Por: Marta Denis Valle
La Habana, 8 oct (RHC) La patria redime al fundador Carlos Manuel de Céspedes, situado en el lugar de sus héroes inmortales, a 150 años de la hazaña de levantar en armas a los cubanos para conquistar la independencia.
Su presencia ganó claridad en las investigaciones y opiniones de historiadores, junto a los sentimientos de los compatriotas, en el medio siglo transcurrido desde que el joven líder revolucionario Fidel Castro, reconoció el inicio de la Revolución Cubana, con Céspedes, en La Demajagua.
'...porque en Cuba solo ha habido una Revolución, la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 y que nuestro pueblo lleva adelante en estos momentos', afirmó en la celebración de su centenario.
Un homenaje simbólico ocurrió con la construcción (1964-1968) de la presa que lleva su nombre, inaugurada por el Comandante en Jefe Fidel Castro el 5 de julio de 1968 en la cuenca del río Contramaestre, con 200 millones de metros cúbicos de capacidad.
Bajo sus aguas desapareció el sitio del campamento Bijagual, donde sus detractores destituyeron al presidente Céspedes, en sesión extraordinaria con solo nueve diputados en 1873.
La plena identificación con la herencia precursora constituyó un momento esencial en el rescate de la memoria histórica de la nación y el orgullo de ser parte y protagonista de los primeros Cien Años de Lucha.
Abogado, poeta y revolucionario fue el primer presidente de la República de Cuba en Armas (12 abril de 1869-27 de octubre de 1873). Al decir de José Martí se echó su pueblo a los hombros sin más armas que un bastón de Carey.
Pero el principal mérito suyo radica en haber salvado la conspiración; de hecho cambió la historia, se adelantó a la detención de los conspiradores ordenada por el capitán general Francisco Lersundi, la cual hubiera retrasado el proceso por tiempo indeterminado.
Esta primera guerra independentista que duro 10 años, tuvo un carácter nacional-liberador, democrático y antiesclavista; aunque terminó sin lograr los principales objetivos, precipitó la abolición de la esclavitud (1880-1886).
La historia le dio la razón a quien expresó en la declaración de independencia: Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio.
Ese día glorioso dio la libertad a sus esclavos y, sin que le temblara la mano, declaró la abolición completa de la esclavitud el 25 de diciembre de 1870.
Era yo estudiante de Historia (1964-1968), carrera creada por la Ley de Reforma Universitaria (1962), cuando tuve el privilegio de recibir de la Doctora Hortensia Pichardo una visión lo más real posible del verdadero Céspedes.
Esta notable profesora buscó durante años el aspecto humano a los fríos documentos y hechos pasados; así supo expresar en el aula tales sentimientos y cuando sus alumnos le hablaban de ellos, mucho que se emocionaba.
Pichardo y su esposo Fernando Portuondo compilaron por primera vez la obra de Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, tres tomos (1974 y 1982), cuya introducción permite un acercamiento de primera mano a la vida del Padre de la Patria.
Su obra escrita no se había recopilado ni editado hasta conmemorarse el centenario de su trágica muerte en San Lorenzo, Sierra Maestra, donde fue sorprendido por los españoles el 27 de febrero de 1874.
En 1964, una década antes de dicho centenario, habían sido publicados por el Instituto de Historia dos textos pronto agotados, que acercan al lector al Céspedes más íntimo: Cartas de Carlos M. de Céspedes a su esposa Ana de Quesada (diciembre de 1870, fecha de la salida de esta para el extranjero, hasta el 23 de febrero de 1874) y un fragmento de su Diario (24 de julio de 1872 al 1 de enero de 1873).
El diario perdido (25 de julio de 1873 al 27 de febrero de 1874), ensayo de Eusebio Leal Spengler, con sucesivas ediciones, arroja más luz acerca de la figura del patriota extraordinario que estuvo relegada durante la República Neocolonial.
Solo por los notables esfuerzos del primer historiador de la ciudad de la Habana Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964) y otros apasionados cepedistas, tuvo un sitio digno.
En 1923 el Ayuntamiento de La Habana había acordado dar el nombre de Céspedes a la Plaza de Armas por iniciativa de Roig, quien promovió el proyecto a través de la revista Cuba Contemporánea.
Este primer triunfo quedaba incompleto pues, aunque se rindiera honor al Padre de la Patria, el despótico rey español desafiaba aún a los cubanos frente al antiguo Palacio de los Capitanes Generales.
Roig se atrevió a sustituir en la Plaza de Armas la estatua de Fernando VII, instalada allí en 1834, por la de Céspedes, pero esta batalla duró muchísimos años y fue colocada en 1955.
En la capital solo había un busto del patricio erigido en 1950 en el Instituto de Segunda Enseñanza de la Víbora por iniciativa de los doctores Hortensia Pichardo Viñals (1904-2001) y Fernando Portuondo del Prado (1903-1975), ambos prestigiosos profesores de historia de ese centro.
Céspedes conservó la distinción natural siendo presidente en esa larga guerra, incluso, en un bohío de guano y con ropas sencillas.
Actuó en cada momento con honor y dignidad; fue capaz de aceptar la decisión de subordinar su poder presidencial a una Cámara de Representantes (1869) y acató su destitución por ésta.
También declinó el ofrecimiento del entonces coronel y luego brigadier José de Jesús Pérez de apoyarlo con su tropa, porque nunca hubiera derramado sangre cubana por su culpa.
Aprendió a dominar su carácter, a sufrir los avatares de la guerra, la pérdida de compañeros de armas y de familiares queridos; en fin, las carencias y las enfermedades personales. Estaba casi ciego.
Fue un cubano apasionado, que ponía en los labios un dulce susurro al enamorar a una mujer y a la vez se trocaba enérgico en el momento preciso de llamar a sus compatriotas a romper para siempre las cadenas de la opresión colonial.
Era de pequeña estatura, robusto y bien proporcionado, rápido en sus movimientos y de estampa gallarda con cierta gracia varonil... hombre de verso, equitación, esgrima, gimnasia y ajedrez.
El revolucionario y el humanista marchaban juntos. Céspedes tenía conocimientos musicales y gran imaginación; además de cultivar la poesía y ser elocuente orador y diestro en el baile, escribía comedias, traducía teatro y también actuaba. (Fuente:PL)