Por: Yasel Toledo Garnache
La Habana, 13 feb (RHC) Casi es 14 de febrero, y hay algo distinto en el aire, en las palabras, en los rostros… Esta es una crónica de amor, nostalgias y anhelos, de madrugadas y soles, aunque la escribo una tarde nublada y con leve frío.
Flechas imaginarias surcan el viento con formas de rosas sin espinas. Sonrisas, pétalos y suspiros gravitan como nubes de lo posible.
Me recuesto del espaldar de la silla, y presiono de forma lenta el teclado. Los recuerdos rebotan en mi interior como en cámara lenta, a veces se entremezclan y todo se vuelve algo caótico.
En ocasiones, el amor adquiere la forma de un manto, símbolo de tranquilidad, pasión y calor; en otras, es espejismo capaz de provocar tempestades, por eso me gusta imaginarlo como un mar insólito.
Las olas no suelen mantenerse con ritmo estable. El aire puede adquirir más fuerza y dañar lo construido durante meses y hasta años.
Prefiero pensar en el cariño entre mis abuelos, después de cinco décadas de matrimonio. La veo a ella, con su esmero por atenderlo y que vista impecable; a él, con sus chistes, que suelen ponerla un poco seria hasta la llegada de la inevitable sonrisa.
Visualizo a María pendiente del bienestar de toda la familia, a José y a Mariela, siempre atentos. Él, en voz baja, me dice: “Compadre, estoy tan enamorado como hace 12 años. Es la mujer de mi vida”. Luego sonríe y sus ojos brillan de esa manera indescriptible.
Miro también el beso sincero de aquella mujer a su hijo, y al padre con la pequeña en brazos, a una compañera de trabajo que envuelve un obsequio.
Me deleito con dos ancianos amorosos o con Arletis, quien, según expresa, encontró el amor en una Casa de abuelos cuando ni pensaba en eso, porque algo de lo mejor es esa posibilidad de que surja en un momento inesperado.
Estos son días para soñar y halagar, para cultivar la belleza y la bondad, la ternura y la pasión, para anhelar que el 14 de febrero se multiplique durante todo el año. (Fuente: ACN)