Vamos a bailar al Tacón

Edited by Maria Calvo
2017-07-07 14:01:07

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por Orlando Carrió

El baile en la Cuba del siglo diecinueve es la principal y casi única diversión de los jóvenes bohemios, quienes danzan continuamente, a casi todas las horas del día, con una pasión que le rinde honor a la sensualidad del Caribe y le da rienda suelta a una historia de goces y travesuras que vale la pena revivir. 

Por  esa razón, no demoran en aparecer numerosos salones de  recreo como el de la habanera Plaza Vieja, donde  se dan fiestas por suscripciones para la siempre animada clase media y, a la vez, comienzan a ganar fuerza los bailes carnavalescos de los teatros, los cuales alcanzan su máximo esplendor tras la edificación del Gran Teatro Tacón (actual Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso), el más grande y lujoso del continente americano y, según algunas celebridades, el tercero del mundo, después de la Scala de Milán y la Ópera de Viena.

Tras asumir el poder en la Isla en 1834, el capitán general español Miguel Tacón acomete un extenso plan de obras públicas en la capital cubana, que incluye la creación de un nuevo teatro, pues El Principal, de la Alameda de Paula, y el Diorama, más cercano al centro histórico, resultan muy pequeños y son desbordados por miles de fanáticos.

La obra es adjudicada al catalán Pancho Marty en 1836 y, dos años más tarde, es concluida por el famoso arquitecto Antonio Mayo, en parte de los terrenos del extinto Jardín Botánico capitalino, de cara a la entonces Alameda de Isabel II.

Vale apuntar que el díscolo representante de la Madre Patria, con un prontuario como traficante de esclavos, vendedor monopólico de pescado y temerario empresario teatral, pone su inmensa fortuna al servicio de un proyecto que, chanchullos aparte, llena de orgullo a toda la ciudadanía.

El nuevo coliseo, en el que trabajan reclusos de la cárcel de La Habana, tiene una estructura a la italiana, de típica herradura, con noventa palcos y veintidós filas de lunetas. Su capacidad es de dos mil asistentes; no obstante, en los primeros años entran muchos más. Ochenta ventanas y veintidós puertas ventilan sus cinco pisos y la acústica es inmejorable.

Sobre el recinto, con una sobria fachada neobarroca e interiores decorados en blanco y oro, comenta Rine Leal en su Breve historia del teatro cubano (1980): «Por dentro el Tacón era una abigarrada colección de elegancias y lujos de última hora. Sus palcos abiertos permitían a las bellas mostrar sus modas, mientras la araña de luces de gas conquistaba su lugar en nuestro folklore: Tres cosas tiene La Habana / que causan admiración: / son el Morro, la Cabaña, / y la araña del Tacón.

A propósito, la enorme y llamativa lámpara de fino vidrio, originaria de París, a la cual se refiere este autor, cuelga sobre la platea del teatro y en una ocasión sufre la ira de un público inconforme por la mala calidad de la obra puesta en cartelera. Su esplendor termina cuando en 1900 provoca ciertos percances durante una reparación y tiene que ser bajada con mucho esfuerzo y sustituida en el servicio activo.

A cambio de financiar la construcción del «Teatro de la Araña», el astuto Pancho Marty obtiene de Tacón un permiso especial para celebrar anualmente allí seis bailes de carnaval, cuyas ganancias, durante veinticinco años consecutivos, irán a parar a sus bolsillos.

Por ello el coliseo abre sus puertas en febrero de 1838, en plena temporada carnavalesca, con varios bailes de máscaras, superiores, con creces, a los celebrados antes en El Principal y el Diorama.

Estos eventos, que pueden reunir a unas 8 000 personas, reciben los simpáticos nombres de La Sardina, La Vieja, El Figurín y La Piñata ―en 1906 se les agregan La Apendicitis y Las Palmas― y en ellos las más atrevidas danzas agitan el rebaño caliente de los dos sexos, que han sacudido, como estorbo, toda idea de pudor.

El Diario de la Marina del 4 de marzo de 1838 indica:«…a las doce de la noche en punto se abrirá la Feria de La Piñata. Las señoras que gusten entrar en ella se presentarán por su orden al director […], entrando luego en el cerco que se formará para este gracioso juego. En celebridad de la que consiga la corona del premio, tocará al momento la orquesta una brillante marcha y volarán en todas las direcciones palomas blancas, adornadas con cintas. Las flores y dulces que contendrá la piñata quedarán a disposición de los concurrentes y la vencedora será proclamada como Reina de la Fiesta».

Aunque no todo se reduce a las parejas acarameladas o revueltas, los coqueteos y los movimientos desenfrenados para seguir a las orquestas: los bailes, carnavalescos o no, tienen peligrosos detractores.

El narrador Luis Victoriano Betancourt, de lengua viperina, advierte en sus «Artículos de costumbres y poesías», dados a conocer por La Revista de Almacenes en 1867.«¿Sabéis lo que es un baile de máscaras? Figuraos el huracán […]. Imaginaos sombras […] que hablan, cantan, se ríen, lloran, se visten y se desnudan, gritan y se callan y son arrastradas por el torbellino.

Después, el joven que se viste de mujer; la niña que se viste de hombre; el viejo que se disfraza de muchacho; el muchacho que se disfraza de viejo. Y, más tarde, unos que relinchan como el caballo, otros que embisten como el toro, éstos que tienen la cara de mono, aquéllos que salen con las orejas de asnos».

El Gran Teatro Tacón de Pancho Marty inicia su primera temporada teatral el 15 de abril de 1838 con  la Compañía Dramática Española de Gregorio Duclós y la obra «Don Juan de Austria», un éxito mundial. Y a partir de 1846 recibe a las más importantes compañías italianas, rusas y españolas de ópera y teatro de género.

En 1857  el coliseo pasa a manos de la compañía anónima del Liceo de La Habana y, luego, es cedido a la Sociedad Centro Gallego, la cual lo reconstruye a principio de los novecientos y le da el nombre de Teatro Nacional, reabierto en 1915. Mas, estas son ya otras historias…

(CubaSí)



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