Por: Roberto F. Campos
Desde hace años, turistas de todo el mundo quedan impactados por siluetas broncíneas muy interesantes que hoy aún acaparan la atención por su carácter, belleza y poesía: los leones del Prado en la capital cubana.
Como eternos guardianes, aparecen varias siluetas robustas, en algunas de las puntas del Paseo Martí o Prado, que repleto de árboles lleva a caminantes desde el malecón habanero hasta el Parque Central, en medio de un renovado bullicio.
Siempre con mirada agresiva y un rugir que se podría escuchar con un poco de imaginación, estos leones constituyen escenario propicio para una foto familiar, o simplemente enmarcarlos en hoteles del derredor como el Telégrafo o el Sevilla.
Los historiadores recuerdan que a fines de 1700 las autoridades coloniales españolas adoptaron un programa de obras públicas con la finalidad de otorgar un brillo particular a la villa de San Cristóbal de La Habana, fundada en 1519 (rumbo a 500 años).
Además, luego de varios devaneos, finalmente la urbe había obtenido el rango de capital de la Isla y se merecía un trato arquitectónico especial.
Las primeras renovaciones incluyeron dos alamedas o paseos, sumadas al primer teatro y un palacio de gobierno.
Una de ellas, resultó extramuros (Muralla de La Habana, creada para la protección contra ataques de piratas), concebida para paseos vespertinos de carruajes.
Por lo tanto, se extendió por un kilómetro entre dos puertas de la Muralla y consistió en dos hileras de árboles, bautizada entonces como Nuevo Prado. Rápidamente tuvo gran acogida y se convirtió en un lugar de reunión y descanso.
Paralelo al Prado se extendía el campo de Marte hasta llegar al mar y cerca cuarteles de soldados, después transformados en barracones para esclavos africanos y en 1817 hasta un Jardín Botánico había por el lugar.
Ya a fines del siglo XVIII el Prado constituía un escenario propicio de la sociedad habanera, reforzada su imagen al término del siglo XIX.
Crecieron modernas viviendas alrededor y en 1928 recibió un nuevo empuje con bancos de mármol, luminarias, copas y su más importante agregado: los leones con bronce de viejos cañones.
El Paseo del Prado se nombró posteriormente Martí, en honor al héroe nacional cubano José Martí (1853-1895), pero en el dicho popular siempre quedó con la primera denominación.
Otra forma de llamarlo fue Alameda de Extramuros, aunque la coincidencia mayor resultó como la avenida más importante y bella de la capital durante muchos años, con sus anónimos leones que hoy atrapan a viajeros provenientes de todo el mundo.
(Tomado de PL)