Capablanca, genio imperecedero del ajedrez

Édité par Raúl Rodríguez
2024-03-08 22:14:57

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Capablanca

La Habana, 8 mar (JIT).- Han transcurrido 82 años desde aquella fatídica jornada, cuando la muerte sorprendió al cubano José Raúl Capablanca en medio de una de sus habituales tertulias en el Club de Ajedrez de Manhattan, en la ciudad de Nueva York.

El 8 de marzo de 1942 el brillante ajedrecista, único latinoamericano capaz de ocupar el trono universal del Juego Ciencia, perdió su partida con la vida con solo 53 años de edad, debido a un aneurisma cerebral. Desde ese día, mucho se ha escrito y hablado sobre un jugador inigualable, cuyo talento sigue siendo referente obligado para la mayoría de sus sucesores.

Hasta nuestros días, 23 ajedrecistas se han ceñido la corona universal, pero pocos han conseguido que sus triunfos alcancen la magnitud de los firmados por el ilustre habanero, quien abrazó el mundo de los trebejos con apenas cuatro años de edad con un impresionante desenfado.

Solo ocho años después logró el máximo título de la Isla y para 1909 quedaron discipadas todas las dudas sobre su prometedor futuro, cuando derrotó de forma incontestable al campeón estadunidense Frank Marshall.

El vertiginoso ascenso de Capablanca tuvo su clímax en 1921 con el inicio de su reinado. Tenía entonces 33 años de edad cuando le arrebató el privilegio al alemán Enmanuel Lasker, en un match en que desplegó la extraordinaria precisión en los análisis que caracterizó toda su trayectoria.

El germano no tuvo reparos en calificarlo como el único genio entre los grandes jugadores que conoció, al tiempo que resaltaba su innata capacidad de aprovechar las debilidades del contrario.

Otros ilustres rivales de la época, entre ellos Rudolf Spielman y Savielly Tartakower, tampoco escatimaron elogios para referirse al cubano, quien exhibió la condición de campeón del mundo hasta 1927.

Capablanca basó su juego en una intuición poco común y una brillante estrategia marcada por la sencillez que, según el ruso monarca del orbe Mijail Botvinnik, contaba con una «belleza única, genuinamente profunda».

Tocó a Alexander Alekhine apuntarse el mérito de detener la imbatibilidad del cubano, algo para lo que el jugador ruso-frances nunca encontró explicación. «No entiendo ni ahora, después de tantos años, cómo he conseguido ganar a Capablanca», llegó decir quien nunca le concedió la revancha.

Cuentan los historiadores que la rivalidad entre estos dos grandes rozaba la animadversión, al punto de que durante sus enfrentamientos ninguno permanecía sentado mientras el otro meditaba.

Incluso, mientras duró su reinado, Alekhine rehusó jugar varios torneos en los que participó Capablanca. No obstante, al conocecer del fallecimiento del jugador de la Isla expuso que el mundo «ha perdido a un gran genio ajedrecístico, cuyo calibre nunca volveremos a ver».

TALENTO INCALCULABLE

Resulta una tarea casi imposible calibrar en números el talento exhibido por Capablanca frente a las 64 casillas, o conocer hasta dónde hubiese llegado si no hubiese fallecido prematuramente.

Quienes han seguido su carrera aseguran que ganó 302 de sus 583 partidas oficiales. También fijan en 246 las tablas acordadas y en apenas 35 las ocasiones en que inclinó su rey.

Algunas fórmulas aplicadas mucho después de su muerte apuntan a que su coeficiente Elo pudo llegar hasta los 2 mil 725 puntos, aunque esos cálculos caen en el terreno de la especulación.

No obstante, las estadísticas más aceptadas señalan que Capablanca se mantuvo invicto entre 1916 y 1924, a pesar de tratarse de un período en que desplegó una intensa actividad jugando 63 partidas en variados torneos.

ETERNO LEGADO

La manera diferente con que Capablanca asuimió el ajedrez, así como su exquisita y precisa técnica inspiró a talentosos jugadores que llegaron luego al máximo nivel.

Muchos le consideran un ídolo, pero pocos como el ruso Anatoly Karpov, quien manifestó su ferviente admiración durante las visitas que realizó a la Isla.

Para el monarca del orbe entre 1975 y 1985, y de 1993 a 1999, «el ideal en ajedrez solo puede ser una imagen colectiva», pero no dudó en considerar a Capablanca como el más cercano a esa realidad. «Su libro fue el primero que estudié, de principio a fin. Por supuesto, sus ideas me influyeron», aseguró.

Antes, el legendario Mijail Tal, quien ostentó la corona mundial entre 1960 y 1961 bajo la bandera de la Unión Soviética, había dicho sobre el cubano que «era un deleite ver la virtuosidad con la que aprovechaba pequeñas ventajas... Él es la personificación de una técnica llevada a la perfección y al automatismo. Era un hombre de talento extraordinario. Su modo de jugar los finales es considerado el summum de la maestría».

En su tierra natal, Capablanca sigue siendo un ídolo. El estudio de sus mejores partidas aparece como paso casi obligatorio para quienes desde las edades tempranas pretenden brillar en el arte de los trebejos.

Por eso no es casual que el torneo ajedrecístico más prestigioso que cada año se celebra en Latinoamérica le rinda merecido homenaje llevando su nombre. Tampoco que cada fecha vinculada con su vida invite a recordar con enorme orgullo que en Cuba nació uno de los más grandes genios del mundo de los trebejos.



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