Líneas de fuego en la guerra de Vietnam

Édité par Jessica Arroyo Malvarez
2018-04-01 11:09:10

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Por: Enrique Ojito

Vietnam del Sur (finales de 1964).— La noche en la selva llega presurosa y salvaje. La tropa guerrillera lleva varias horas de camino en busca del hospital de campaña. A Marta Rojas le pesa hasta la agenda de notas. Un resplandor en la lejanía le aviva la inquietud. “No es luz de candil”, dice, y acelera el paso.

A la distancia de los años, la avezada periodista no excluye ningún detalle: “Cuando entré al hospital tuve una impresión terrible: lo que había visto eran personas quemadas por fósforo vivo. Esa mañana los aviones norteamericanos lo habían bombardeado; la combustión de la carne les daba como una luminosidad a los cuerpos que lograron sobrevivir. Imagínate el resplandor blanquecino, medio rojizo del carbón vegetal cuando empieza a hacerse en el horno; esa fue la imagen que se me grabó de aquella monstruosidad”.

La anécdota no quedó presa de la jungla, salta a la memoria, emerge del diálogo con esta Heroína del Trabajo de la República de Cuba y Premio Nacional del Periodismo José Martí, quien viajó en 13 oportunidades a la nación asiática entre 1964 y 1975, y junto a Raúl Valdés Vivó se convirtieron en los primeros periodistas latinoamericanos en arribar a las zonas liberadas de la selva subvietnamita, en medio de la intervención directa de las fuerzas invasoras del Gobierno de Estados Unidos, apoyadas por un ejército títere.

¿Qué antecedentes tuvo el primer viaje?

“En 1963, cuando se funda el Comité de Solidaridad con Vietnam, Melba Hernández, que era su presidenta, me llama para que colaborara en la parte de la divulgación. Elaboramos varios reportajes, pero le insistí en que para concebir un trabajo más vigoroso, quería ir a reportar las incidencias de la lucha como corresponsal de guerra. Ella empezó a hacer las gestiones y yo seguí trabajando en el periódico Revolución”.

¿En qué circunstancias se entera de la aprobación?

“En un recorrido que Fidel hizo por casi todo el país antes de la celebración del duodécimo aniversario del asalto al cuartel Moncada. En Santiago de Cuba, en una casa de visita, Fidel recibió una llamada desde La Habana; después se viró para mí y me dijo: ‘Melba manda a decir que los vietnamitas aprobaron tu viaje al sur’. Inmediatamente regresé a la capital, y en septiembre salimos para allá junto con Raúl Valdés Vivó, del periódico Hoy. El viaje fue Moscú-Pekín-Hanoi-Nom Pen, capital de Cambodia. Allí hicimos contactos con los compañeros del Frente Nacional de Liberación (FNL) y entramos a Vietnam con unos combatientes por una provincia fronteriza.

El golpe de la selva

En julio de 1969, Marta entrevistó al Presidente Ho Chi Minh.
Foto: Vicente Brito/ Escambray.

Llueve, llueve torrencialmente. Marta, Raúl y los nuevos conocidos buscan la ruta de los guerrilleros. De imprevisto, unas siluetas les cortan el paso.

—¡Ahí están!, exclama la reportera.

El más alto la toma por el brazo. Todos se hunden más en la jungla. Pantanos, troncos, ríos… Unos resbalan, otros caen; pero ríen, charlan, tararean quedo. Serpientes por doquier.

“Tuvimos que adaptarnos a aquella vida en la selva. Había que levantarse temprano; a las cinco de la mañana todo el mundo estaba despierto. Las sanguijuelas eran una constante. No dejamos de tomar pastillas contra la malaria. Con la comida no pasé mucho trabajo porque yo no soy melindrosa; comimos harina, arroz, sopa, carne enlatada, hasta mono.

“Apenas llegamos nos mandaron a hacer unos trajes negros, típicos de los campesinos, que también usaban los guerrilleros, y andábamos con sandalias de caucho, que fabricaban a partir de gomas de carros de guerra y de helicópteros”.

¿Y por qué sandalias?

“Porque, como llovía tanto, las botas y los tenis guardaban mucha humedad durante horas y eso era perjudicial para la salud; además, los pies se podían llenar de hongos, de eccemas”.

De crímenes, miedos…

El estigma de la guerra, de la barbarie apareció pronto. Cada vivencia sobrecogía. Cierto día, cuando Marta y Valdés Vivó fueron a colocar un sello del Comité Cubano de Solidaridad en el pecho de una combatiente, ella se negó a que se lo hicieran. Lo aprehendió entre sus manos y se lo puso en la blusa que se hundía en la cavidad de sus senos. Ese retraimiento no era excepción; en la provincia de Camau, los terroristas yanquis en 1964 violaron a 200 muchachas, a quienes cortaron sus pechos y a muchas les sacaron los órganos femeninos las con bayonetas.

Usted dialogó y conoció a soldados estadounidenses. ¿Qué le deparó ese contacto?

“Visitamos un campo de prisioneros que era cuidado, precisamente, por combatientes jovencitas. A esos norteamericanos los vimos aterrados. Pensaban que esas mujeres podían vengarse; ellos sabían que no podían escaparse porque aquel sitio estaba rodeado de trampas. Se ponían lívidos cuando escuchaban el bombardeo de sus propios aviones”.

Al decir de Marta en una de sus crónicas, a aquellos hombres que pisaban con la punta del dedo gordo para no enfangarse los pies, al caer los rockets o el napalm, ningún refugio les parecía hondo y solo, entonces, enterraban las narices en el fango.

Y en medio de tanto dentellar, de ripios humanos, la reportera advirtió cómo el jefe del campamento, héroe de la resistencia contra los franceses, veneraba la obra de Ernesto Lecuona y, en especial, Siempre en mi corazón, cuya letra ella se la escribió en español.

“Salimos del campo de prisioneros —relataría después— atravesando el área rodeada de trincheras, llena de minas (…) era mediodía y acabábamos de sufrir el tercer raid aéreo de aquel día lluvioso y también de conocer por la radio las nuevas victorias guerrilleras”.

¿Por qué la radio les fue tan fiel aliada bosque adentro?

“La radio no solo nos actualizaba del avance del FNL. Los vietnamitas tenían una emisora, Liberación, que era como en la Sierra Maestra, Radio Rebelde, y que a su vez captaba la radio internacional. Por esa emisora nos enteramos de la carta de despedida del Che a Fidel, de que se habían fundido los periódicos Hoy yRevolución, y que al otro día saldría Granma.

De actuaciones

La vicecomandante de las Fuerzas Armadas de Liberación, Nguyen Thi Dinh, invita a los cubanos a asistir al “teatro” en la profundidad de la jungla, en una posición del Estado Mayor. De telón de fondo, restos de paracaídas. Entre la semioscuridad, el cantante evoca la figura de Nguyen Van Troi. Los cañones crepitan cerca; la oficial intercambia con los suyos. Ahora actúa un conjunto de danzas. Los estampidos se aproximan…

“El pueblo nunca dejó de cantar y actuar en el bosque, donde resistía y vivía. Allí se editaban periódicos, libros; había talleres, escuelas. Se hacía la vida común. Viendo todo el cuidado que les daban a la retaguardia y los procedimientos de la lucha, uno no tenía que esperar a que los vietnamitas nos mostraran las victorias en los mapas para convencernos de su futuro triunfo”.

En las crónicas de su primer viaje en 1965, se observa el protagonismo de los hombres y mujeres en esa resistencia.

“Precisamente porque el pueblo era su arma estratégica de la Revolución”.

De ese pueblo nació Phong, aquella artista víctima de malaria, que tambaleante salió al centro del escenario y cantó para los amigos cubanos; de ahí nació Ngoc, el ayudante de la guerrilla, a quien Marta bautizó como “Eficiencia” porque todo lo preveía; de ahí nació aquel combatiente que después de haber perdido la mitad de su cuerpo, lanzó una granada contra un tanque enemigo y precipitó el desenlace favorable de la batalla.

El Tío Ho y la bandera

Hanoi (julio, 1969).— En la pequeña casa todo resulta sobrio. Cuando entra la periodista, el hombre va hacia ella y a seguidas se excusa por no haberla recibido durante su primer viaje. Viste típica pijama, camisa de mangas cortas; no calza zapatos, sino medias de algodón blanco.

—No me llame Presidente, dime tío Ho, sugiere a Marta.

“Yo sabía que Ho Chi Minh tenía una cultura inmensa. Había leído sus escritos, sus versos, y la entrevista me fue suficiente para identificar su personalidad. Me llamaron la atención no solo sus conceptos, sino la forma tan sencilla como él los expresaba”.

Marta acababa de regresar de un recorrido que la llevó hasta el paralelo 17. Él indagó por cada detalle, le preguntó sobre la zona de Vinh Linh, blanco de recientes ataques químicos, y donde en los cráteres abiertos por otras bombas se criaban peces y en los bordes crecían las flores. El Presidente quiso saber cómo flameaba la bandera de 60 metros de largo de la República Democrática de Vietnam, ubicada en una de las riberas del río Ben Hai.

La periodista cubana arribó al paralelo en un amanecer, y a 7 kilómetros del lugar vio ondear el estandarte. Luego confirmó la historia de la anciana Diem, quien al darse la orden de evacuación de la zona, “permaneció en la línea más próxima a la bandera. Cavó un refugio, en el refugio metió su máquina de coser y guardó tela suficiente para reponer la bandera cuantas veces el fuego enemigo la destrozara”, como escribiría posteriormente Marta.

De la victoria

¿Cómo usted conoce la noticia de la caída de la ciudad de Saigón y, por ende, de la derrota de las fuerzas invasoras estadounidenses?

“Ese 30 de abril de 1975 yo estaba en el periódico Granma; era entonces jefa de Información. De pronto escuché el tic, tic constante de los teletipos; cuando fuimos a ver, el cable decía: Cayó Saigón.

“Después se decidió que saliera rumbo a Vietnam. En 36 horas estuvimos en Hanoi. Con Santiago Álvarez y todo su equipo del noticiero ICAIC, nos montamos en un jeep y recorrimos alrededor de 2 000 kilómetros para llegar a Saigón, hoy ciudad Ho Chi Minh, y así poder presenciar el Desfile de la Victoria.

“En medio de los grupos de guerrilleros del Sur, vi a algunos combatientes que conocí en la época de la selva, entre ellos al traductor Thuan. Salí de la parte baja de la tribuna y nos abrazamos”.

—¿Y Ngoc dónde está?, preguntó ella.

—Cayó en la toma de Saigón, respondió Thuan con la voz en parpadeo.

Marta subió el rostro y creyó escuchar el gorjeo de una paloma posada en la punta del cañón de un tanque que desfilaba. Luego levantó la memoria y se vio escribiendo en un atardecer de la jungla: “¡Tenemos que pincharnos cuando lleguemos a Cuba!, la tierra está temblando a nuestros pies; B-52 en acción, se mueven los retratos, la mesa y todo”.

Marta junto a Santiago Álvarez, en el norte de Vietnam.


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