El contexto de este 19 Festival del Habano, que acontece en Cuba, es de los mejores para subsanar una omisión frecuente cuando se argumenta sobre la calidad del tabaco cubano, el mejor del mundo.
Muchas veces y con sobradas razones se alaba la calidad del tabaco cubano como el mejor del mundo. Se argumenta en cómo al irrepetible gusto de este h abano tributan las peculiaridades del suelo y clima de Cuba así como en la variedad de tabaco negro y en el buen hacer de vegueros y torcedores.
El mismísimo Alejandro Robaina, el Rey del tabaco cubano como le llamaban, había declarado a esta reportera en quizás la última entrevista que concediera antes de su fallecimiento, que la excelencia del tabaco y de sus vegas Robaina en particular, estaba en que “le echamos abono orgánico, estiércol de caballo. El único secreto es amar la tierra y hacer las cosas bien, No hay nada escondido.”
Pero sí hay algo más, oculto en el corazón de los habanos que se elaboran en esta tierra y que, por lo regular, se omite al promocionarlos.
Ahora, que transcurre el 19 Festival del Habano, es buen momento para subsanar olvidos. Y es que cada puro cubano lleva entre sus capas, a diferencia de cualquier otro que se elabore en el planeta, altas dosis de genuina cultura universal.
Mientras el torcedor va plisando en forma de abanico las hojas de tabaco para confeccionar la llamada tripa del habano, lo mejor de la literatura de todos los tiempos, la más actual información sobre el acontecer de Cuba y el mundo, va incorporándose al corazón del puro.
Y así, cada calada que da el fumador, porta no solo ese aroma, ese sabor exclusivo y parejo, rotundo; también en cada bocanada puede ir lo mismo la crítica social, la ironía y humor de Charles Dickens, que el espíritu aventurero de las novelas de Alejandro Dumas, o los redobles o susurros de la poesía de Neruda o Martí.
Y es que mientras las manos y la vista del tabaquero se concentran en la chaveta sobre las hojas, sus oídos y parte de su corazón siguen atentos la voz del lector de tabaquería, allá en la tarima.
No existe hoy otro país del mundo con una figura como esta dentro del proceso de elaboración de los tabacos.
“Por Cuba se inició en el mundo la lectura de tabaquería y es el único país que conserva esa hermosa tradición”, asegura Zoe Nocedo Primo, destacada conocedora de todos los entresijos de la cultura del habano y directora del Museo del Tabaco de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
Aseguran que fue en diciembre de 1865 cuando quedó instaurada en Cuba, por entonces colonia de España, la lectura en las tabaquerías.
Fue en la intersección de las calles habaneras Sitios y Ángeles donde por primera vez se alzó una voz leyendo para los torcedores que se afanaban en las galeras de la fábrica el Fígaro.
Don Fernando Ortiz evoca en su antológico texto El contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar , que “En La Habana la lectura se introdujo en las tabaquerías en 1865, a impulso de Nicolás Azcárate y fue la fábrica “El Fígaro”, la primera que permitió la lectura en sus talleres”.
Al siguiente año, la novedad se había extendido a los talleres de Jaime Partagás en su taller y luego le siguieron muchos otros.
Esta práctica se reprodujo después en otros países latinoamericanos como México y República Dominicana, pero a mediados del siglo XX se extinguió, permaneciendo solo en la Mayor de las Antillas, donde la aparición de la radio no le hizo competencia. Nada como sentir, in situ, una voz que vibra y bien modula, acercando el acervo universal al puesto de trabajo.
Pero en los inicios, uno de los tabaqueros asumía la función de lector mientras sus compañeros de labor aportaban una cuota para completar el jornal del lector, que nada devengaba mientras cumplía esa tarea, hasta entonces inédita.
Fue después de enero de 1959 cuando la plaza de lector de tabaquería quedó reconocida dentro del gremio y la cultura cubana en general, a la vez que trascendía los muros de las galeras para alcanzar escogidas y despalillos.
La Instrucción No. 2214 de la Organización del Trabajo y Seguridad Social, del 25 de junio de 1983, legaliza este oficio, cuyo pago hasta entonces parece responder a subcontratos. En 2003, durante el Primer Encuentro de Lectores de Tabaquerías, Escogidas y Despalillos, la plaza del lector quedó clasificada dentro del calificador de cargos como Técnico de Lectura, y se reajustó su salario atendiendo al carácter educativo de dicha labor.
De acuerdo con los datos públicos localizados, hasta 2012, más de 200 personas ejercían en la Isla ese respetable oficio, también protagonizado por mujeres.
Tan respetable es, y enraizado en la savia de la cultura cubana, que José Martí llegó a asegurar: “La mesa de lectura de cada tabaquería fue tribuna avanzada de la libertad”.
El conocido escritor y etnólogo Miguel Barnet, presidente de la UNEAC, recordó en un artículo publicado en Granma sobre este tema “que los discursos patrióticos del poeta nacional de Cuba y héroe de la independencia frente a España, José Martí, fueron leídos en voz alta en las tabaquerías de Tampa y Cayo Hueso a los tabaqueros que vivían exiliados en esas ciudades norteamericanas. La lectura de estos discursos que Martí pronunció en esos centros de trabajo le hicieron comentar a su regreso a Nueva York que los tabaqueros eran incondicionales aliados de la causa de la libertad de la isla.
¿Y qué leen y leían a los tabaqueros?
Aunque no es posible disponer de todos los registros documentales sobre esta práctica oral, los que existen, indican que, por ejemplo, en la Fábrica Partagás, durante la década de 1860, además de los periódicos y folletines de la época, también se daba lectura a tomos sobre luchas sociales, economía política e historia de la Revolución Francesa.
“La clásica novela Los miserables, de Víctor Hugo, quizás fue el libro más leído en todas las tabaquerías de la Isla, y presumiblemente también algunas obras o fragmentos de autores cubanos publicados en la prensa periódica”, indicó el doctor Félix Julio Alfonso López, en su texto Lectores en la tabaquería: una tradición viva de la cultura cubana, publicado por la revista Casa de las Américas.
No son novelitas del corazón las que nutren las lecturas de tabaquería. También autores como Emile Zola, Dostoievski, Balzac, Cervantes, Stendhal, Edgar Allan Poe, Herman Melville, Carlos Lobeira, Shakespeare y Alejandro Dumas han engrosado la cultura de los tabaqueros cubanos.
Y tanto impacto causó en ellos estos dos últimos escritores, que a personas de sus obras son debidas famosas marcas de vitolas como Romeo y Julieta o Montecristo.
Lecturas patrimoniales
Tan innegable ha sido la contribución de la lectura de tabaquería al acervo cultural del gremio y la nación toda, tal su impronta en las luchas libertarias y el afán patriótico, que en 2012, la Comisión Nacional para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de Cuba y el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural declararon esta práctica Patrimonio Cultural de la Nación Cubana.
Durante el acto en que así fueron reconocidos los lectores de tabaquería, Miguel Barnet expresó la posibilidad de que ese tan histórico oficio, por su originalidad y porque ha salvaguardado un tesoro de la memoria viva de una colectividad, sea igualmente declarado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) como Patrimonio Intangible de la Humanidad.
Los tabaqueros, además de su sentido gremial y patriótico, se han distinguido tradicionalmente por su cultura al margen del título académico que posean. A una buena lectura, sentida, intencional e incluso con visos interpretativos, saben premiarla chasqueando sus chavetas contra el tablero.
Ese es su aplauso. Y el merecido aplauso al habano cubano debería hacerse siempre también extensivo al oficio de los lectores de tabaquería, que hacen de cada bocanada de humo de estos excelentes puros, también una bocanada de cultura.