La Habana, 23 may (RHC) El Caballero de París fue un personaje que durante muchos años recorrió de un lado a otro las calles de la capital cubana, con un ropaje característico, en el que se distinguía una capa, que primero fue negra y luego tuvo un tono indefinido.
Decía llamarse Don Emanuele, Francisco José, Antonesco María de Jesús, San Germán, Carlos, Alfonso, Luis, Felipe, Santiago, Pelayo y hasta Enrique.
Su apellido, que no era menos largo que su nombre, incluía los apelativos: López, Llervandik, Grau, Mauraz, Soto, Méndez de Núñez, Luna de León y Flandes de Vieja, aunque familiarmente le decían el Caballero de París, sin que la partida de nacimiento que atestiguaba su existencia terrenal, se hubiera expedido precisamente en la Ciudad Luz.
Un caminante en la Habana Vieja
Vale decir que cuando se hizo el Censo de Población en 1970, el Caballero de París dijo ser soltero y que su casa podía estar Prado arriba o en cualquier punto del Malecón habanero.
Ese personaje se convirtió en una leyenda viva, igual que aquel otro, conocido como bigote é-gato, del que muchos creían “vivía allá por el Luyanó,” como decía el cantante boricua Daniel Santos.
Los habaneros más jóvenes sólo conocen viejas leyendas del Caballero de París, que pasan de padres a hijos.
Hace unos años, el artista de la plástica José Villa Soberón conformó su figura en una estatua de bronce en tamaño natural, que representa al Caballero como un singular caminante, por la adoquinada calle de los Oficios, junto a la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, a unos pasos de la Plaza de las Palomas.
Un caballero andante en La Habana
Quienes recuerdan al Caballero de París en su andar por La Habana dicen que siempre iba cargado de periódicos y revistas, pues pensaba que en esas publicaciones había citas históricas, que eran el mejor manjar para alimentar la imaginación.
Se le veía en la esquina de 12 y Veintitrés, en El Vedado; también iba a la iglesia de El Sagrado Corazón, en Reina y Belascoaín, donde hallaba reposo y paz para dormir y con los feligreses, tenía asegurado el público dispuesto a oír una historia fabulada de su vida, que repetía una y otra vez.
El Caballero de París pasó muchos años en las calles habaneras, con una capa negra sobre los hombros y se le reconocía por su larga barba gris y la enredada melena, colmada de hilos de plata, como para proteger los recuerdos de su lejana juventud. (Fuente: Radio Reloj)