Por Jorge Wejebe Cobo
La Habana a principios de 1869 acogía la mayor concentración de españoles integristas en la Isla de todas las capas sociales, mientras los cubanos estaban bajo la vigilancia y férrea represión para evitar que en la capital de la última colonia hispana en América, se manifestara el espíritu insurreccional, iniciado con el alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en su ingenio La Demajagua el 10 de octubre del año anterior.
Pero a pesar de ese clima de opresión, en silencio las ideas independentistas y el apoyo a Céspedes iba radicalizándose, principalmente entre los jóvenes patriotas habaneros, lo cual se hizo visible en una acción aparentemente espontánea en el teatro vernáculo, donde menos podían esperarlo las autoridades coloniales.
Los censores de la colonia, incompetentes para vislumbrar la expresión independentista en los procesos culturales de la época, consideraban ese tipo de arte solo como una diversión útil para estimular los peores vicios entre los cubanos.
El jueves 21 de enero de 1869, en el teatro Villanueva -ubicado en las calles Zulueta esquina a Colón donde se presentaban obras bufas-, un popular guarachero nombrado Jacinto Valdés dio un ¡Viva Céspedes! que alarmó a los voluntarios españoles, quienes se aprestaron a impedir a toda costa otro acto similar.
Las filas de los voluntarios estaban integradas, principalmente, por residentes hispanos que por lo regular accedían a los grados militares en correspondencia con su situación económica, por lo cual sus intereses estaban con la metrópoli y odiaban a los cubanos doblemente, por su nacionalidad y en muchas ocasiones por el éxito y poder monetario de algunos, lo que convertía a este cuerpo armado en la peor expresión del coloniaje en la Isla, dedicados a la represión en las ciudades, sobre todo en La Habana, aunque casi nunca presentaron combate en el campo de batalla a los mambises.
Durante el viernes 22 de enero, los voluntarios y las autoridades peninsulares se prepararon hasta los dientes con fusiles y proyectiles para librar un enfrentamiento en los alrededores del coliseo.
Los cubanos convirtieron la función, la cual estaba dedicada a recaudar fondos para la manigua, en una fiesta patriótica como si estuvieran en el campo insurrecto liberado. Las mujeres asistieron acicaladas con cintas de colores de la bandera cubana con los que también se engalanó el lugar.
Cuando en la representación de la obra “Perro huevero, aunque le quemen el hocico” , un personaje exclamó: ¡Viva la tierra que produce la caña!, el público dio vivas a Cuba libre, a Carlos Manuel de Céspedes, a la Revolución y contra España.
Esa fue la señal para que las escuadras de voluntarios en tropel y a punta de bayonetas entraron en el local disparando sobre la indefensa concurrencia y según versiones de la época mataron a tres asistentes, hirieron a muchos más, detuvieron a varias decenas y destruyeron parte de la instalación.
Pero ese día no terminaron su represión y en jornadas sucesivas atacaron a los jóvenes de las familias más distinguidas cubanas, muchos simpatizantes de la insurrección, quienes asistían al Café de la Acera del Louvre.
El domingo 24 violaron el palacio del acaudalado cubano Don Miguel Aldama, seguidor también de la causa de Céspedes, y destruyen muebles, cuadros y otras obras de arte, arrasaron la biblioteca y hasta robaron a los criados, pero el propietario se salvó porque junto con su familia se encontraba en las afueras de la capital.
De esta forma los voluntarios y las autoridades coloniales impusieron jornadas de terror en la capital y provocaron un número de muertos desconocidos entre los sencillos habitantes.
El 22 de enero, fecha de “Los Sucesos del Teatro Villanueva”- como se llamó en lo adelante esta gesta- fue escogido como Día del Teatro Cubano, como muestra del pensamiento independista y comprometido con su tiempo de artistas y dramaturgos en los albores de nuestra cultura nacional.
(Tomado de la ACN)