El niño perdido, leyenda trinitaria

Editado por Maria Calvo
2024-07-04 12:27:24

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Estatuilla del Niño Perdido

por Ciro Bianchi

Sabía usted que en Trinidad muchas familias, ante el advenimiento del primogénito, piden prestada la estatuilla de El niño perdido para, con luces y oraciones, mantenerla durante varios días cerca de la cuna del recién nacido?

Es una efigie enigmática, de color caoba y apenas cinco centímetros de largo. Semeja a un infante que duerme y desde su aparición se le tiene como milagrosa. Durante mucho tiempo se le mantuvo en una cuna de plata hasta que un hábil joyero le confeccionó otra de oro, que todavía conserva. Ese artífice se empeñó en saber de qué material estaba hecha y raspó la figura en una axila. Pagó con la ceguera su irreverencia.

La estatuilla en cuna de oro guardada en un cofre de cristal

La imagen apareció en Trinidad en los primeros años del siglo XIX. La ciudad se transformaba entonces  gracias al alza de los precios del azúcar, rubro importante de la economía trinitaria, y los Borrell, los Bécquer, los Iznaga… rivalizaban entre sí a fin de dejar en claro quién de ellos era el más poderoso y rico.

Se construían palacios y casas solariegas. Las calles empezaron a ser de piedras y se cubrían las aceras con losas de Bremen. Los sectores de menos recursos, favorecidos de alguna manera con el auge azucarero, tampoco querían quedarse atrás y remozaban sus viviendas. Del barro pasaban al mampuesto y el techo de tejas sustituía a la cobija de guano. Fue en una humilde casa del barrio de La Cantoja donde apareció el ícono.

El viejo José María Cañón se empeñó en restaurar su morada y, mientras rompían una roca enorme para nivelar los pisos, saltó del interior de la piedra la diminuta figura.

—¡Es un niño Jesús! —exclamó Cleto Gascón, un mestizo de unos siete años de edad, y se apoderó de ella, pero sus compañeritos de juego, que también seguían el quehacer de los albañiles, se empeñaron en arrebatársela. Cleto se defendió todo lo que pudo y cuando comprendió que perdería su tesoro, lo arrojó a la manigua cercana, donde lo buscó y encontró al día siguiente.

Pronto la noticia se extendió por la localidad y la vecinería empezó a visitar la casa de Cleto, ansiosa de ver la pieza y escuchar el relato del hallazgo. La gente le atribuyó poderes milagrosos y la bautizó con el nombre por el que se le conoce.

En esa casa estuvo hasta que, en 1813, el padre Valencia, fraile franciscano muy querido y respetado en la comunidad por sus obras caritativas, la  pidió para que se le venerara en el templo de San Francisco y la bendijo, pero la devolvió a sus propietarios cuando, al cabo de dos años, supo que sería trasladado a Camagüey.

La estatuilla es cuidada por los descendientes
de Cleto

Desde entonces, El niño perdido se ha mantenido bajo la custodia de los descendientes de Cleto. Y viajó a España, con doña Asunción González Llorente de Torrado, para que le confeccionaran la cuna de oro.

Cristina Gascón lo cuidó hasta su fallecimiento y lo hizo también su hija Josefina hasta que pasó a manos de Esther, que en la actualidad guarda la estatuilla junto con los ricos obsequios que ha recibido en agradecimiento a sus bondades. (Tomado de Juvetud Rebelde)

 



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