Por Arelys García Acosta

Este Primero de Mayo los pasos fueron multitud y hubo otro mar de banderas. La Plaza de la Revolución Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, de Sancti Spíritus, se llenó de almas y voces. La gente vino de todas partes a cantarle a la Patria, a compartir el sueño de juntos crear por Cuba, de juntos seguir labrando el destino de este país.

Las cubanas marciales, “las gardenias que un día se hicieron leonas al beso de doña Mariana Grajales”, como las describiera el Indio Naborí, marcharon con la nobleza de las guerreras de hoy. No iban con otra corona que la bravura, y cabe la reverencia por la epopeya de todos los días en la fragua del surco, de las aulas, de los laboratorios, de los hospitales; y también, en el sitio más sagrado de la familia, el taller ingenioso del hogar.

La imagen inequívoca de la valía de un país en las calles espirituanas. Cada uno de los 15 sindicatos desfiló frente a la plaza con sus iniciativas, hasta allí fueron con muestras de lo que los cubanos llamamos partos de la resistencia creativa; y allí estaban los innovadores del microbús eléctrico para uso en el transporte público, allí estaban los trabajadores del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, del territorio, padres de no pocos logros científicos.

Allí estaban los electromédicos espirituanos, a quienes se les debe la vitalidad de equipos con años de explotación y que hoy salvan vidas. En la fiesta proletaria estaban los constructores, los eléctricos solidarios, salvadores de cuanta oscuridad imponen los fenómenos naturales en provincias hermanas.

Este Primero de Mayo, en la plaza de la Revolución Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, contrario a los que los enemigos azuzaban desde las redes sociales, los pasos fueron multitud y como tantas veces, hubo otro mar de banderas.