Por Guadalupe Yaujar Díaz
La Habana, 25 may (RHC) No ha existido en Cuba -ni quizás en el mundo- pintor que haya reverenciado más a los gallos que José Mariano Manuel Rodríguez Álvarez o, simplemente, Mariano.
Los más vivos colores de la atractiva ave anunciadora del alba pueden encontrarse en la profusa obra de este creador, a quien acompañó el pincel hasta el último de sus días, el 25 de mayo de 1990, a los 77 años de edad.
Fue miembro de la llamada Escuela de Pintura de su natal Habana; con 16 años, ingresó en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, para cursar Dibujo natural y Modelado.
Aquel pintor autodidacto que hizo de las artes visuales su lenguaje más íntimo, comenzó su carrera artística al calor del movimiento muralista mexicano, el cual ejerció gran influencia en su formación.
Artista de la luz, la sensualidad y la alegría que se desbordaba en sus lienzos, es una de las grandes personalidades de la plástica cubana del siglo XX, como atestigua la importante colección de óleos, carteles y dibujos que legó al patrimonio cultural cubano.
El gallo “cantó” en sus cuadros desde 1940
El propio Mariano confesó en una ocasión que la primera vez que pintó un gallo fue, ya con casi 30 años, sentado frente al patio de la casa de sus padres, sin imaginar que esa se convertiría en su temática favorita y la que más reconocimientos le deparó.
Al utilizar vivos colores, como el rojo, el violeta y el malva, la peculiar ave doméstica viste como de gala en las obras de este creador, que hizo de ellas un clásico dentro del modernismo latinoamericano del siglo XX.
De ello son testigos sus piezas Mujer con Gallo, Guajiro con Gallo, Figura con Gallo, Gallo Amarillo, Composición con Gallo o Gallo Pintado, en la última de las cuales el animal es investido de una virilidad única.
De 1940 a 1960, se dedicó a actividades diplomáticas, sin desligarse del arte. Fungió como consejero cultural de la embajada de Cuba en la India.
En 1963, pasó a integrar el colectivo de la Casa de Las Américas, llamado por Haydee Santamaría, a quien secundó desde 1970 como vicepresidente de esa institución y a quien sucedió en la presidencia desde 1980 hasta 1986, cuatro años antes de su fallecimiento.
En 1970, retomó su trabajo con los gallos, a los cuales comenzó a resaltar, además del colorido plumaje, las espuelas, como elementos expresivos de fuerza y poder.
Las colecciones mostradas en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, en 1973, y la que presentó en 1976 en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México fueron muy reconocidas por sus seguidores y la crítica especializada.
También bebió del Muralismo que vivenció en México, testigos de lo cual son sus murales en la iglesia de Bauta, en la sede le Ministerio de Salud Pública de Cuba y en el Instituto Vocacional de Ciencias Exactas de La Habana.
Gran parte de sus piezas se muestran hoy al público en el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes.
De la cincuentenaria obra pictórica de Mariano, afirmó el escritor uruguayo Mario Benedetti:
“Cuando la crítica trató de encasillarlo (…), solo pudo echar mano a los adjetivos de la insubordinación, y así se dice que su pintura es exuberante, alegre, dinámica, esencial. Por algo el gallo le acompañó de alba en alba (nunca despide al Sol; siempre lo anuncia). Cada jornada o etapa de su obra incluye una alegría temprana, como un gallo, una alegría que a veces puede venir maniatada y convicta, pero Mariano supo siempre cómo desatarla (…)”.