L es de las calles más importantes de El Vedado, y una de las más transitadas. Autor: LAZ
Por: Ciro Bianchi
No tiene la prosapia de Calzada ni de la calle 17. Tampoco la belleza de G, a la que ningún vedadense legítimo llama Avenida de los Presidentes, ni el esplendor de la calle Línea, con sus casonas y sus teatros que hacen que no pocos la vean como el Broadway habanero. Aun así, L es de las calles más importantes de El Vedado, y una de las más transitadas. Nace frente a la escalinata de la Universidad de La Habana, justo en el punto donde confluyen la calle Ronda y la Calzada de San Lázaro, y cruza 23, 17, Línea y Calzada para pasar al costado de la Embajada norteamericana y desembocar en Calzada A, un pedacito de calle que muere en el Malecón.
Fue hasta la década de 1950 una calle de doble sentido, y escenario de tánganas y protestas estudiantiles contra la dictadura batistiana. Como la del 15 de enero de 1953, cuando el busto de Julio Antonio Mella, emplazado cinco días antes frente a la escalinata universitaria, amaneció manchado de tinta y chapapote. En un primer momento, la Policía pensó que, pasada la indignación inicial, todo se arreglaría y los estudiantes se irían a sus casas. No hubo arreglo posible y la fuerza pública se vio obligada a reforzar sus posiciones ante la acometividad de los muchachos que levantaban barricadas en la esquina de L y 23, la emprendían a pedradas y botellazos contra las perseguidoras y prendían fuego a varios barriles de chapapote vertidos sobre el pavimento.
El muñeco que representaba al dictador con la inscripción de «Batista asesino», que era paseado por L, motivó, a la altura de 23, un áspero intercambio de palabras entre un policía y un estudiante que no tardaron en liarse en un encuentro cuerpo a cuerpo. Sonó un disparo, seguido del tableteo de una ametralladora, y los jóvenes retrocedieron por L hasta la calle 27. Las fuerzas en pugna quedaron separadas por escasos 50 metros. Llegó un camión cargado de armas y municiones para la Policía y arribaron al lugar varios carros de bomberos, mientras que la vecinería, desde azoteas y balcones, lanzaba a la calle papeles y tarecos para que los estudiantes avivaran las llamaradas. Un carrete de cables de la Compañía Cubana de Electricidad, lanzado por los estudiantes, rodó por L para impactarse, en 23, contra una perseguidora. Pese a que la Policía disparaba por encima de las cabezas de los jóvenes, no pudieron evitarse los heridos. Fue en aquella jornada en la que resultó herido de muerte el estudiante Rubén Batista.
En esta calle, en la esquina con 27, vivió y falleció don Fernando Ortiz, el llamado tercer descubridor de la isla de Cuba. En ella residieron tres presidentes de la República. Desde el club La Red, en la esquina de L y 19, una boîte de 90 capacidades, tan pequeña que en ella hasta el amor quedaba aprisionado, dio el salto a la fama una de las figuras más controvertidas de la farándula cubana: La Lupe. Sus presentaciones en el Rocco Club, de 17 y O, pasaron sin pena ni gloria, y para colmo la expulsaron del trío del que formaba parte. Los otros dos integrantes de la agrupación se negaron a seguir soportando su carácter extraño y, al despedirla, le auguraron el mayor de los fracasos. Pero en La Red fue el acabose con su comportamiento desenfadado e irreverente. Acometía Ódiame, de Rafael Otero, y Juguete, de Bobby Capó, y mientras cantaba se quitaba los zapatos, apaleaba al pianista, se pegaba a la pared como una hiedra; imprecaba, gemía y gritaba como una posesa. No es extraño que su primer LD llevara el título de Con el diablo en el cuerpo. No era una diva de cabaret, sino un acontecimiento artístico con sus interpretaciones memorables de Puro teatro y Qué te pedí. Despertaría la admiración de Pedro Almodóvar y Guillermo Cabrera Infante esta mujer a la que Jean-Paul Sartre definió como «un animal musical» y que para Pablo Picasso fue, sencillamente, «un genio».
Las delicias de Medina
Sabe el escribidor que muchas personas se extrañarán cuando lean que El Vedado de los años 40 se interrumpía prácticamente en 23 y L, aunque en 1916 el presidente Menocal había llevado 23 hasta Infanta y pavimentado ese pedazo de vía, pero solo en su parte central. Desde L hasta Infanta, por 23, existían muy pocos edificios. El del cabaret Montmartre, en la esquina de 23 y P. Frente, el edificio de la agencia Ford, donde, en los altos, abría sus puertas el cabaret Hollywood; espacio ocupado después por el Ministerio de Agricultura y hoy por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Detrás, por la calle O, el Hotel Nacional, y a la altura de M, el demolido edificio Alaska y enfrente la funeraria Caballero, en el inmueble que es hoy una dependencia del ICRT.
Acaso extrañará saber asimismo que en la manzana que ocupa el hotel Habana Libre se erigían solo dos viviendas, la del doctor Juan Kourí, donde iría a residir el doctor Raúl Roa ya casado con Ada, hija de dicho médico, en L y 25. Y la de Carlos Manuel de Céspedes, hijo del Padre de la Patria, en 23 y M. Cuando iba a construirse el hotel, Laura Bertini, viuda de Céspedes, consciente de que si ella no vendía no podría ejecutarse el proyecto hotelero, pidió y obtuvo, fortuna por su propiedad. Entre una residencia y otra se abría un terreno yermo donde se montó un parque de ponis para el disfrute y la alegría de los muchachos de El Vedado que podían darse el lujo de pagarlos.
El hotel Habana Hilton —Habana Libre—, en L entre 23 y 25, se inauguró de manera informal el 19 de marzo de 1958, y oficialmente tres días después. Propiedad de la Caja de Retiro y Asistencia Social de los Trabajadores Gastronómicos, contaba con 630 habitaciones en sus 31 pisos y daba empleo a 2 000 personas. Antes, en octubre de 1954, se inauguraba, en L y 27, el hotel Colina, reputado entonces como «el más moderno de La Habana». Eran los tiempos en que se procedía a la demolición del viejo hospital Mercedes, en 23 y L, y su traslado para el recién construido hospital que llevaría el nombre de Fajardo.
En L y 25 abría sus puertas el llamado Café de Artistas, un lugar bohemio, propiedad del popular actor Otto Sirgo. La cafetería de L y 27 —donde hay una librería y estuvo antes La Tertulia, de Fayad Jamís— fue utilizada para importantes reuniones por jóvenes del Directorio Revolucionario. Las Delicias de Medina, bar y restaurante en L y 21, garantizaba un servicio esmerado de cocina y coctelería.
Medalla de oro
El cine Warner —Radiocentro entre 1953 y 1960, y Yara a partir de ese último año— fue la obra que inició, aseguran especialistas, la vocación cultural recreativa del eje La Rampa. Su inauguración, el 23 de diciembre de 1947, con la asistencia del presidente Grau San Martín, fue todo un acontecimiento social con lo que La Habana se convirtió en la primera ciudad del continente que disponía de un inmueble de esa naturaleza y envergadura, Medalla de Oro del Colegio de Arquitectos en 1950. Seis años después obtenía también Medalla de Oro el edificio del Retiro Odontológico, en L número 353, actual Facultad de Economía de la Universidad de La Habana, obra del arquitecto Antonio Quintana.
Entre el cine y el edificio del Retiro Odontológico hay un espacio no construido donde estuvo la residencia del general Alberto Herrera, jefe del Ejército, que ocupó la Presidencia de la República tras la renuncia del dictador Machado, entre las cuatro de la tarde del 11 de agosto y las 12 meridiano del día siguiente. Lo impuso el embajador norteamericano, pero el pueblo y las propias Fuerzas Armadas lo rechazaron. En la esquina de 21, acera de la derecha según se baja hacia el mar, hay otro espacio no construido. Allí estuvo la casa de Rogerio Zayas Bazán, ministro de Gobernación de Machado y senador de la República, ultimado a balazos en un duelo irregular, que acumuló en su hoja de servicios la clausura de la zona de tolerancia del barrio habanero de Colón, y la construcción del llamado Presidio Modelo en la Isla de Pinos.
Cruzando Línea, siempre por la acera de la derecha, se halla la casa donde falleció el presidente Miguel Mariano Gómez, defenestrado por un golpe de Estado parlamentario en 1936, siete meses después de asumir el poder. Y en esa casa residió también Andrés Domingo y Morales del Castillo, presidente provisional de la República, al amparo de Batista, entre 1954 y 1955.
En L vivieron o tuvieron sus consultas médicos como Gonzalo Aróstegui, pediatra, abuelo de la etnóloga Natalia Bolívar, en L entre 13 y 15, justo donde se construyó un Pío-Pío, y el oculista Horacio Ferrer, coronel del Ejército Libertador y del Ejército de la República, autor de un libro imprescindible, Con el rifle al hombro, en L y 15. También en L y 13 vivía el eminente clínico Pedro Iglesias Betancourt, profesor de Patología Médica en la Universidad. Y en el mismo edificio tenía su consulta el cardiólogo Elmo Ponsdomenech, casado con Mirtha Batista, la hija mayor del dictador, y director del Hospital Clínico-Quirúrgico de la Fuente Luminosa.
En la misma esquina de L y Línea se alza el monumento a los chinos que lucharon por la independencia de Cuba en las filas del Ejército Libertador. Una frase de Gonzalo de Quesada da fe de su valentía y entrega a la causa cubana. Dice: «No hubo un chino cubano traidor, no hubo un chino cubano desertor».