Por: Vladia Rubio / CubaSí
La Habana, 18 jun.- Ha sido difícil. Todas las dinámicas en casa han cambiado, y esas variaciones sin duda han tenido impactos, buenos y malos, en la vida de las familias cubanas.
Pero lo más importante es que, mayoritariamente, lo estamos logrando, con disciplina, responsabilidad, y sobre todo, con mucho amor. Porque nadie dude que mantener el aislamiento social indicado por las autoridades sanitarias y gubernamentales cubanas es también una muestra de amor, por los demás y por nosotros mismos.
Puertas adentro de los hogares cubanos, los núcleos humanos que conviven, tan diversos como nuestra realidad, como tendencia han ganado en fortaleza, al menos, en la fortaleza de probar que sí podíamos atenernos a una coexistencia diferente, movidos por una fuerza mayor: la vida misma.
Sí que ha sido, y aún está siendo, difícil esta prueba para la familia cubana, entre otras cosas, considerando que, según la conocida psicóloga Patricia Arés Muzio, en su libro presentado a inicios de este año, Individuo, Familia, Sociedad. El desafío de ser feliz, lo que hace a un cubano más feliz se vincula con su capital social, con los distintos niveles de relaciones que establece: la familia de convivencia, la familia de interacción, sus vínculos con el barrio, la comunidad, las amistades, en particular esos “amigos de toda la vida”, quienes generalmente datan de la etapa estudiantil.
Y parte de esas fuentes de felicidad es la que ha sido cortada, detenida temporalmente, a causa de los peligros de contagio con la Covid-19.
Familias a contracorriente
Son esas fuentes de felicidad las que hacen diferentes a las familias cubanas de las que alientan en otras latitudes del planeta.
En una reciente entrevista televisiva así lo subrayaba la doctora Aréz Muzio, apuntando que, aun cuando se han hecho espacio diferencias sociales en nuestra realidad, a los cubanos en general nos distingue el seguir privilegiando el sentido del ser por sobre el sentido del tener.
Y, precisamente, el ser para los demás y para uno mismo es lo que nos ha ido guiando por más de tres meses que, en familia, hemos transitado por estos inciertos caminos sembrados de incertidumbres, en los que apoyarnos los unos a los otros, confiando en la excelencia de la medicina y la ciencia cubanas, ha sido la opción.
En más de una oportunidad se ha repetido que las crisis no han de ser vistas solo como oscuras hondonadas de dolor, y, sin dudas, esta etapa signada por el nuevo coronavirus, así lo ha estado demostrando.
Como individuos, como familias y como país hemos corroborado nuestras fortalezas, algunas hasta ahora inéditas, e incluso, hemos dado con nuevas formas de comunicación y también de hacer el día a día, que igual nos han ayudado, y ayudarán, a seguir creciendo.
El país no ha cruzado aún el umbral post-covid, pero ya se vislumbra cerca, casi al doblar de la esquina. Para las familias también significará un nuevo reacomodo de cara a cierta nueva normalidad, que nunca será como antes.
Nosotros tampoco seremos como antes, y para bien. Estos tiempos han enseñado como nunca antes a valorar el abrazo y el beso, a justipreciar cuánto vale el amor, la amistad, la solidaridad humana, y cuando, en algún momento podamos sonreírle al de al lado sin llevar puesto un nasobuco, esa sonrisa será aun más auténtica, y cuando nos reunamos en familia, aun sin que medien palabras, sabremos mucho mejor cuánto vale tenerla.