Por: Graciella Pogolotti
Sherlock Holmes, el célebre detective, tenía un interlocutor idiota. El pobre Watson existió solamente para poner de relieve la brillantez monologante del protagonista investigador. Pocos son los lectores de la obra maestra de Miguel de Cervantes, pero los perfiles de Don Quijote y Sancho escaparon de las páginas del libro para convertirse en referentes culturales.
Manco en la batalla de Lepanto, víctima de galeras y prisiones, poco afortunado en amores, incapaz de hacer carrera en el entorno de los pudientes, Cervantes representó en vida al gran perdedor. Desde su aparición primera, su obra empezó a recorrer el mundo. El contrabando la trajo a nuestras tierras de América. Una clave esencial de la obra reside en el diálogo permanente entre el caballero y su escudero.
El universo de Don Quijote se ha construido en el entorno de su biblioteca. Iletrado, Sancho Panza es portador de la sabiduría popular que se expresa en el extensísimo refranero incorporado a la memoria viva de nuestra lengua y cimentada en el sólido sentido común. De esa manera, puede impartir justicia verdadera durante su efímero gobierno en la ínsula Barataria. En el plano humano, es uno más entre los suyos. Puede, entonces, llevar los principios abstractos a las circunstancias de la realidad concreta. El rústico comete errores al hablar. Pero su discurso es elocuente, eficaz, persuasivo, equiparable en su cualidad verbal al docto saber del caballero. Uno y otro se intercambian y contaminan. Por eso, el escudero de otrora se transforma para el Quijote en «Sancho amigo».
Conozco apenas una treintena de palabras de ruso. Con ellas, en el ahora mismo, no moriré de hambre y sed. No puedo expresar una idea. Tampoco estoy en condiciones de referirme al ayer y al mañana. Los tiempos han cambiado mucho desde la época de Cervantes, cuando la imprenta era todavía un invento reciente. Ahora, el audiovisual nos invade. A escala universal, la palabra se empobrece a un ritmo vertiginoso. Mucho nos preocupa, con razón, el problema de la comunicación. La academia produce comunicólogos. Olvidamos, sin embargo, la interrelación entre pensamiento y lenguaje. Mi mínimo vocabulario ruso alcanza apenas para la supervivencia elemental. Pudiera quizá redactar un correo electrónico reclamando agua, carne y pan porque manejo el alfabeto cirílico.
En nuestro contexto, el empobrecimiento de la lengua es ostensible. Las consonantes están a punto de desaparecer del habla. La limitación del léxico y el disparate sintáctico son causas de muchos fracasos estudiantiles y profesionales.
El perfeccionamiento de la educación cubana incluye el necesario énfasis en el estudio de la historia entendida como proceso integrador de economía, sociedad y cultura. Debe constituir la incorporación de una gran narrativa incluyente de las luchas por la independencia, el papel de los protagonistas, la participación activa de las masas. Ese aprendizaje ajeno a enfoques memorísticos exige la adquisición del dominio de la lengua materna por vía de la lectura oral y silenciosa, ambas asentadas en sólidas bases literarias. La recuperación de esos hábitos conduce a entender en profundidad el texto. Es frecuente escuchar a escolares que recitan versos en actos públicos. La declamación ignora signos de puntuación, las pausas necesarias y el encabalgamiento de los versos, todo lo cual conduce a la pérdida de sentido.
Mi defensa de la literatura no responde a mi afición por ella. Fuente de enriquecimiento espiritual para cualquier ser humano, aguza la sensibilidad, despierta la imaginación, desarrolla mecanismos de asociación y constituye un modo específico de acceso al conocimiento del mundo y de la naturaleza humana. Nos acerca a la comprensión de la verdad, reconocible tan solo en los matices, nunca en el contraste primario entre el blanco y el negro.
Bizantinas me parecen las discusiones acerca del soporte en que habría de sobrevivir el libro. Por el momento, muchos expertos afirman que, aún entre muchos jóvenes, persiste el disfrute del objeto que acariciamos con las manos, tan oloroso cuando recién salido de la imprenta. El combate central se basa en la necesidad de preservar el hábito de la lectura de textos literarios, científicos, históricos o de pensamiento social con el propósito de rehuir lo elemental, de inscribir en contexto la información efímera y de no dejarnos seducir por el chismorreo banal de la cultura del espectáculo.
El desafío es planetario, pero mal de muchos, consuelos de tontos. Mantenemos viva la devoción martiana. Si nos quitáramos las máscaras y afrontáramos la verdad de lo que somos, cuantos podrían afirmar, sosteniendo de frente la mirada clara, que han llegado al hondón de su pensamiento, más allá de algunos axiomas convertidos en lugares comunes.
En esta hora difícil, más que nunca, el rescate del hábito de la lectura es asunto que concierne al conjunto de la sociedad. Implica al sistema de educación, a la llamada extensión universitaria, a la red de bibliotecas y a la acción que desde ellas realizan sus trabajadores para revitalizar su vínculo en la escuela y con la comunidad. Requiere la popularización del perfil de nuestras editoriales e imprimir creatividad al quehacer de promotores y libreros. Papel fundamental corresponde a los medios de comunicación, carentes de reseñas pertinentes despojadas de narcisismo autoral comprometidos con el deber de llamar la atención sobre lo más valioso. El combate por la lectura analítica y reflexiva constituye, ahora mismo el fundamento de una cultura de resistencia frente a la invasión del escapismo y la frivolidad. Serán silenciadas las voces de Don Quijote y la sabiduría popular de Sancho.
Tomado de Granma