La Habana, 5 ene (RHC) Hace nueve años se atrevió a algo grande. Tenía 26 años y unos deseos inmensos de «tragarse» la tierra en aras de cambiar su vida.
Por eso, sin espanto alguno, pidió en usufructo un terreno de 6,71 hectáreas para dedicarse al cultivo del arroz, tarea complicada para una joven que había sido ama de casa durante buen tiempo.
Al cabo de los meses, en agosto de 2009, fue aprobada su solicitud, y Misleydis Cedeño, después de recibir un crédito bancario de 22 000 pesos, se volcó de lleno a la agricultura en las inmediaciones del poblado Los Pozos, en Yara, provincia Granma. Era una porción plagada de marabú y de otros arbustos menos espinosos, pero igual de punzantes para cosechar el cereal.
«Sabía que iba a pasar trabajo, pero me arriesgué. Vengo de una familia campesina, crecí ayudando a mi abuelo y a mi padre en el campo. Cuando empecé me dije: “Yo puedo”, y lo hice. Mi mamá me dio todo el apoyo y algunos amigos también me ayudaron», cuenta ahora esta mujer, integrante de la cooperativa de créditos y servicios fortalecida Francisco Pi Figueredo.
Tal fue su vehemencia en las labores bajo el sol, que hoy es una cosechadora ejemplar en su municipio y en la provincia. En su «parcela» ha obtenido durante años rendimientos de hasta siete toneladas por hectárea, un resultado que no es común en estos tiempos.
«La agricultura necesita dedicación al máximo y más el arroz, que lleva siembra, varios pases de agua, fumigación, control de plagas, corte... », asegura con una leve sonrisa.
Madrugadora por excelencia, cada día de este mundo se levanta a las 4:30 de la mañana en el barrio de Jobosí, en Yara. «Les echo comida a los animales, dejo preparado el almuerzo y salgo en bicicleta para el campo, que está a varios kilómetros de la casa; a las seis de la mañana llego y estoy trabajando hasta que pueda», comenta.
Esas faenas domésticas y agrícolas se complicaron en 2015, cuando vino al mundo Félix Vladi, su segundo hijo. Sin embargo, Misleydis siguió la ruta trazada en su ánimo y solo abandonó los cultivos parcialmente, que quedaron en manos de familiares de confianza.
Ella recuerda que hasta embarazada se iba a supervisar la cosecha. «Después que llegó el segundo niño me mantuve al tanto de todo, y cuando estuve en condiciones de salir, me fui de nuevo al trabajo sin descuidar a mi bebé, que hoy tiene 18 meses».
Los ríos de sudor en el campo han dado sus frutos, no solo por el salto en la economía personal, que la ha llevado a comprar casa y varios equipos electrodomésticos, sino también por los estímulos morales recibidos, de los que habla con mucho orgullo.
«El mayor de todos fue el que me dieron en La Habana, en abril de 2016», expresa refiriéndose a la medalla Abel Santamaría, otorgada por el Consejo de Estado a propuesta de la Unión de Jóvenes Comunistas, la cual se concede a personas con aportes sobresalientes a la sociedad.
«Yo estaba muy nerviosa por la significación del acto y porque allí se encontraban Machado (José Ramón Machado Ventura), la Primera Secretaria de la UJC y otros dirigentes importantes. Me duele que mi papá y mi abuelo, que ya no están físicamente, no hayan podido vivir ese momento», expone con un tono solemne.
Después de la condecoración ella regresó con mayores motivaciones a sus sembrados. «Quiero seguir consagrándome, mejorar los rendimientos, inculcarles a mis hijos el trabajo; ya el mayor, que tiene 18 años, continúa mis pasos».
Cuando al final del diálogo, JR le pregunta por alguna recomendación a quienes se inician en los rigores de la agricultura, Misleydis se encoge de hombros y responde enseguida: «Que no le tengan miedo al trabajo; el campo lleva sacrificios, pero deja bienestar. La tierra siempre te agradece el esfuerzo».
Por Osviel Castro, JRebelde