Por Guillermo Alvarado
La sorpresiva renuncia del primer ministro del Líbano, Saad Hariri, hecha durante una visita no anunciada a Arabia Saudia, levantó una gran cantidad de versiones sobre las causas y efectos de una decisión que genera inestabilidad y riesgos no sólo en ese país, sino en toda la región donde se concentran una gran cantidad de intereses religiosos, políticos, económicos y geoestratégicos.
No resulta fácil orientarse sobre lo que ocurre en una zona tan volátil, pero a primera vista llama poderosamente la atención el lugar y las excusas que dio el ya ex jefe de gobierno durante una comparecencia ante la televisión saudita, a donde viajó sin previo aviso.
Según Hariri, era casi imposible para su gobierno ejercer sus funciones, pero esto más parece una alusión sesgada al poder que tiene el movimiento de la Resistencia Islámica libanesa, Hizbulah. Agregó además una creciente influencia de Irán en los asuntos internos de su país y, por último, denunció que su vida corre peligro.
Las dos primeras razones coinciden exactamente con la visión política de Arabia Saudita sobre la región y si a esto se suma que la renuncia se hizo en Riad, casi tenemos un retrato hablado de quién está detrás de esta sorpresiva jugada política.
En efecto, lo primero que se debe buscar en este complejo juego de ajedrez en el Oriente Medio es a quién beneficia la desestabilización del Líbano y los nombres que primero saltan a la vista son justamente Arabia Saudita, seguido por Estados Unidos e Israel, jurados enemigos de Hizbulah y también de Irán.
Para el reino saudita la caída del gobierno de Hariri ocurre en un buen momento, cuando joven príncipe heredero Mohamed bin Salman está reforzando su poder. Justamente el sábado dictó prisión contra varios miembros de la monarquía, del gobierno y representantes de familias acaudaladas, que están detenidos, no en una mazmorra, sino en un hotel cinco estrellas.
Para Arabia Saudita las cosas no van bien en Yemen, una guerra que se ha prolongado a un costo humano excesivo y también con un fuerte peso en la economía, a lo que se suma el fracaso de los grupos armados que financiaba en Siria.
Estados Unidos tampoco está mejor parado en Afganistán, que parece una guerra sin final sin que el objetivo fundamental, sentar una fuerte presencia militar en el centro de Asia desde donde presionar a Rusia y China, esté al alcance de la mano.
En cuanto a Israel el movimiento Hisbolah resultan un freno para sus ambiciones de mantener una hegemonía total en el Oriente Medio, con el tutelaje, claro, de Washington, su mentor y principal socio.
No resulta casual en este paisaje que una vez fracasado el complot contra Damasco la injerencia de estas potencias gire hacia Beirut, que después de una prolongada guerra fratricida es ahora un centro económico, financiero y comercial de primer orden.
Finalmente, si queremos otro dato para mejor orientarnos, veamos cuál es el culpable de esta crisis según la gran prensa occidental. De manera casi unánime, todos apuntan a Irán, por lo que casi podemos estar seguros, amigos, de que el nido que incubó a esta serpiente está en cualquier otro lugar del mundo, menos allí.