Cuba: Cuando el Che jugó ajedrez en cortes de caña de Camagüey

Édité par Maria Calvo
2022-10-06 03:57:35

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El Ché y el Ajedrez. Imagen:MC

por Nelson Domínguez Morera, Coronel ® que ocupó responsabilidades en la Seguridad del Estado

Leyendo a Gerardo Mazola, quien fue embajador cubano en Namibia, sobre las partidas a ciegas en las que participó Ernesto Che Guevara, rememoré algunas vivencias personales y otras contadas a mi paso por Ciego de Ávila cuando era la Región 1 de Camagüey, y en la capital homónima de 1964 a 1967.

Son anécdotas inéditas del Guerrillero Heroico, pero también, por qué no, de vivencias con otro gran hombre y revolucionario cabal, el entonces Jefe de la Delegación Provincial del Ministerio del Interior (Minint) en Camagüey, el teniente coronel Miguel Roque Ramírez, ya fallecido.

Corría 1964 y Che, precisamente por ser el fundador del trabajo voluntario en la Cuba revolucionaria, se exigía ser el primero y demandarlo así de sus subordinados en cuanta jornada productiva se vislumbrara, pero paralelo a ello rechazaba con vehemencia cualquier tipo de excesos que él solía considerar sobre su protección personal, alegando que ello lo alejaba de las masas.

Conocedor del álgido tema, e impuesto por los escoltas oficiales de que cada día estaba más exigente al respecto, Roque tomó la decisión de enviar previamente hacia las plantaciones de caña del central azucarero donde se efectuarían los cortes manuales -en aquella época eran la única modalidad existente- a un grupo de oficiales.

Eran profesionalmente capaces pero por demás, dados sus orígenes campesinos y por los desempeños en esa ardua labor, estimó pasarían desapercibidos para el perspicaz revolucionario argentino.

Como si fuera poco, el jefe del Minint provincial, hombre habituado a pregonar con el ejemplo, aprendido del Comandante en Jefe Fidel Castro y el propio Che, decidió incorporarse también a los cortes de caña previstos.

El teniente coronel Roque se inició en la clandestinidad en su natal Santiago de Cuba y después en la Sierra Maestra, y luego del triunfo revolucionario, con gran estoicismo participó en la lucha y captura de bandas de alzados contrarrevolucionarios armados.

Una de esas acciones por poco le cuesta la vida en una casa clandestina donde se ocultaba, en la capital de la provincia, uno de los jefes principales de aquellos bandidos, y donde resultó herido y su chofer asesinado con saña.

Cuando el legendario Comandante arribó a los cañaverales, encontró un grupo de hombres ya iniciados en la faena, sudorosos, casi agotados y se incorporó solo con su chofer y su inseparable Martínez Tamayo, no tardando más que unas horas en percatarse de la estratagema tendida.

Descubrió que el tinajón donde ingería el agua solo se le destinaba a él, igual que los platos y rústicos cubiertos que le ofrecían durante la ingestión de alimentos en plena faena, así como la distancia asumida por los cortadores de su alrededor con la evidencia de no dañarlo en algún movimiento o accidente involuntario.

COMO SIEMPRE, INTUITIVO

Intuitivo como siempre, pidió a su chofer fuera al jeep por su inhalador, pero solícito y muy ágil, Roque Ramírez le ofreció el supuestamente suyo alegando que también padecía de asma. Fue entonces cuando el astuto Comandante ya percibido, le recomendó que primero fuera él quien se diera la aplicación del spray, y todos lo asumieron como sus autopropias medidas de seguridad.

En el obligado reposo del almuerzo y sin abandonar el escenario de las plantaciones, el siempre heroico argentino arremetió con sus verificaciones y provocativamente e insinuante, comentó en voz alta le habían dicho que el delegado de la provincia se las daba de gran estratega de ajedrez y sin embargo era malísimo en el juego ciencia, a lo cual agregó que resultaba lastimoso él no hubiera traído su tablero y piezas para retarlo a un “rapid trance”.

En un santiamén aparecieron tablero y fichas, y Roque, herido en su amor propio pero aún pretendiendo no revelarse, se sentó sobre la paja de caña a enfrentar al Guerrillero Heroico tablero de por medio.

Transcurrieron rápidos los primeros movimientos pero la partida se mostraba bastante pareja y la noche se adentraba, el Che impuso se encendieran los faroles de los jeeps para alumbrarse dado que no acostumbraba a sentirse derrotado y el jefe provincial le propuso entonces unas decorosas tablas dada la frialdad que ya arreciaba, perjudicial para el asma supuestamente de ambos.

“No seas pendejo (cobarde) ni guatacón (adulador)”, le endosó el Comandante con rispidez y contrariado: “Te vas a creer vos que desde el principio no me di cuenta, vos ses el jefe y has preparado con anticipación todo este escenario, bufo, tendrías que aprendé a simularlo mejor, che”.

El silencio fue sepulcral en aquella atmósfera cuasi dantesca; Roque, petrificado, incurrió en torpes movimientos con las piezas negras, a lo que el argentino remató con otro lacónico: “Y ahora resultá que te has apendejado (acobardado) o te estás dejando vencer para adularme más”.

Bruscamente se levantó y le tendió amable la mano a su interlocutor y contrincante de la memorable ocasión: “Te has ganado las honrosas tablas, pero para la próxima no deberías haberme destinado un solo recipiente para el agua, ni platos ni vasos. Usted deberá aprender a darse las inhalaciones con el spray, que evidenció nunca se las ha aplicado, y lo peor es que no debé dejarse provocar por intrusos cuando le galopeen”.

“Usted para nosotros jamás será un intruso, Comandante”, balbuceó el otro. Che le dio un fuerte alón hacia sí aún con las manos apretadas y lo abrazó fuertemente, añadiendo en tono familiar: “No jodás, pibe”.

Cuentan que tiempo después, cada vez que el Guerrillero Heroico visitaba la provincia de Camagüey, mandaba a buscar al jefe provincial del Minint, lo que no le costaba mucho indagar porque siempre se encontraba a su lado e invariablemente restablecían las partidas empatadas que Roque, con sano orgullo, se resguardaba al dejar anotadas.

Las tablas se repetían hasta que definitivamente el Che, valorando la táctica de Roque, logró derrotarlo, creciendo la empatía entre ambos.

Un día de inicios de octubre de 1965, cuando Fidel nos estremeció a todos al dar lectura a la carta de despedida del Che, escrita antes de la partida a su gesta en el Congo, ante el televisor de su despacho en la segunda planta de la delegación, escuché a Roque Ramírez confiarme muy quedo y emocionado que con vehemencia le pidió lo tuviera en cuenta para escogerlo para cualquier misión que él se destinara a cumplir en cualquier parte del mundo, y recibió una respuesta tajante e inimaginable:

“Vos tené una responsabilidad mayor como cuadro del Minint, y yo no acostumbro a piratearle personal calificado a ningún organismo del país”.

Ese fue el Che, riguroso en el cumplimiento de sus deberes, dedicado a cada tarea que le tocó acometer, compartidor, amigo, y, sobre todo, muy humano.



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