por Yuris Nórido
En la recién finalizada Feria Arte en la Rampa vendieron a precios módicos reproducciones de pinturas enmarcadas. Mucha gente las compró… para reutilizar los marcos.
No pequemos de románticos: se puede vivir sin el arte. O sea: se puede nacer, crecer, morir sin haber tenido el menor contacto con una obra artística. Y de hecho, millones de personas en el mundo, a estas alturas, viven así.
Algo sí está claro: el arte enriquece inefablemente la vida. Por eso en las sociedades contemporáneas se asume el disfrute de esas expresiones como un derecho de la ciudadanía.
Mucho se ha debatido sobre el acceso a todas las manifestaciones de la cultura artística y literaria, sobre su presencia e impacto en ámbitos más o menos íntimos.
Hay propuestas que, por sus características, precisan de espacios públicos, pues su «consumo» es una experiencia colectiva: la danza, el teatro, el cine, los grandes espectáculos de la música, las exposiciones…
El desarrollo de la tecnología ha permitido, no obstante, que esas manifestaciones lleguen a casi todos los hogares, primero gracias a los medios de comunicación, después por los disímiles implementos para la reproducción de la imagen y el sonido.
Y así se han roto las últimas fronteras.
Lo que hacíamos antes con un libro, muchos lo pueden hacer ahora con una tableta, con el agregado de que se puede acceder también a música, videos clips, series, películas, fotografías…
Pero todavía es un privilegio, un lujo, una excepcionalidad contar, por ejemplo, con auténticas obras de arte para colgar en las paredes de nuestra casa.
Y para muchas personas sin los medios para comprarse una pintura original, decorar con arte es una necesidad.
La recién finalizada Feria Arte en la Rampa ha pretendido atender esa demanda con la venta, a precios relativamente módicos, de reproducciones de obras de pintores cubanos, en buenos marcos y con cristales antirreflejos.
Es cierto: algunas de las creaciones eran más «decorativas» que otras, y el trabajo de enmarcado no era particularmente cuidadoso… pero lo cierto es que la oferta fue muy bien recibida.
Cientos de personas acudían diariamente al punto de venta y algunos se llevaban más de una reproducción.
No obstante, en la cola se hacía evidente que a buena parte de los compradores no les interesaba la obra, sino el marco. Adquirían el producto para exhibir allí la ampliación de la foto de los quince de la jovencita de la familia.
He ahí una de las «utilidades» del arte, que escapan (¿de verdad escapan?) de la previsión de los organizadores de la Feria.
Hay que comprender a los clientes. Un marco de esas proporciones puede costar el doble o el triple en cualquiera de los establecimientos dedicados a la comercialización del arte o la fotografía.
Comparando con esos precios, estas eran unas gangas.
Pero llama la atención el menosprecio de algunos por las reproducciones, asumidas como un simple papel circunstancial. Con el mismo valor, si nos ponemos a ver, de las fotos promocionales que vienen en los portarretratos a la venta al por mayor.
Insistimos: no todo el mundo puede tener un original en su casa. Pero al menos los interesados debieran tener la posibilidad de adquirir serigrafías o buenas reproducciones del mejor arte.
Las instituciones culturales cubanas han trabajado en ese sentido. Y Arte en la Rampa ha sido una muestra.
El arte utilitario —es una verdad insoslayable— no está al alcance de todos los bolsillos. Y es natural que un plato «ilustrado» por un artista de la plástica cueste un poco más que un plato simple.
Lo que no es natural es que un marco mondo y lirondo cueste más que un cuadro con una reproducción de una obra de arte.
Y no es que deba subir el precio de las reproducciones, obviamente. Es que debería bajar el de los marcos. Simple cuestión de lógica.
(CubaSí )