Por Leydis Tassé Magaña
Cuando se pierde a alguien querido, llega a todos un profundo dolor que solo puede ser descifrado por el corazón, un sentimiento de impotencia ante la cruda realidad de la muerte, al saber que aquella persona a la que amamos, ya ausente físicamente, yacerá sola e inerte en un lugar frío y oscuro, en un sitio aborrecido por muchos: el cementerio.
Sin embargo, en la ciudad de Santiago de Cuba (oriente), ese lugar, bautizado con el nombre de Santa Ifigenia, no está exento de la carga de historia que caracteriza a esta tierra, de lo cual es muestra su declaración como Monumento Nacional, el 19 de mayo de 1979, por su majestuosidad y valores singulares, esos que hicieron que alguien manifestara una vez en tono lírico: Porque solo viéndote se sabe la muerte no es siempre la muerte.
Allí, el primer enterramiento público aconteció el 22 de abril de 1868 y correspondió a una niña parda llamada Encarnación Ramos, lo cual fue seguido de innumerables inhumaciones que convierten al camposanto santiaguero en un referente del patrimonio funerario en Cuba.
Pero, más allá de su función social, ¿es esta necrópolis únicamente el sitio adonde nos dirigimos después de nuestro paso por la vida, o un espacio donde la leyenda y la historia se conjugan en piezas de granito y mármol?
Con más de 10 mil tumbas distribuidas en 9,4 hectáreas, el recinto lleva en sus entrañas a figuras que han dejado huellas en la esfera política, cultural, científica, intelectual y en otras ramas.
La historia quiso que la fecha de su fundación coincidiera con el inicio de las luchas por la independencia de Cuba, razón por la que en él reposan y se veneran los restos de figuras de nuestras gestas libertarias.
Cada estructura vio depositar hombres de luz, entre ellos Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, quien fue trasladado allí luego de su trágica muerte en San Lorenzo, el 27 de febrero de 1874.
Cual imponente fortín se alza el Retablo de los Héroes, monumento de grandes que guarda como preciado tesoro a generales de la talla de Guillermón Moncada y Flor Crombet, y a otros oficiales y soldados de las contiendas de 1868 y 1895.
La mujer cubana, digno baluarte de nuestras gestas liberadoras, halló también su lugar en la necrópolis, en sepulcros que, aunque sencillos, llevan en sí la grandeza de féminas ilustres como Mariana Grajales, Dominga Moncada y María Cabrales, las dos primeras, madres excepcionales y la otra, fiel compañera que sintió como suyos los ideales de su amado Antonio Maceo, Lugarteniente General del Ejército Libertador.
¡Y qué decir del Mausoleo erigido a la memoria de José Martí!, que inaugurado el 30 de junio de 1951, tiene innumerables valores estéticos con un marcado simbolismo e inspirados en la vida del Maestro y Héroe Nacional consagrada a la Patria.
A la riqueza patrimonial del camposanto se suman otras construcciones del siglo XIX e inicios del XX, donde tienen su morada personalidades representativas de diversas aristas de la sociedad, entre ellas Emilio Bacardí y Elvira Cape, impulsores de una buena parte del desarrollo cultural de la ciudad de Santiago de Cuba.
Las lápidas hacen perdurables en el recuerdo, también, los nombres de numerosos mártires de la causa revolucionaria.
Nos llegan así a la memoria y el alma el ejemplo de la familia País García, con sus hijos Frank y Josué encabezando el glosario de jóvenes caídos por un mismo ideal, a los que se suman Pepito Tey, Tony Alomá, Otto Parellada, inmolados el 30 de noviembre de 1956, y los que enfrentaron las huestes del dictador Fulgencio Batista, el 26 de julio de 1953.
Si de recordar hombres de honor se trata, no quedan atrás el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Monumento a los caídos en misiones internacionalistas.
Asimismo, complementa el valor de ese sagrado lugar el descanso de Francisco Antonmarchi Mettei, quien fuera el último médico de Napoléon Bonaparte.
Las leyendas que acompañan al cementerio le imprimen un sello único, además de la obra que el hombre ha construido con sus propias manos, tal vez tratando de aliviar con su poder creador el dolor ante el repentino rumbo hacia la oscuridad.
Se imponen así las incontables cruces, ángeles y vírgenes con rostros en señal de tristeza, compasión e incluso conformidad ante la temporalidad de nuestra estancia en la tierra.
Todos esos elementos y las historias misteriosas enriquecidas por la oralidad y transmitidas de generación en generación, se unen indisolublemente para establecer un lenguaje común en este sitio que bien podría calificarse como “ciudad de muertos”, donde los vivos acuden para hacer perpetuo su recuerdo.
Esas visitas, a partir del próximo cuatro de diciembre, no serán solo para expresar la añoranza por el ser perdido y honrar a las notables figuras que hace tantos años allí descansan, sino también para rendir tributo al hombre, que una vez acusado, fue absuelto por la historia, aquel que una vez dijo llevaba en su corazón las doctrinas del Maestro.
Desde el próximo domingo 4 de diciembre, el camposanto santiaguero será un sitio de peregrinación para recordar al Comandante en Jefe Fidel Castro, cuyas cenizas serán sembradas allí, un lugar digno de héroes, para casi todos el espacio donde sacar el llanto y la nostalgia hacia las personas que vimos vivir o morir o, sencillamente, el suelo donde depositemos o recibamos, las flores de la vida.
¡Ya viene Fidel a Santiago para descansar por siempre!, nuevamente en Santa Ifigenia se hará historia.
(Tomado de la ACN)