude al artista cubano”.

«Un buen día dejé de verlo. No fue más. Me enteré de que, por alguna razón, no sé cuál, él y mi padre se fajaron. Mi padre lo ofendió al mandarle que se fuera de allí con “esa filarmónica llena de mocos”. Fue un escándalo».

Para Nila Yachit y Josefina Tachín, colaboradoras del Guerrillero, el artilugio referido por Gutiérrez es bien complejo. Las maracas se las amarra en la misma mano con la cual toca la guitarra, a la filarmónica le saca ritmo su nariz, y del pito, imitación de una flauta, se ocupa la boca.

El resto de la sonoridad la pone uno de sus pies: utilizando una suerte de muelle o resorte y unas «ganchetas» golpea el tambor, la clave (era una latica) y el güiro. A veces, incluso, se pone también unos cascabeles en las muñecas. Su espectáculo es pintoresco, inusual y atrevido. Aun así, no le faltan detractores. En la edición del periódico pinareño Conquista del 4 de mayo de 1940 aparece una denuncia titulada «Música esclava»:

«Por esas calles de Dios, anda un «hombre-orquesta» con dos niños de edad escolar, que donde quiera levanta el ritmo y le empuja un danzón al más pinto de la paloma. A su alrededor se juntan siempre los peatones curiosos, que, en la mayoría de los casos, aplauden la inspiración de los menores, que tanto bien le hacen al padre en eso de buscarse suavemente el pan de cada día.

«A nadie se le ha ocurrido pensar —inclusive a la Policía, que no desconoce esto— que estos deberían concurrir a la escuela para aprender y hacer hábito de las buenas costumbres, desechando esa condición de “buscadores de propinas” a que el padre los tiene sometidos.

«La República necesita ciudadanos libres, conceptuosos y adictos al trabajo, no a mendigos, que por unos centavos ganados ridículamente regalen una música mediocre, pues el servilismo, en todas sus manifestaciones, solo sirve para fabricar esclavos.

«Y ya que ese buen señor no comprende el daño que hace a sus propios hijos, que sea el señor Juez Correccional el que le ilumine la senda que conduce a la cultura».

Perteneciente a esa fauna de «guitarreros» criollos con repertorios inacabables, cuentos picantes a flor de labios y sed de fiestas, «Goyo» Ríos, fallecido en 1995, labora durante cincuenta años en la construcción, no renuncia nunca a su pasión por la pelota y, como me indicó Clara María Ortega Simón, autora del Diccionario de figuras pinareñas, le entrega a su provincia una nutrida familia de artistas, entre quienes se destacan sus hijos Juana la Cubana, la cartomántica de la Catedral habanera, y Aldo del Río, discípulo del Niño Rivera, al lado de quien madura como tresero, además de cantante y compositor.

«A los seis años comencé a tocar con mi padre y lo ayudaba a pasar el “cepillo” —me confiesa Aldo, cuando lo entrevisté en 2007 en Viñales—. Sacábamos para vivir, era algo. El viejo tenía canciones propias como Saca la cabeza, jicotea y Salomé.

No componía con tanta frecuencia, bueno, tampoco era un bebedor potente, como yo. El viejo no pudo grabar y jamás fue ni a La Habana, aunque Bohemia publicó en su portada una imagen suya. Yo quisiera montar ahora algunas de sus canciones. Gustaban y si la gente las escucha de nuevo, van a gustar más…».

 



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