La Macorina en su auto
No se puede precisar si su nombre verdadero fuera María Calvo Nodarse, pues muchos la identifican como María Constanza Caraza Valdés, dicen que nació en Guanajay, provincia de Pinar del Río, en 1892.
Según la voz popular María Calvo a espaldas de su familia o raptada por su novio de entonces, llegó a La Habana con 15 años de edad y dadas las penurias de la vida diaria, en cuanto el hambre comenzó a apretarla en la habitación que compartían en un solar capitalino, se separó de su prometido. Lo sacó de su vida y constató bien pronto que su belleza y su frescura juvenil, vendidos al mejor postor podían proporcionarle la vida que quería.
Foto de La Macorina
Ella misma aclaró el origen del sobrenombre, que pegó y se le quedó para siempre, pero por el que nunca le gustó que le llamaran.
La Macorina, apodo con el que todavía se le conoce surgió por casualidad; “En La Habana había una popular cupletista a quien llamaban La Fornarina. Una noche me paseaba por una de las calles más populares de la ciudad, cuando un borrachín, confundiéndome con ella y pensando que su nombre era Macorina, comenzó a llamarme a grandes voces. La gente celebró el suceso con risotadas y a partir de ese momento me endosó ese nombre”.
Esta mujer que rompió todos los prototipos de la época, escandalizó a la capital cubana en los años veinte del siglo pasado, fue muy rica, riquezas que obtuvo de su “amistad” con hombres acaudalados de la época. Llegó a tener cuatro lujosas mansiones, numerosos abrigos y joyería fina, varios caballos y más de nueve automóviles.
Licencia para conducir
Sus gastos no se cubrían con menos de 2 000 pesos mensuales, una verdadera fortuna para la época, recuérdese que hablamos de los años veinte, y en esa cifra no se incluían las generosas mesadas con las que ayudaba a su numerosa familia, que había quedado en el natal poblado de Guanajay.
Fue la primera cubana que obtuvo el permiso para conducir y que condujo un auto en Cuba, Macorina inflamaba los ánimos y las pasiones cuando a bordo de su convertible rojo paseaba por las tardes por El Prado y el Malecón.
Los permisos de conducir en la Cuba de aquella época se llamaban “títulos”, eran otorgados únicamente a los hombres y era tal el rigor para obtenerlos, que equivalían a un título universitario que permitía además ejercer el trabajo de chofer.
En 1958 diría a Guillermo Villarronda, en una entrevista: “Más de una docena de hombres permanecían rendidos a mis pies, anegados de dinero y suplicantes de amor”.
Entre esos hombres figuró el mayor general José Miguel Gómez, antes y después de ocupar la Presidencia de la República, y a quien ella permaneció fiel cuando el caudillo liberal pasó 11 meses preso en el Castillo del Príncipe tras los sucesos de La Chambelona.
La decadencia de La Macorina comenzó en 1934. La crisis mundial de 1929 había golpeado duro la economía del país, los precios del azúcar andaban por el suelo y no era nada próspera la situación de Cuba.
José Miguel Gómez había muerto en 1921 y aquella docena de hombres anegados de dinero y suplicantes de amor, estaban arruinados o demasiado viejos. También empezaba a envejecer La Macorin y sus encantos como meretriz fueron decayendo.
La Macorina
En circunstancias cada vez más apremiantes, comenzó a vender todas sus pertenencias para seguir viviendo. Vendió las pieles, las joyas, los automóviles, los caballos y las mansiones suntuosas.
Residió durante años en un cuarto alquilado en una casa de huéspedes en Centro Habana viviendo en la más absoluta pobreza.
El 15 de junio de 1977 moría en La Habana María Calvo Nodarse, La Macorina, la mujer que fuera el escándalo habanero de los años veinte, mimada y arropada por un presidente de la República y una docena de poderosos, fallecía en la mayor miseria.
La famosa Macorina se hizo tan célebre que recibió la dedicatoria de dos composiciones musicales una de ellas ha llegado hasta nuestros días interpretada en aquel entonces por el sonero Abelardo Barroso:
“Ponme la mano aquí, Macorina, que me muero, Macorina. ponme la mano aquí, Macorina, que estoy loco, Macorina. Ella gasta gasolina en su carro colorao, y sigue con el tumbao que ella es la gran Macorina. Ponme la mano aquí, Macorina, pon, pon, pon, Macorina, pon, pon, Macorina.” (Recopilación de Internet)