por Francisco Rodríguez
“Esta es la mía”, exclamó Osorio, el intrépido, cuando escuchó aquel día, mientras trabajaba en su taller, una entrevista radial donde el Gran Maestro de la masonería cubana pedía colaboración para echar a andar otra vez la esfera terrestre que corona al emblemático edificio habanero, propiedad de esa organización fraternal.
Bayamés de nacimiento, la vida de este hiperquinético electricista e innovador de la fundición guanabacoense Vanguardia Socialista, daría para el guion de una telenovela de enredos, celebridades y creatividad.
En su identificación oficial reza como Ramón Eurípides Osoria Cabrera, pero jura y perjura que una confusión registral varió con el tiempo su primer apellido, legado de su padre Francisco Eurípides Osorio Osoria, descendiente de renombrados mambises.
A punto de cumplir sus 68 años el próximo 31 de agosto, Osorio llegó a La Habana cuando era niño, justo hacia 1955, año en que abrió sus puertas el Gran Templo Masónico de La Habana, en la céntrica esquina de Carlos III y Belascoaín.
“Hace un tiempo iba yo en una guagua y un niño le preguntaba a su abuela por la ‘bolita del mundo’ sobre el edificio —contó—. Le comenté a Julio Manuel Morúa, el jefe de mantenimiento de mi fábrica, cuyo bisabuelo fue general independentista y también tuvo parientes masones, quien me animó a echar una mano.
“Pero no fue hasta que escuché al Gran Maestro en la emisora Habana Radio cuando me dije: ‘arranca para allá’, y me presenté a ver cómo podía ayudar”.
Pero no era la primera vez que la inventiva de Osorio salía de los talleres de Vanguardia Socialista. Apasionado por las artes y la electricidad, presume de su vieja amistad o nexos con relevantes personalidades de la cultura cubana, historias que vienen desde su niñez y luego de cuando era camarógrafo del cine aficionado.
Rita Montaner, Alicia Alonso, María Teresa Linares, Santiago Álvarez, son algunos de los nombres cercanos que menciona este hombrecillo locuaz, quien, sin embargo, expresó: “no tener suerte” en su vida, porque paradójicamente hoy no posee ni techo propio, como consecuencia de un complicado conflicto familiar.
No obstante, con una alegría contagiosa habla de sus otros arreglos anteriores en la Escuela de Ballet, el Museo de la Música o el Instituto de Literatura y Lingüística. “Nunca estudié nada en academias, solo un curso de idioma ruso por la televisión”, sonrió al explicar su empirismo autodidacta.
El trabajo
Hacía más de 15 años que la esfera terrestre rotatoria en la cúpula del Templo Masónico no funcionaba. Según rememoró Orestes Calzadilla González, presidente de la comisión de edificio adscrita al gabinete de trabajo del Muy Respetable Gran Maestro de la Gran Logia de Cuba, hubo un intento por echarla a andar hacia finales de la primera década de este siglo, pero aquella costosa reparación no duró más de 20 días.
Una nueva dirección de la organización fraternal, que resultó electa en el 2015 y regirá hasta el 2018, puso entre las prioridades de su labor la atención a este inmueble de valor patrimonial, pero con múltiples afectaciones por la desatención integral, las modificaciones en su interior y la pobre cooperación de las entidades que hoy lo habitan.
Eso explica por qué a inicios de este año el Gran Maestro de la masonería, I.P.H. Lázaro Faustino Cuesta Valdés, 33, interrumpió una de sus reuniones de trabajo cuando supo que un electricista a quien nadie allí conocía quería verlo, para ofrecerle su ayuda de forma voluntaria.
Lo demás parece fácil, ahora cuando lo narran sus protagonistas. “En un día hicimos el trabajo”, recordó José Enrique Manito López, hermano de la Logia, empleado del edificio y uno de los cuatro ayudantes que secundaron a Osorio en su labor de reconocimiento y rescate del antiguo mecanismo, junto con Alexis Domínguez, Jorge Luis Arrebato y Denis Caballero.
Primero hubo que comprobar el buen estado y darle mantenimiento al viejo motor trifásico General Electric de los años 50 que impulsa a la “bolita del mundo”, asunto donde fue clave la participación del innovador de la empresa Vanguardia Socialista.
Luego hubo que revisar y limpiar todos los cables eléctricos, rodamientos y engranajes mecánicos, adaptar y empalmar las nuevas correas que ponen en movimiento las poleas para hacer girar el eje de la esfera terrestre, y calzar el motor en la posición exacta de modo que su propia fuerza no partiera las cintas.
“No hice el trabajo solo. Solo compulsar la idea y compartirla con los demás”, reconoció Osorio con modestia.
Un símbolo de la ciudad
Cuando el pasado 23 de marzo, poco antes de caer la noche y después de todo un día de intensa labor, la Tierra comenzó a rotar de nuevo sobre el edificio masónico, hubo aplausos, fotografías colectivas en la azotea, satisfacción colectiva. “La pasamos bien, nos divertimos cantidad”, resumió Osorio.
Para Cuesta Valdés esta esfera planetaria sobre la principal sede de la masonería en el país —actualmente con alrededor de 26 mil 500 integrantes en 324 logias— representa la universalidad de esta organización fraternal, en una construcción que en su momento fue simbólica para el resto del continente.
“Es la brújula para saber que en el templo un grupo de hombres trabaja por el mejoramiento humano”, valoró el Gran Maestro, para enseguida reconocer el aporte desinteresado de Osorio, al ofrecerles su tiempo, conocimientos y resultados.
Por eso la “bolita del mundo” —como le llamamos popularmente desde nuestra niñez la mayoría de quienes habitamos en La Habana— funciona de lunes a viernes, entre las siete y las once de la noche aproximadamente, mientras sesionan las nueve logias que acoge el Gran Templo. También la activan cuando ocurren acontecimientos masónicos relevantes o eventos nacionales e internacionales de su membresía.
“El objetivo es cuidarla”, explicó Calzadilla González. El administrador del edificio apuntó como propósitos más inmediatos retocar la pintura del globo terráqueo con el concurso de un alpinista integrante de la organización, quien también pondría a punto el imponente reloj de la fachada, cuyo mecanismo interno de relojería ya se arregló también.
“Mi satisfacción —concluyó Osorio, nuestro singular anirista— es dejar una huella en algo que les preocupaba a las personas en la ciudad. La gente se preguntaba por qué no daba vueltas la bola. Yo soy el ′culpable′ de que el mundo gire otra vez”.
(Tomado del periódico Trabajadores)