Por Marta Hernández
Quienes viven o visitan la ciudad de Santa Clara perciben la impronta de Marta Abreu, la mujer que dedicó su existencia y economía a desarrollar esta villa y dotar a sus pobladores más desfavorecidos de medios y recursos que les proporcionaran una vida mejor.
Desde niña fue diferente, su amor al prójimo la llevó a compartir ropas y juguetes con los hijos de los esclavos, y alternar desenfadadamente con la prole de criadas, caleseros y otros miembros de la servidumbre de esa hidalga familia.
Su visión diferente de la vida la hizo contradecir los preceptos sociales de la época.
El desacato a todo lo convencional la llevó a contraer nupcias con Luis Estévez, un abogado habanero mucho más joven y sin fortuna, a quien los padres no aceptaban como futuro yerno porque aseguraban que la pretendía por el dinero y rango que tenía Marta.
Fue el seis de mayo de 1874, cuando en la iglesia parroquial de Santa Clara la pareja contrajo matrimonio en una ceremonia íntima, a la que solo asistieron los padrinos de la novia y el sacerdote, acto que provocó una ruptura con los progenitores que solo el nacimiento de los nietos logró sanar.
Siempre colaboró con los independentistas cubanos para lograr la separación de España, para esos afanes donó en reiteradas ocasiones grandes sumas de dinero, muchas veces a nombre de otras personas o de forma totalmente anónima.
El amor a sus gentes, su ciudad y calles lo manifestó en la creación de espacios públicos en las orillas de los ríos para que las lavanderas pudieran trabajar con mayor comodidad mientras sus hijos pequeños estaban a buen resguardo.
La electrificación de la urbe, construcción de escuelas para niños y niñas negras, dispensarios médicos, e incluso un panteón en el cementerio local para que los pobres fueran sepultados, son algunas de las obras con las que enalteció a este pueblo que aún la recuerda.
Por su actitud contestataria al gobierno peninsular tuvo que salir de Cuba y establecerse en Francia, desde ese momento intentó que su ciudad natal también gozara de los adelantos europeos.
Se sentía disgustada porque las mujeres pobres siempre andaban con el cabello mal peinado, por ese motivo enseñó a sus sirvientas a realizar diferentes tocados y les indicó que trasmitieran esos conocimientos a las lugareñas.
Muchos cronistas de la época aseguran que a partir de entonces, las santaclareñas fueron más presumidas y atractivas.
Su obra cumbre, el teatro La Caridad, lo construyó con el objetivo de que el gobierno municipal dedicara parte de los ingresos para su mantenimiento y el resto para el bienestar social, siglos después el coliseo sigue en pie y es un baluarte de la cultura nacional.
Era una mujer poco atractiva, callada y muy modesta, enemiga total de las alabanzas y adulaciones, siempre recordaba que ayudar a la Patria es un deber ciudadano.
Este 13 de noviembre, los santaclareños celebran el cumpleaños 172 de la benefactora y patriota de Santa Clara, quien gestó desde su amor infinito una visión diferente en los nacidos en esta localidad mediterránea que llega hasta estos días.
En esta jornada son múltiples y diferentes las celebraciones para esta dama que siempre marcó la diferencia entre sus coterráneos y llega hasta hoy como sinónimo de patriotismo, bondad y amo