Por: Guadalupe Yaujar Díaz
Algunos fumadores disfrutan un Habano devenido efímero acto de placer, sin embargo existe toda una cultura que acompaña la magia de su degustación.
El tabaco, conocido antes de la conquista de América, formaba parte de los ritos aborígenes, autóctonos habitantes de la isla, quienes ya quemaban y absorbían hierbas aromáticas que exaltaban el placer.
Y es que de puro, tabaco o Habano se conversaría posteriormente, hacia finales del siglo XVII cuando se comenzaron a enrollar esas hojas en forma cilíndrica.
A Sevilla se enviaba entonces todo el tabaco cubano en rama para ser torcido en ese lugar y nuestro país comenzaría a ser la “Madre del Habana” y La Habana “La metrópoli del mundo del Habano”.
Y llegó hasta nuestros días para el disfrute de todos los sentidos sin escalar el oído y el tacto, pues en ocasiones se escoge uno y se le acaricia cerca de la oreja.
De ahí que la producción de Habanos goce de una definición informada a través de anillas, sellos y decoraciones, que adornan y complementan olores y sabores, entre otros elementos de la final presentación.
El Museo del Tabaco, ubicado en las calles Amargura entre Mercaderes y San Ignacio (Habana Vieja), visita obligada para nacionales y foráneos, atesora verdaderas joyas, de habilitaciones tabacaleras, a través de las cuales podemos conocer las diferentes etapas de la historia de esa industria en la Mayor isla de las Antillas.
Las primeras estaban realizadas a un solo color, las más antiguas que datan de los años 60 y 70 del siglo XIX, pasando por las de colores y las llamadas pan de oro, relacionadas con un momento de esplendor del arte litográfico en general.
Pero, más allá de sus valores artísticos, ellas exhiben escenas de época consideradas con justeza verdaderos documentos históricos.
No puede dejar de hablarse del arte representa ese fabuloso universo del tabaco, en óleos que reflejan el acto de fumar, los campos de cultivo, las vegas o los procesos productivos, que forman parte de la colección pictórica del museo.
Tiempo atrás se pensaba que el origen de la vitola podría haber surgido de la necesidad de proteger los guantes de las señoras fumadoras de cigarros, sin embargo en las postrimerías del siglo XIX, esa creencia no parece tener fundamento histórico y por tanto hay que situarla en el ámbito del romanticismo o de la leyenda romántica.
Aunque desde la segunda década del siglo XIX se conoce la existencia en el país de dos pequeños talleres (los de Santiago Lessieur y Luis Claire) no fue hasta los inicios de los años cuarenta que se produjo un verdadero auge de la actividad con la llegada al país de varios dibujantes y litógrafos que aprovechando la experiencia adquirida en talleres europeos fundaron aquí dos establecimientos de categoría.
Coincide de que Cuba es el país donde surgió e incluso se reglamentó oficialmente el uso de las habilitaciones, y también que su colección constituye apasionante para quienes vinculan historia y arte, de manera conjunta, la producción de un importante rublo exportable de la economía nacional que por su calidad conquistó hace años el consumo internacional.
Según parece documentado, tanto la vitola como el juego de habilitaciones que acompañaban a las cajas de puros, nacen a raíz del considerable auge del tabaco a partir del primer tercio del siglo XIX y de la consabida competencia existente entre los fabricantes tabaqueros cubanos y su lucha titánica por proteger sus preciadas labores contra fraudes y falsificaciones.
Ello no excluye la habitual política proteccionista seguida por los fabricantes de aquella época de distinguir y adornar sus productos, en este caso los cigarros puros, destinados o dirigidos en los inicios a personas de alto nivel social.
De ahí, que el Habano cubano, reconocido mundialmente, sea propietario de las más sofisticadas formas para su venta, lo cual signa su supremacía en un mercado de muchos requerimientos, siempre condicionado por las técnicas de impresión en el país.
Cómo obviar, la imprescindible importancia histórica de las habilitaciones, ligada inexorablemente al mundo de la litografía.
La industria tabacalera de Cuba vive un reto permanente que traspasa la excelencia de su calidad, para dar paso a novedosos diseños y habilitaciones.
Hoy la exquisitez de sus originales anillas de líneas geométricas, los envases de maderas preciosas en sorprendentes formatos y la incorporación de novedosas técnicas de impresión, signan el ascenso, cada vez mayor, de una industria que destaca cultura e identidad; parte del patrimonio de la nación cubana.