por Mario Ernesto Almeida
En las cercanías de Soplillar, un pueblecito entre Girón y Playa Larga, en la Ciénaga de Zapata, existe un Memorial que, mientras funciona como biblioteca, revive en sí la cena de nochebuena de 1959. Para los carboneros de entonces, no solo fue la primera comida navideña del periodo revolucionario; tuvieron la sorpresa y el placer de compartirla con Fidel Castro Ruz.
Mabel Duques, una de las bibliotecarias, insistió en mostrarnos los dos bohíos levantados por el artista de la plástica Alexis Leyva Machado (Kcho) durante el 2009, sobre el mismo palmo de tierra y como copia fiel de los domicilios de Rogelio García y Carlos Méndez, guajiros anfitriones de la histórica velada.
«Aquí realizamos un trabajo voluntario. Las personas trabajaban en sus centros laborales hasta el mediodía y, luego, venían a colaborar sin que fuesen afectados salarialmente», comentó en el interior de una de las cabañas de piso de tierra, paredes de palma y techo de guano; tal cual eran en la época, agregó.
Por todos lados aparecían fotos; la mayoría muestran al Comandante en Jefe junto a los pobladores. Una de ellas enmarca el instante en el que Fidel enseñaba a los carboneros cómo dominar una ametralladora para, de ser necesario, algún día, defender aquel terruño; «¡con esa capacidad que tenía de ver el futuro!», dice en referencia al posterior ataque mercenario de abril de 1961, por el propio territorio.
Señala la caja de bacalao que por aquellos tiempos habría servido de viandero, los canapés de yute, los quinqués… A su vez, nos guía hasta la biblioteca; un bohío algo mayor –también levantado por Kcho–. «Todos los libros han sido donados; personas que vienen y más adelante regresan con algo entre sus manos».
Usted debe haber conocido a muchas personalidades trabajando aquí…, le pregunto. «Muchísimas. Imagínate, solo el año anterior pasaron más de 90 000 personas; el mes de abril influye por la Victoria de Girón. Han venido embajadores, intelectuales, el presidente de la Duma Rusa, la senadora colombiana Piedad Córdoba, y quién sabe cuántos que no dijeron sus nombres».
El memorial tiene un visitante especial: «Walter Martínez, el periodista de Telesur, ha donado libros muy importantes, entre ellos, algunos atlas. Todos los años llega hasta acá y es igual a un niño, porque antes de irse… llora; dice que aquí se siente libre».
Aquel 24 de diciembre, Fidel llegó desde la capital. Se encontraba en la Laguna del Tesoro cotejando proyectos que se llevarían a cabo en la Ciénaga de Zapata. Entonces decidió pasar la noche con los carboneros, en un ambiente familiar.
Fue la primera vez en la historia de Cuba que un jefe de Estado compartía con los trabajadores, hasta entonces, los más explotados y olvidados.
Mabel explica todo con tanta naturalidad que nadie negaría que ella es la historiadora. «Aquí hacemos de todo. Cuando el museólogo se encuentra de vacaciones, como ahora, nosotras –las dos bibliotecarias– brindamos la información; los tres estamos preparados para recibir cualquier tipo de visitante. Trabajamos de martes a domingo, de ocho de la mañana a cuatro de la tarde.
«Fue maravillosa la gentileza de Kcho al regalarnos un lugar que recordara esta historia. Los de mayor edad, los participantes, comentaban al respecto, pero en realidad la anécdota no se contaba ni en las escuelas. Aquí, Fidel demostró que la Revolución sería de los humildes, con los humildes y para los humildes, porque pudo haber cenado en el hotel Nacional y, sin embargo, decidió hacerlo con los carboneros».
Para Mabel, resulta un orgullo trabajar el día a día en el Memorial-Biblioteca 50 Aniversario de la cena carbonera con Fidel; «dar la explicación es vivir ese momento; nos emocionamos. Cuando falleció el Comandante, sentíamos que estaba; lo veíamos aquí; para nosotros él nunca ha dejado ni va a dejar de estar».
Un trino acompañó toda la charla; un sonido que solo en los cubanísimos campos podría escucharse. «En el patio tenemos contabilizados 17 tocororos. Ellos solos empezaron a llegar y ahí se han reproducido. Y el tocororo –deben saber–, donde hace el nido… de ahí nunca más se va».
(Granma)