Por: Guadalupe Yaujar Díaz/RHC
Famosa por sus hermosos paisajes y playas en las cayerías norte y sur de su territorio, llena de patrióticas historias y leyendas de tradición oral hasta nuestros días, Camagüey, en la región centro oriental cubana trasciende por sus añejos tinajones.
Legado de tradición territorial, este antiquísimo arte es conservado con orgullo y ocupa un lugar en la identidad cultural del centro histórico agramontinas, declarado Monumento Nacional en 1980 y Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2008.
De voluminosa panza, líneas geométricas delimitadas y cresta destacada o amigdaloide, el tinajón es todo un clásico hasta nuestros días, es un símbolo que traspasa los 500 años de historia, desde la otrora villa de Santa María del Puerto del Príncipe, fundada el 2 de febrero de 1514 por los colonizadores españoles.
Con antecedentes en la vasija andaluza, y fue la solución con la que alfareros procedentes del sur de España, asentados tempranamente en Puerto Príncipe, trocaron en almacenes de agua los recipientes antes empleados para guardar principalmente agua, así como granos, vinos, aceites y otros líquidos.
Se conoce que a partir del siglo XVII, una vez establecida la villa entre los ríos Hatibonico, Tínima, San Pedro y El Güije, existía una necesidad grande de conservar el agua. No había alcantarillado y los ventrudos envases de barro devinieron una solución para preservar fresca y cristalina el agua.
«No abundan los aljibes; el agua se recoge en hermosas tinajas [...], colocadas en los patios, por su gran cantidad contendrán 4 ó 6 de ellas la cantidad de agua de un aljibe». Así describió el habanero Antonio Bachiller y Morales los típicos tinajones camagüeyanos cuando en 1838 visitó la ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe.
El agua corría desde una canaleta de metal hacia ese recipiente ubicado debajo de los techos colgadizos, en el patio de esos primitivos hogares. Y luego, para almacenar en las cocinas se utilizaban las tinajas. A estas últimas se les ponía una piedra caliza para purificar el contenido y así hacerlo útil.
Se desarrolló el arte de fabricarlos y esa tradición artesanal que viene desde los colonizadores, señalan más de 60 tejares en la Villa, en el silgo XVIII, en donde se hacían, además, lozas de piso y tejas criollas.
Los útiles recipientes de uso doméstico, como la cultura misma, llenó espacios de la vida social y colmó los lugares públicos que hoy resaltan la arquitectura camagüeyana de esa época.
La ciudad que en 1900 con solo 30 mil habitantes llegó a tener más de 16 mil gigantes depósito de barro cocido en la zona urbana, hoy apenas más de dos mil de los originales de los “grandulones” como también se les llama.
Por demás convirtió en cultura una expresión del arte manual, de la artesanía popular, y quienes lo fabricaron transmitieron sus secretos de familia en familia. Lamentablemente esa sabiduría fue desapareciendo en los albores del siglo XX y los maestros alfareros al morir ya no contaron con sus hijos en el relevo del oficio.
Por fortuna quedan en la ciudad maestros como el talentoso escultor Nazario Salazar Martínez quien hace escuela de la artesanía alfarera y ha dejado su sello en los recipientes.
El arte ceramista de los lugareños tinajones lo encontramos también en diferentes sitios de la isla, en las agramontinas marcas de Pedro Areus, Carrasco, Vicente Morel, Tejar la Caridad JMM, por citar algunos, entre algunas de las piezas que decoran jardines en el reparto Miramar, en La Habana, y hasta a Guane, Pinar del Río.
Una vieja leyenda popular vaticina “si sólo va de paso por Camagüey, evite tomar agua de tinajón, pues "el que tome agua del tinajón permanece para siempre en este lugar" o también "aquel joven que tome agua del tinajón, ha de prendarse de una camagüeyana y permanecer en esta tierra para siempre."