por Yuris Nórido
La Habana, 16 enero- Alguna gente cree que la ausencia de telenovelas cubanas en el espacio estelar de Cubavisión debería persuadirnos de que este país debería dejar de producir ese tipo de dramatizados.
Si no podemos garantizar la continuidad en la producción, ni la calidad de los productos, lo mejor sería comprar las telenovelas en Brasil o en Colombia y olvidarnos de esa pretensión —opinan.
A la telenovela no se puede renunciar, por más que algunos intelectuales las rechacen de plano, asumiendo que son elementales, reduccionistas, maniqueas y soporíferas.
Es cierto que muchas de las telenovelas clásicas no pasan de ser historias banales y perfectamente previsibles… E incluso, no pocas llegan a ser francamente reaccionarias en algunos de sus presupuestos éticos.
Pero no conviene botar el sofá. Ningún género es de por sí malo o bueno. Y está claro que la telenovela es muy popular.
Esa lucha de contrarios, del bien contra el mal, en pos de la felicidad y el amor, todavía emociona a millones. Que muchos lo consigan a golpe de facilismos, que la telenovela haya devenido producto estrella de la televisión más mercantilista… son hechos incuestionables.
¿Pero se puede ignorar su inmenso potencial, su gran impacto social?
Por eso hay que defender la telenovela cubana, por más que de cuando en cuando decepcionen sus puntuales manifestaciones.
En el concierto latinoamericano, nuestra telenovela es punto y aparte. Y no hablamos precisamente de la factura, que esa sigue siendo una asignatura pendiente, sino del universo temático y estilístico.
Difícilmente una telenovela cubana se circunscribirá a una sencilla historia de amor, los realizadores y escritores casi siempre quieren ir más allá.
El resultado es que el espectador cubano le pide a su telenovela lo que no le pide a las extranjeras: que sea una recreación cuestionadora de su contexto, crónica del día a día… y eso sin que traicione los sempiternos códigos del folletín.
Ahí está uno de los mayores retos para el género en Cuba. Partamos de que ninguna creación audiovisual, ni siquiera los documentales, son copia exacta de sus contextos y referentes. El arte nunca copia o refleja.
Y la telenovela, para seguir asumiéndose telenovela, no debe traicionar sus más elementales presupuestos.
El problema de muchas de las producciones de los últimos años es que hasta cierto punto han ignorado esos códigos.
Y la verdad es que se puede asumir un amplísimo espectro de temáticas y conflictos sociales, históricos y hasta políticos. Pero el eje básico tiene que ser siendo las peripecias del amor… o el desamor.
Esa capacidad de integrar dos ámbitos que no siempre van de la mano en las producciones extranjeras podría ser una fortaleza de las telenovelas cubanas.
Sin contar el hecho de que la gente siempre muestra particular interés por la recreación de su contexto más inmediato.
Se puede hacer con sinceridad, profundidad psicológica, vuelo e imaginación, contundencia ética y estética.
Los problemas de producción que lastran la calidad formal de la telenovela en Cuba ameritan una serie de reportajes que asumiremos este año.
Pero algo tiene que quedar claro: necesitamos nuestras telenovelas.
Hay que revitalizar la industria, hay que encontrar alternativas para la producción, hay que estabilizar las frecuencias y la continuidad.
Para noviembre del año pasado estaba anunciada Tiempos de amar, una telenovela dirigida por Ernesto Fiallo. Se cambió la fecha de estreno para principios de este año.
Hay muchas expectativas con esta teleserie. Pero la principal es que rescate un espacio que no podemos permitirnos perder.
Ninguna telenovela brasileña o colombiana podrá hablarnos mejor que una hecha en Cuba. Eso es obvio.
(CubaSí)