Símbolo taíno, vencedor de las espadas y el tiempo

Édité par Julio Pérez
2020-05-09 14:36:57

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Por Guadalupe Yaujar Díaz

La Habana, 9 may (RHC) Entre sus amplias y diversas colecciones, el Museo Nacional del Indio Americano, de Nueva York, expone una escultura taina extraída de una cueva de Cuba a principios del siglo XX.

Se trata de una reliquia aborigen encontrada en 1915 en el interior de la caverna La Patana, en Maisí, tallada en una estalagmita de altura superior a un metro, junto a otros seis grabados que forman figura de animales.

El autor del hallazgo fue el arqueólogo estadounidense Mark Raymond Harrington (1882-1971), quien, con una sierra, cercenó en varias partes la formación calcárea y la trasladó a la afamada institución cultural neoyorquina, donde se expone todavía.

Harrington visitó Cuba en varias ocasiones de 1910 a 1920 y fue autorizado por los Gobiernos de turno a extraer importantes piezas para someterlas a análisis en Estados Unidos.

Estudioso del Caribe precolombino y conocedor de la riqueza arqueológica sepultada en los suelos antillanos, Harrington localizó en el extremo nororiental cubano varias cuevas funerarias, donde desenterró gran parte de las casi cinco mil piezas que inventarió, las cuales embaló en 36 cajas embarcadas en varias goletas y que terminaron en los almacenes del mencionado museo norteamericano.

Cuanto llevó Harrington para su país, además de enriquecerlo personalmente, le dio prestigio como investigador y dejó a Cuba casi esquilmada de su riqueza arqueológica más importante hallada entonces, valoró el destacado escritor, investigador y promotor cultural Oscar Montoto, en declaraciones al periódico Venceremos, de la provincia de
Guantánamo.

La más distinguida talla en madera del cemí taíno

Esa deidad taína también fue esculpida en madera. Tal es el caso del llamado Cemi de Gran Tierra, la más importante escultura aborigen antillana con representación humana estilizada.

La figura en cuestión mide 92 centímetros de alto, de forma alargada y semicilíndrica, semejante a un tabaco, tallada en la durísima fibra del guayacán negro, árbol oriundo del extremo sureste de Cuba.

Bellas conchas marinas utilizaron aquellos primitivos pobladores para conformar los ojos, nariz, boca y otros rasgos humanoides del que era uno de sus dioses.

A principios del pasado siglo, en la Meseta de Gran Tierra, elevada terraza marina de Maisí, dos campesinos descubrieron accidentalmente la importante escultura, la más antigua conservada en territorio cubano, la cual se exhibe actualmente en el Museo Antropológico Doctor Luis Montané Dardé, de la Universidad de La Habana.

Sobre el significado de tal símbolo para los taínos, el historiador de Baracoa, Alejandro Hartman, ha señalado que constituye la representación de una deidad, de la adoración de nuestros antecesores, quienes lo utilizaban con fines ceremoniales, como el rito de La Caoba, y ornamentales, como amuleto corporal.

Al Cemí de Gran Tierra se le conoce también como Ídolo del Tabaco, presumiblemente por la semejanza de la figura con un gigantesco tabaco.

Asombra que una obra de tanta perfección haya salido de las manos de hombres semidesnudos que habitaron la entrada más oriental del archipiélago cubano hace cinco siglos.

Conocido como agroalfarero tardío o taíno, ese grupo había alcanzado el mayor desarrollo cultural de la región del Caribe insular, al momento de la llegada de los conquistadores españoles.

Considerado una de las reliquias más antiguas de Cuba y de las más valiosas del ámbito antillano, el Cemí de Gran Tierra caracteriza la línea estética del expresionismo indocubano, portador de un mensaje emocional dramático, con admirable perfección y acabado formal.

Y aunque hace cinco siglos los conquistadores españoles interrumpieron violentamente el desarrollo natural de aquella cultura antillana, no pudieron las espadas ni el tiempo borrar la espiritualidad de aquel símbolo, citado por el Héroe Nacional cubano, José Martí, en su ensayo Nuestra América, cuando sentenció:

“¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí (sic), por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!”



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