Por José Alejandro Rodríguez
La buena nueva en estas postrimerías estivales, vísperas del curso escolar 2019-2020, es que más de 8 000 maestros retornarán a las aulas, luego del aumento salarial dispuesto por el Gobierno para el sector presupuestado, incluido el sistema educacional.
El incremento es un acto de justicia con los educadores, que se las han visto muy duras en todos estos años. Ellos, los arcángeles del saber, los labriegos del conocimiento y la virtud en los ciudadanos del mañana, han sufrido en carne propia la inversión de la pirámide social.
Aun cuando muchos maestros han resistido las estrecheces económicas de estos años, no es menos cierto que del magisterio a todos los niveles se ha registrado una diáspora hacia ocupaciones emergentes, estatales, privadas o cooperativas, que pagan más y mejor, y no siempre requieren alta calificación. Cada docente que abandona el aula es un fracaso social y económico.
Y la educación es también, económicamente hablando, una inversión para el desarrollo. A largo plazo. Tiene siempre réditos pendientes. Debe lograr, mediante incentivos y dignificaciones, la saludable y armónica sostenibilidad de su fuerza calificada: el profesorado.
Con este retorno al pizarrón, los mayores beneficiados serán los educandos; porque entre quienes regresan al fragor de inculcar saberes y sentires, podría haber muchos pedagogos experimentados y brillantes, que enriquecerían hoy la calidad de la escuela cubana, en su doble cometido de instrucción y educación, de transmisión de conocimientos y de valores y virtudes.
Por ello es tan importante que, como manifestara la titular de Educación, este proceso de vuelta a la clase esté presidido por un análisis puntual de cada solicitante y de sus probidades.
Y que todo se logre con un clima de hospitalidad y acogida, que refuerce la unidad del claustro docente, reconozca y estimule el talento, el estilo propio y la creatividad del profesor —tanto de quien retorna como de quien ha persistido— sin desconocer las normativas generales.
Un aumento de salarios por sí solo no obrará a favor de la calidad de la educación si no se crean condiciones superiores para dignificar al profesor socialmente, incentivarlo y crearle mejores condiciones de trabajo y de vida.
Esta sería la oportunidad para comenzar a consolidar la estabilización del personal docente, de manera que el sistema educacional no tuviera que seguir administrando las crisis de plantillas con improvisaciones y emergencias, que no siempre ponderan la vocación, la calidad y la virtud.
Si me preguntaran qué escuela quiero todos los días para mi nieta y todos los niños, adolescentes y jóvenes cubanos, diría que aquella donde reine el saber y el amor, el conocimiento y la virtud por encima de la formalidad y la imposición. La que enseñe disfrutando, y disfrute aprendiendo.
La que premie el rigor, el pensar y la sed de saber, y no el promocionismo a ultranza. La escuela que sea crisol de lo mejor y valladar contra todo lo sucio y feo del alma. La del himno y la bandera con sumo respeto, desde el corazón. La que seduzca en el amor patrio y revolucionario, y no se desgañite en corear consignas mecánicamente.
En un país con tanta tradición pedagógica, que viene de muy lejos en el tiempo, la escuela cubana tiene que ventilarse todos los días y estudiarse por dentro, para depurar lo inoperante y atávico.
Y habrá que investigar a fondo las razones de que la opción por el magisterio se haya desvalorizado en las expectativas de las nuevas generaciones, en un país con tantas posibilidades para estudiar.
Se impone también analizar profundamente por qué la estrecha vinculación familia-escuela y la unidad armoniosa entre ambas es más un propósito que una realidad plausible.
¿Qué ha sucedido en esta dupla, que en muchos casos trasunta un trasiego de confrontaciones y parapetos? No olvidar nunca que los primeros maestros del niño cubano están en la familia, en el aprendizaje y el respeto al maestro puertas adentro.
Ahora que muchos docentes retornan a las aulas, es el momento de abrir un debate social sobre los aciertos y las asignaturas pendientes de la educación cubana.
Tenemos la voluntad de país de situar la escuela en lo más alto y examinarla todos los días con las más honrosas calificaciones. Porque allí adentro se decide el futuro de la nación. (Tomado de Juventud Rebelde)