Una casa, una escuela

Edited by Martha Ríos
2017-10-11 14:22:14

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La maestra Bertha de la Oz  y sus alumnos. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Por Leysi Rubio A., Irene Pérez

En Cuba hay escuelas de todos los colores. Los profesores enseñan y los niños aprenden lo mismo en un aula, en un parque o en casa de una vecina llamada Petrona Gliceria.

Nena, como la gente del barrio la conoce, dice que hay que “felicitar a los maestros y a la directora porque no se ha perdido nada. Vaya, el techo y parte de las paredes. Pero todo lo de valor está guardado.”

La Escuela Primaria “Campaña de Las Villas” es un lugar de referencia en Cambaíto. Todas las generaciones de esta zona, ubicada a tres kilómetros de Caibarién, en el norte de la central provincia de Villa Clara, han pasado por esas pequeñas aulas que todavía hoy muestran las marcas de Irma.

En la casa de Nena están dando clases los de preescolar. Sentados en el portal, vestidos de uniforme, buscan junto a la profe Zoila los aviones amarillos en un montón de figuritas de papel.

La maestra interrumpe la clase y los niños lanzan a coro un “buenos días”. Zoila cuenta que después del ciclón se normalizaron. “La vecina – explica- se brindó desde el primer momento para guardar todo lo que hacía falta de la escuela y brindó su casa para dar las clases.”

La profe lleva como cinco años en Cambaíto. Tiene un grupo pequeño a su cargo: cuatro niños. Sin embargo, confiesa que “es difícil, porque son de preescolar y están en un portal. Pero bueno, se está haciendo un esfuerzo máximo y ellos están saliendo bien. A veces se ponen un poquito indisciplinados, porque todo el que pase por ahí ellos lo miran. Son chiquitos.”

Todos los años, cuando vienen los ciclones, los siete televisores y las dos computadoras se guardan en casa de Nena. También las mesas y la grabadora.

Liz Gabriela González Díaz dice su nombre rápido, en carretilla. Cuenta que pasó el ciclón en casa de Cheo, un amigo de su papá. “No lloré. Cuando el aire fue de frente tumbó todo el techo.” Sus padres están arreglando la casa, poniendo las planchas que no se rompieron.

A Liz Gabriela le gusta la escuela. También a Dayron, Alejandro y Jaison, aunque ellos son más intranquilos. Dicen que la maestra los enseña a “jugar” a todas las cosas. Que ahora están seleccionando los aviones entre rojo, amarillo y verde.

Zoila tiene razón: “En preescolar se aprende jugando.”

La sala / el aula

En casa de María Elena Guerra Rodríguez, ya van dos veces que su sala se convierte en salón de clases. Han colgado una pizarra y han acomodado cinco mesas por todo el espacio disponible.

El profesor Jesús Bonachea ha puesto un ejercicio en la pizarra: Divide en sílabas las palabras hueco, jueguete, hielo…

Bonachea enseña a los de segundo grado Matemática, Español y El Mundo en que Vivimos, de lunes a viernes, de 8:00 a.m. a 12:00 p.m.

María Elena cuenta con orgullo que los niños no han perdido nunca clases. “La otra vez también se prestó (la casa). Yo desocupé la sala. Con todo lo que la Revolución necesite, yo estoy presente.”

La Primaria “Campaña de las Villas” tiene una matrícula de 32 niños, de preescolar a cuarto grado. Cinco profesores y otros 11 trabajadores ponen todo su empeño por recuperar lo antes posible su escuelita.

Los niños de Cambaíto

La maestra Bertha de la Oz Montes de Oca y sus niños. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Bertha de la Oz Montes de Oca es la típica maestra inolvidable, de las que se acurrucan en el recuerdo toda la vida. De sonrisa amplia y derroche de ternura. Cada mañana, hace el viaje desde San Antonio de las Vueltas hasta Cambaíto, 31,6 kilómetros en guagua, para darles clases a sus niños de primer grado.

“Soy maestra jubilada y reincorporada. Me jubilé y por el llamado de Raúl Castro me incorporé de nuevo aquí en Caibarién, porque era donde había déficit de maestros. Vine para aquí, para este lugar. Y parece que tomé el agua de Cambaito, porque no me voy.”

Son siete niños bajo su tutela en la única aula que quedó en condiciones de dar clases. Mientras no llueva, rectifica, porque piensa que la pared no tiene mucha seguridad.

“A mí me puede pasar algo, pero a los niños no. Si vemos que viene agua, la provincia nos dijo que sacáramos a los niños de la escuela.”

La profe Bertha no los pierde de vista. Habla con uno pero, a la vez, los mira a todos. En medio de la hora de receso, los niños nos brindan de su merienda. “Hay que educarlos”, dice la maestra.

Jan Carlos tiene cinco años. Es inquieto y ocurrente. Ante la pregunta de cómo pasó el ciclón dice que no lloró.

“A mí me metieron después pa´ abajo de la cama y después pal closet con un trozo de plancha. Y mi casa era de placa. Y sé montar en mi bicicleta, que me la compró mi abuelo.”

Después me enseña su brazo, como si fuera un diminuto fisiculturista. Todos sonríen. Me dice que él también es bueno.

A Jan Carlos lo trae su tío Paquito a la escuela. La profe dice que sus niños son maravillosos. No faltan nunca. Llegan tempranito.

Los niños de Cambaíto no tienen miedo. Ninguno llora. A las 8:00 a.m. comienzan las clases.

(Tomado de Cubadebate)



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