Por: Guadalupe Yaujar Díaz
El domingo último el nuevo espacio televisivo “Bailando en Cuba” rindió homenaje al Son, el ritmo de la isla más conocido internacionalmente, no solo por sus aportes a la música sino también por el baile que lo acompaña, el cual destaca por su simplicidad y su elegancia.
De ello precisamente hicieron galas las parejas de bailadores, profesionales y aficionadas, quienes en competencia ofrecieron en la noche televisiva lo mejor del repertorio sonero que posee Cuba.
Lastimosamente, por varias décadas, el género se relegó como baile popular y los jóvenes mayoritariamente no tienen incluido entre sus gustos el bailarlo, y mucho menos conocen qué pasos lleva.
Declarado patrimonio cultural inmaterial de la nación el 4 de septiembre de 2012 en tierras santiagueras, su cuna natal, el son constituye un regalo a sus cultores y a los bailadores; es muestra de reconocimiento hacia un género raigal cuya expresión trasciende en tiempo y espacio desde lo más tradicional hasta lo más contemporáneo.
El son cubano surgió a finales del siglo XIX, como un género musical originario en la región oriental de la isla (las provincias de Guantánamo, Santiago de Cuba, Holguín, Las Tunas y Granma).
Contiene la riqueza fenomenal del folklore español, mezclada con el vigor de la música africana, y dio paso rápido a la urdimbre musical que envuelve el nacimiento del son, cuyo origen está íntimamente vinculado al Changüí, considerado como el ritmo madre de éste.
En medio de controversias históricas se mueven los sones más antiguos conocidos, según algunos investigadores, datan del Siglo XVI como el son de la “ Má Teodora”, posiblemente de 1562 interpretado por dos hermanas dominicanas, Micaela y Teodora Ginés.
Sin embargo, la pieza musical ha quedado impugnada por algunos historiadores acerca de la veracidad de la existencia en tan temprana fecha, tanto de Teodora Ginés como del documento que lo acredita.
En 1892, el tresista de origen haitiano Nené Manfugás lo lleva del monte a los carnavales de la oriental Santiago de Cuba, pasando a La Habana alrededor de 1909.
El "Cuarteto Oriental" creado en 1916, se convirtió en 1918, en el Sexteto Habanero, estableciendo el formato tradicional de las bandas de este ritmo.
A propósito de la aparición en la urbe habanera el investigador Radamés Giro expresa: … “Más razonable es decir que el son llegó a la capital a través de los que emigraban de su lugar de origen a otras regiones, incluyendo la capital. Si el son es un fenómeno artístico que se venía formando desde la segunda mitad del siglo XIX – y no sólo en la antigua provincia de Oriente - , es lógico suponer, más no afirmar, que ya mucho antes de 1909 se escuchara en la capital …” (1)
La radiodifusión comercial en la década de 1920 dio auge y popularización del son y las primeras formaciones de este género se constituyeron básicamente por tríos como lo fue el emblemático Trío Matamoros imprescindible en el pentagrama cubano.
Por esa época las clases altas de Cuba, aficionadas al Danzón, primer género autóctono de la isla, miraron con recelo al son, considerándolo falto de clase, pero no evitó que éste adquiriera más popularidad y acabó imponiéndose al Danzón.
En esa fecha el Cuarteto Oriental devino un sexteto y se renombró como Sexteto Habanero, grupo de configuración "clásica" del sexteto de son compuesto por guitarra, tres, bongos, claves, maracas y contrabajo.
Y los finales de ese año estas agrupaciones se convirtieron en septetos y la popularidad continuó creciendo con artistas como el Septeto Nacional y su director Ignacio Piñeiro, creador de “Échale salsita” probablemente la primera vez que se usó la palabra salsa para denominar a la música caribeña.
En 1940 el Conjunto Casino y el Conjunto de Arsenio Rodríguez, lideraron una avalancha de grupos con formación similar en todo el país. Arsenio Rodríguez (1911-1970), conocido como “El ciego maravilloso”, disemina la instrumentación tradicional al añadirle una tumbadora y otra trompeta, con lo que crea el conjunto clásico de son, que sería la base para los grupos de salsa de los años sesenta.
Autor de emblemáticos como “Bruca manigua” o “Fuego en el 23” legó con su impronta musical una huella indeleble en el desarrollo de la música popular cubana y de la música bailable de América Latina y el Caribe y Estados Unidos.
Mientras los formatos de los intérpretes se remitieron a los instrumentos utilizados, por la fusión, en las dos culturas. La parte africana aportó la base a través de la Percusión y la española le donó la armoniosa Guitarra, dando lugar al surgimiento de otros instrumentos muy propios del Son como la Guitarra Tres y la Clave cubana.
Más tarde, al incluirse las trompetas se crearon las sonoras y de ellas, la que sin duda, fue la Sonora Matancera, decana de los conjuntos soneros, quien internacionalizó el género entronizándolo en todos los rincones latinoamericanos.
En tanto el Sonero Mayor, Benny Moré, aportó al son su peculiar y único estilo de cantar y dio vida a la ejecución del son tocado con una orquesta como su Banda Gigante.
Mientras, las otras orquestas o bandas utilizaban Trompetas, Trombones, Saxofones, Congas, aunque con el tiempo la fusión amplió la incalculable riqueza musical que atesora la isla de música popular bailable.
Aporta a este baile de pareja, además, los atributos de amplia riqueza, percusión y armónica, está salpicado de la picardía o nostalgia en sus letras.
Tiene el llamativo encanto del galanteo masculino que puede hacer el bailador y admira a la mujer en todos sus movimientos; ella coquetea y contonea al ritmo de los tambores y el tres sus dotes naturales.
El cantante improvisa el texto y el coro repite constantemente un estribillo enmarcado en las más amplias temáticas populares; empleándose mucho la sátira o la descripción y no falta la alusión a las más diversas situaciones cotidianas de circunstancias personales, de paisajes y de hechos trascendentes en la localidad, sin perder las formas del lenguaje popular.
Es tal la identidad de las letras de los sones con el lenguaje musical sonero, que los poetas cubanos llegaron a omitir la música sin que se perdiera la esencia sonera en el proceso de producción lírica, cuyo principal exponente deviene nuestro Poeta Nacional, Nicolás Guillén.
Actualmente nuestro país cuenta con un sinnúmero de orquestas Charangas exponentes del ritmo como lo son Enrique Jorrín y La Orquesta Aragón, Neno González, Original de Manzanillo, Ritmo Oriental, o las soneras Adalberto Álvarez y su son, Cándido Fabré y su banda y la Original de Manzanillo, entre otras.
Destacados trovadores grabaron sones en La Habana a principios del siglo XX y en rápida nómina sobresalen nombres que incluyen a Sindo Garay, Manuel Corona, María Teresa Vera, Alberto Villalón, José Castillo, y Ñico Zaquito por sólo citar algunos.
Por estos días, en que el son parece haber salido de paseo saltan intérpretes de renombre como Pacho Alonso, Abelardo Barroso, Miguelito Cuní, el dúo Los Compadres, Roberto Faz, Ibrahim Ferrer, El Guayabero. Ya fallecidos siguen estando en el corazón de quienes hoy peinan canas pero los disfrutaron en Cuba y en otras latitudes.
No somos pocos los que pensamos que las generaciones más jóvenes de cubanos prefieren bailar la timba o la salsa o algo todavía más movido… Los más viejos mantienen su gusto por el son como uno de los géneros que escuchan, bailan o cantan.
Si es bueno un repaso apretado de la génesis sonera que avive lo mejor de la tradición bailable, también habrá que promocionar aún más piezas tan sugestivas y divertidas como: El Chan Chan de Francisco Repilado, Compay Segundo; Como baila Marieta de Faustino Oramas el Guayabero; Rico Pilón de Pacho Alonso; El diablo Tun Tun de Miguel Cuní; Que bueno baila usted de Benny Moré; Son de la loma de Miguel Matamoros, o Mami me gustó de Arsenio Rodríguez, todas ellas símbolos de cubanía.
Apostamos porque haya más, para todos los gustos, y que los medios de comunicación, especialmente la televisión, por su fuerza multiplicadora, siga mostrándole a la juventud todos los valores que tenemos, el enorme caudal cultural de la nación.
1) Giro, Radamés: Los Motivos del son. Panorama de la música popular cubana. Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 1998, p. 200