Por: Jorge Wejebe Cobo
La Habana, 1 ago (RHC) Era el primero de agosto de 1958, y en los alrededores del Castillo del Príncipe el ruido de las ráfagas de las ametralladoras y el ir y venir de carros policiales con sus ensordecedoras sirenas presagiaban la muerte.
Vecinos y transeúntes se preguntaban si los combates de la serranía habrían llegado a la capital, pero la razón de aquellos inesperados indicios resultó ser otra.
Finalizó julio y fenecían las operaciones de verano del ejército batistiano contra los rebeldes en la Sierra Maestra, mientras el Comandante en Jefe Fidel Castro se aprestaba a dirigir la ofensiva final con el envío de las columnas invasoras de Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos hacia el occidente de la Isla.
En La Habana la represión se acrecentaba dejando decenas de muertos que amanecían diariamente en toda la capital. Muy pronto los asesinos uniformados llevarían su sed criminal hasta el Castillo del Príncipe, en aquel entonces presidio de revolucionarios que convirtieron la cárcel en el nuevo escenario para seguir la lucha.
Las difíciles condiciones del encarcelamiento no pudieron impedir que se filtrara entre los reclusos el avance rebelde y el aniversario del asalto al Cuartel Moncada fue recordado por los combatientes a las 12 de la noche entonando el Himno Nacional y el del 26 de julio, en tanto el 30 de julio evocaron el primer aniversario de la muerte de Frank País García.
Como medida represiva fueron suspendidas las visitas de los familiares, y los presos convirtieron las protestas en insurrección el viernes primero de agosto, cuando usaron como armas los tubos de las literas desarmadas, botellas, piedras, prendieron fuego a las colchonetas y prácticamente tomaron el interior de las galeras y la propia prisión.
Era demasiado para la jauría batistiana que se esforzaba en matar para ganarse la consideración del dictador Fulgencio Batista, por lo cual asesinar a los revolucionarios desarmados en la propia cárcel resultaba una tentación difícil de resistir.
Acudieron al penal las bandas de asesinos de la policía y el ejército dirigidas por el brigadier Pilar D. García García, el coronel Esteban Ventura Novo y Conrado Carratalá Ugalde; los tenientes coroneles Irenaldo García Báez, segundo jefe del Servicio de Inteligencia Militar, SIM; y Oscar González y Martín Pérez, de la Policía Nacional; así como otros oficiales que se disputaban los primeros lugares en la represión contra los reclusos.
Con el fuego de sus ametralladoras los esbirros se dirigieron hacia las galeras donde los revolucionarios se parapetaban y asesinaron al combatiente de la clandestinidad Vicente Ponce Carrasco, de 25 años, quien fue herido primero y luego rematado en el piso.
También cayeron Reinaldo Gutiérrez Otaño, de 19 años, ultimado por más de 15 impactos de balas; y Roberto de la Rosa, 39 años, acribillado a balazos. Otros 15 reclusos resultaron heridos.
El parte oficial no pudo ocultar la criminal acción justificada por la supuesta alteración del orden de los presos, a los que les adjudicaron falsamente la utilización de armas de fuego, con lo que creció aún más el odio y la decisión de lucha del pueblo habanero.
Pero la suerte de la dictadura ya estaba echada y solo faltaban cuatro meses de constantes descalabros del ejército frente al empuje rebelde para la definitiva victoria del primero de enero de 1959, cuando acabó la cárcel para los revolucionarios y aquellos hombres vencedores de la muerte bajaron como triunfadores desde la vetusta fortaleza. (Fuente: ACN)