Escrito por: Yahily Hernández Porto y Damaris Hernández Marí/Juventud Rebelde
Le dicen «El brujito del agua», «El adivinador», «El hombre magnético» o del «alambrito» y «El pocero de Camagüey». Todos sus alias describen con cierta precisión a Edilberto García Alonso, un cubano que a los 76 años de edad continúa haciendo gala de un auténtico don para escuchar los susurros del agua subterránea.
«Es un regalo que me dio la naturaleza y que agradezco. Mi vida no sería igual si no fuera por mi alambrito “chismoso”», bromea Edilberto, natural de El Junquito, localidad de Caracuna, en el municipio camagüeyano de Jimaguayú.
Edi, como le dicen sus amigos más cercanos, es un marcador de pozos que ha devenido personaje entrañable de la Ciudad de los Tinajones, pues con su instrumento de trabajo, un alambre galvanizado de un metro y medio de largo, ubica «con precisión, en una tierra azotada por fuertes sequías, el lugar donde deben abrirse los pozos».
—¿Cómo aprendió el oficio?
—Cuando tenía 23 años, mientras observaba a un amigo. En aquella ocasión, quienes lo imitaron no pudieron ubicar el agua subterránea, pero cuando todos se fueron lo intenté y el alambrito se me torció en el mismo lugar, una y otra vez. Desde entonces he marcado más de 3 000 pozos y nunca me he equivocado; creo que por eso soy tan conocido.
—¿Qué es lo que más le gusta de esa labor?
—Los amigos que se multiplican, verle la cara a la gente cuando marco, porque se queda asombrada, y conversar. Nunca he cobrado por marcar agua subterránea. Mi recompensa son las amistades y el saludo de las personas en la calle.
—¿En esta ocupación es esencial ser preciso? ¿De eso depende su popularidad?
—Sí. Es lamentable que después de que se abra el pozo, sea infértil, esté seco. Hay quien me busca porque piensa que soy el mejor, pero no es así; hay otros marcadores de pozos muy buenos en Camagüey. La popularidad también depende del compromiso y la seriedad, porque quien busca abrir un pozo es porque necesita agua y esa situación tiene la cara bien fea. Todos los días las personas me ponen a prueba y hasta el momento no he defraudado a ninguna.
—¿Cuál es el secreto para marcar con acierto?
—Está en mi cuerpo y es cuestión de pura física. Soy sensible a la energía que genera el agua al correr. La percibo a través del alambrito «chismoso», que se dobla en forma del número ocho en el mismo lugar; cuando eso ocurre es porque hay agua.
—Hay quien cree que es cosa sobrenatural…
—Muchas personas hasta se persignan cuando estoy haciendo mi trabajo. Los que más saben de estos fenómenos me lo han explicado y yo trato de transmitir ese conocimiento, pero hay quien no lo entiende así y no cojo lucha con esos criterios; no me molestan. Es la gente quien crea las leyendas; prefiero ser recordado como un hombre de bien, que gusta de ayudar a los demás. Si algo me envuelve, de eso no hay quien escape.
«Son increíbles las cosas que le ocurren a uno en este oficio. Una vez en el reparto Garrido una mujer me imitó y cuando se le dobló el alambrito salió corriendo, dando sus buenos gritos. En otra ocasión, vinieron desde Najasa a ver si sabía determinar dónde había plata y oro, pero les respondí que eso era imposible».
—Pero aseguran que usted también es un buscador de oro...
—¡Qué mayor oro que encontrar agua! Pero sí, he tenido suerte con algunos hallazgos. Hace diez años, en el poblado de Lugareño, donde marqué el agua se encontraron 140 000 monedas de antes. También en el reparto El Porvenir se halló dinero, un dedal, cinco doblones y una cadena, todos de oro. Y en el centro de Camagüey acerté con la plata.
«Eso es solo suerte; lo que busco y encuentro es agua y no fortuna. Que en el lugar donde yo marque se encuentre otra cosa mientras se abre el pozo, es pura coincidencia».
—¿Quién es Edilberto, más allá de su popularidad?
—Desde los 14 años cortaba caña y chapeaba potreros. Fui hijo de la primera zafra de El Junquito, así que me forjé en el trabajo. Soy un padre de familia, tengo 53 años de matrimonio con una mujer maravillosa, que me acompaña de vez en cuando a marcar mis pozos; y tengo un infarto, pero que nadie se preocupe, porque me cuido como gallo fino.