Por Yaumara Vicet Villalta
Bien es conocido que en Cuba convergen diversas influencias culturales, que encuentran su expresión en diferentes manifestaciones del arte. Tal es el caso de los bulevares, cuya ascendencia europea conforma la fisonomía espacial de las provincias, igualmente premiadas con el magnetismo de otras tendencias.
Cada territorio puede presumir de poseer uno de estos concurridos pasajes, calificados popularmente como red social tangible o vía vertebradora, pues en ella se enlazan avenidas, callejones y calles emblemáticas, cuyos nombres atesoran historias, muchas de ellas convertidas en leyendas.
Sin importar su extensión en cuadras, metros o pasos, su recorrido siempre constituye un placer. Es ahí donde el principio y el final dependen de quien lo escoja como atajo o simplemente lo tenga como referencia.
Si antaño los centros comerciales y vendedores ambulantes hicieron acto de presencia otorgándoles a esos pasos peatonales un aire de modestia, los nuevos bríos de la modernidad inundan sus rincones donde obras de arte, esculturas y eventos sociales les aportan efectos dinamizantes al entorno.
Espacios que llegaron a estar un tanto olvidados por el tiempo y sus moradores despiertan de su letargo y se revitalizan para exhibir museos, hoteles, cabarets y ventas de artesanías, todo concebido en un esfuerzo integrador destinado al disfrute popular.
Orgullo de cada provincia con equilibrado atractivo que oscila entre tradiciones y eventos culturales, cada año y en determinadas fechas como pretexto se escriben páginas inolvidables que hacen recordar que en los bulevares el ocio y el esparcimiento son los protagonistas.
De día parecen estallar de tanto trasiego popular y socialización que el público genera, pero al caer el atardecer algunos muestran su cara más íntima y silenciosa proporcionada por la noche y las bien distribuidas iluminaciones, que armonizan con centros nocturnos y costumbres marcadas por una arquitectura que va de lo antiguo a lo moderno.
Y así quien haya tenido la posibilidad de visitarlos, de desandarlos sin prisa, se sentirá energizado por las casuales presentaciones culturales y librerías, renovadoras en cada jornada del panorama urbano.
El bulevar no es ese sitio de sueños rotos como diría Joaquín Sabina, por el contrario, cualquier vestigio de añoranza hacia épocas pasadas resulta aplacada por los nuevos atractivos y la popularidad que le atribuyen sus transeúntes y moradores.
Frescura y alegría son capaces de transmitir con sus más variados diseños, bancos y pisos de granito, grandes jardineras de colores con enredaderas que forman pérgolas; mientras otros conservan y hasta mantienen los conocidos adoquines.
Igualmente los hay con pisos de baldosas con decorados artísticos, pavimentados y bancos con las más sugerentes formas y tamaños, que orientan los pasos hacia museos, hoteles, centros nocturnos, bares, tiendas y cafeterías.
Territorios como Ciego de Ávila, Granma, Camagüey y La Habana, por solo mencionar algunos, los tienen inscritos entre sus atractivos patrimoniales.
Aunque la historia de los más antiguos pudiera estar asociada a las guerras, murallas y ciudades medievales, la intervención urbanística les han dado acceso a las diferentes manifestaciones del arte como muestra de civilización, desarrollo y mejoramiento social.
De conveniente y provechoso ha sido calificado el impacto social y ambiental de los bulevares, gracias al accionar conjunto que ha permitido no solo reparar, sino también renovar. (Tomado de la ACN)