Por: Aída Quintero Dip
La Habana, 12 jun (RHC) A 175 años del nacimiento de Antonio Maceo, Cuba evoca al héroe de carne y hueso, al impetuoso patriota con ribetes de leyenda que ha de redescubrirse en la plenitud de su extraordinaria dimensión humana y alcance de su intransigencia revolucionaria, uno de sus más notables legados.
En Santiago de Cuba nació el 14 de junio de 1845, en la otrora calle Providencia No. 16, hoy calle Los Maceo No. 207, el hijo de Marcos Maceo y Mariana Grajales, la estoica mambisa que educó descendientes virtuosos, y logró la supervivencia de 11 vástagos en el ejercicio de las mejores cualidades humanas.
Sobre la base de severidad y disciplina, ternura y bondad, en el seno del humilde hogar forjó a la prole heroica, y alentó en la pelea a una familia de valientes que derrochó coraje durante el siglo XIX en la lucha por la independencia de la nación.
Respetado como un artífice en el empleo de la táctica militar, combatiente de notoriedad y jefe de gran prestigio, Antonio llegó a ser Mayor General del Ejército Libertador y como trofeo de guerra su cuerpo quedó marcado por 26 cicatrices, tras intervenir en más de 600 acciones bélicas en la campaña emancipadora.
Un verdadero lince con el machete en la mano, fue también un genio político que encumbró su celebridad en febrero de 1878 al ofrecer categórica respuesta a quienes gestaban el Pacto del Zanjón, cuando libró los victoriosos combates de Llanada de Juan Mulato y San Ulpiano.
En entrevista con el general español Arsenio Martínez Campos, el 15 de marzo de ese propio año, protagonizó la viril Protesta de Baraguá, “lo más glorioso de la historia de Cuba”, como la distinguió José Martí, hecho que colocó en lo más alto la dignidad y decoro nacionales, porque Antonio Maceo, al frente de sus tropas, supo erguirse y adoptar una posición que salvó moralmente la Revolución.
Por causa de la altruista postura del hombre que tenía tanta fuerza en la mente como en el brazo y a ese suceso oportuno y firme, se consolidó el pensamiento revolucionario cubano y ratificó la decisión y el compromiso de retornar al campo de batalla para conquistar la libertad con el filo del machete.
Muchos estudiosos de su vida y obra coinciden en destacar entre sus virtudes más sobresalientes el aspecto guerrero; lo avala la hoja de servicio impresionante, con ejemplos de su gran arresto en acciones tan asombrosas como el rescate de su hermano José de las trincheras españolas, en el cafetal La Indiana, en 1871.
Lo acredita la Campaña de la Invasión a Occidente, en la Guerra de Independencia de 1895, gesta en la que dirigió 119 combates, en poco más de año y medio, cuando fue el brazo derecho de su reconocido maestro, Máximo Gómez.
Pero su profunda visión y faena política resultó, asimismo, brillante, desde muy temprano en el panorama nacional le hizo concebir la creación de un partido para organizar la nueva guerra, proeza que le permitió unir hombres y proyectarlos hacia el sagrado objetivo de la lucha por la independencia de Cuba, a la vez que captar utilísimo respaldo de políticos y estadistas latinoamericanos a favor de la causa.
Muy sensible también fue el Titán de Bronce que inscribió el deceso de la madre, igual que el del padre y el Pacto del Zanjón como los tres sucesos en que “en mi agitada vida de revolucionario cubano, he sufrido las más fuertes y tempestuosas emociones de dolor…”
Para el patriota Mariano Corona: “Fue Maceo, indudablemente, un hombre extraordinario. Su compleja personalidad ha pasado inadvertida para todos aquellos que, deslumbrados única y exclusivamente por su genio guerrero, no pudieron observarlo desde otros puntos de vista… Hombre de superior inteligencia, de un poder de asimilación inconcebible, de cultura varia…”.
El historiador y periodista, Joel Mourlot Mercaderes, confesó que se siente conmovido por tan fecunda labor en el campo militar y político, mas ningún aspecto en su vida le deslumbra más que el imperio que en él tuvieron las virtudes humanas.
La voluntad y la perseverancia, apuntó, que le ayudaron a vencer defectos propios; el decoro, que en pocos hombres como él se ha traducido en respeto a sí mismo, a los que se relacionaban con él, al ideal que profesaba, a la Revolución con sus instituciones y leyes; e incluso, al enemigo, todo lo cual le valió para ser considerado ciudadano ejemplar.
“Sobrecoge su raigal generosidad que lo mostró magnánimo hasta en medio de la crueldad de la guerra; bondad plena, porque fue, esposo amante y comprensivo, hermano extraordinario, amigo leal, buen hijo, patriota sin par, humanista”, dijo.
El siete de diciembre de 1896 el plomo colonialista segaba la vida de un cubano de tal grandeza, a los 51 años, en un combate en Punta Brava, San Pedro, cerca de la ciudad de La Habana, y el Mayor General Máximo Gómez resumía lo que representó su muerte: “La Patria lloró la pérdida de uno de sus más esforzados defensores; Cuba al más glorioso de sus hijos y el Ejército al primero de sus generales”. (Fuente: ACN)