Ocho minutos duró la agonía de la víctima. Foto: Archivo/RHC

Por Roberto Morejón (RHC)

La palabra linchamiento, propia de la época de la esclavitud, tiene una vigencia macabra en el panorama estadounidense, sin que los gobernantes y gran parte de la élite política le otorguen la connotación adecuada.

Es cierto que la muerte el 25 de mayo de 2020 del afroestadounidense George Floyd generó justificado repudio ante lo que a los ojos del mundo se evidenció como un linchamiento.

Un policía blanco colocó su rodilla durante ocho minutos sobre el cuello del detenido, mientras que sus compañeros de armas permanecían indiferentes a los gritos de la víctima y de testigos.

Las multitudinarias demostraciones en las ciudades contra el crimen se estrellaron contra la figura de granito del presidente de turno, Donald Trump, quien justificó los extremos y comparó a los marchistas con terroristas.

El linchamiento es una ejecución extrajudicial nada aislada en Estados Unidos, pues entre 1896 y 1954 liquidaron la vida de más de 4 000 afroamericanos.

Como muchos afirman, la policía estadounidense es la fuerza que más personas mata en comparación con la trayectoria de esos cuerpos del Estado en otros países del Norte industrializado.

Hay una tradición en la aplicación de la violencia de la que NO pueden librarse los agentes policiales, habituados tanto a detener como a ejercer el ímpetu bruto, con armas sofisticadas a su disposición o sin ellas.

Foto: Archivo/RHC

Por supuesto, los desmanes referidos están lejos de representar hechos aislados, pues invocan el racismo estructural y contrastes muy agudos, como las altas inversiones de Estados Unidos en seguridad y cárceles y pocas en los asentamientos más pobres.

No por casualidad surgieron movimientos como Black Lives Matter, para hacer más visibles el relieve de la discriminación racial y la violencia de cuerpos policiales, los cuales, por cierto, NO sufren transformaciones de fondo, a pesar de las promesas de algunos de los gobernantes y políticos.

“Las vidas negras importan”, en su traducción al castellano, refleja un angustioso clamor por el cambio, pero desafortunadamente en aquella sociedad NO los escuchan.

Junto con las desigualdades y la intolerancia hacia los inmigrantes, los ataques raciales en Estados Unidos se empinan como algunas de las fallas en el ejercicio de los derechos humanos, aunque las administraciones instaladas en la Casa Blanca las ignoran, para dedicar su tiempo a juzgar lo que hacen otros.