La democracia y la naturaleza

Edited by Martha Ríos
2018-08-12 20:01:43

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Somos un hermoso ejemplo de equilibrio entre la espontánea tendencia a la multitud de estados y la costosa pero eficiente energización. Foto: Archivo

Por  Luis A. Montero Cabrera*

El comportamiento espontáneo de cualquier sistema natural lo lleva invariablemente a alcanzar la mayor diversidad de formas posible de existencia.

A la temperatura en que vivimos, las moléculas de agua se mantienen asociadas y se nos manifiestan como un líquido. El agua líquida que humedece nuestra piel cuando sudamos se lleva con ella calor de nuestro cuerpo y así nos refresca al evaporarse con una ráfaga de viento.

Ese calor que nos roban las hace alcanzar la energía suficiente que les permite ser libres y pasar al estado o forma de existir particular que les corresponda como un gas. Se trata de un proceso natural absolutamente espontáneo.

El líquido del sudor era mucho más organizado. Usando un lenguaje elegante, aunque críptico para muchos, el sudor que se convierte en gas gana en entropía.

La vida es excepcional en el vasto escenario de nuestro universo. Los sistemas vivos mantienen una estricta organización donde cada componente cumple una función necesaria en el tiempo y lugar que le corresponde con la finalidad esencial de mantenerse existiendo.

Los estados en los que nos mantenemos estables son mucho más limitados y parecería como que no seguimos esa ley de tender siempre espontáneamente a la diversidad, sino todo lo contrario. Pero en realidad no podemos escaparnos de ella.

Adquirimos mediante el metabolismo la energía que necesitamos con el fin de mantener controlada la entropía que nos conduciría espontáneamente a estados en los que ya no podemos existir.

Asimilamos gases (como puede ser el oxígeno del aire al respirar), agua líquida y también sustancias más complejas en forma de alimentos. Los transformamos quitándoles la energía y desechando sus restos muy entrópicos.

Así seguimos vivos, impidiendo nuestra propia descomposición. Cuando ese proceso se desequilibra, morimos, y nuestros restos vuelven a estar a expensas de la entropía que hace que los materiales de los que nos componemos se diversifiquen libremente.

Somos un hermoso ejemplo de equilibrio entre la espontánea tendencia a la multitud de estados y la costosa pero eficiente energización.

Además, la vida sigue existiendo solo después de que el primer sistema vivo que apareció sobre la tierra seleccionó la capacidad de reproducirse en otro ser similar, antes de morir.

Las sociedades humanas suelen comportarse de forma similar. Una multitud reunida en un parque o una plaza se ubicará y acomodará corporalmente de acuerdo con la conveniencia de cada individuo en cada momento. Solo una voz de mando con determinado tipo de disciplina militar puede lograr que las personas permanezcan de pie, rígidas y en formación.

Cuando surgió nuestra especie, la inteligencia que se nos había seleccionado nos permitió comprender que asociándonos, organizándonos, podíamos subsistir mucho mejor que como individuos aislados.

 Un gran animal, con sus apetitosas carnes, era más fácil de cazar entre todos que por un cazador individual. Igual ocurrió con el cultivo de la tierra.

Esto fue conduciendo a nuestras actuales sociedades organizadas, que mientras mejor se estructuran y siguen reglas de común acuerdo, más progresan y proporcionan felicidad a sus ciudadanos.

Y cuando se desestructuran, solo conducen a la miseria y a la propia muerte de sus integrantes. La cooperación para el bien común, la socialización del bien, es probablemente una de las claves del progreso y supervivencia de homo sapiens en esta Tierra.

En la ciencia se suelen desarrollar ideas sobre la base de las llamadas “hipótesis”, que son presupuestos para llegar a conclusiones que pueden ser útiles.

Las hipótesis deben comprobarse, aunque haya muchas que se expongan y demoren mucho tiempo en verificarse.

Hipoteticemos entonces que la conducción de un colectivo humano, el liderazgo, para llegar a un determinado propósito es algo así como la energía que necesita una sociedad para organizarse en contraposición con la entropía que la empuja a la diversidad de estados.

Podemos establecer entonces la hipótesis de que la libre diversificación y el liderazgo, con su debido equilibrio, serían las que permiten una sociedad estable y próspera, de forma parecida a la vida que se estabiliza balanceando entropía y energía.

Cuando la persona o grupo de personas que lideran una sociedad o colectivo humano cualquiera ponen los intereses individuales por encima de los de los muchos que les corresponde conducir, aparece explotación, miseria y sufrimiento de las mayorías para un bienestar incomparable de minorías. Este desequilibrio conspira contra cualquier sistema social humano.

Desafortunadamente, hasta el advenimiento de las ideas más revolucionarias del siglo XIX, esta fue la forma predominante de gobierno, y perdura hoy en día en la mayoría de los casos.

Ciertamente ha conducido a progreso, y también a revoluciones. En una famosísima obra1 Marx y Engels expresaban “Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de luchas de clases.”

La democracia, tal y como se la entiende de gobierno del pueblo, sería la fórmula ideal para resolver esa contradicción. Si se hace bien, se puede tener una sociedad que progrese, que garantice felicidad y toda la libertad posible para todos con una adecuada combinación de liderazgo y de diversidad. ¿Puede eso lograrse si los que gobiernan son los más poderosos económicamente o sus sirvientes?

Por este camino del razonamiento con nuestra hipótesis se hace evidente que el liderazgo de una sociedad no puede ser secuestrado por ningún sector o clase con intereses económicos privilegiados.

Y eso conduce a la idea de que no puede existir sociedad más democrática que una socialista, donde el poder lo ejerza realmente todo el pueblo.

Desafortunadamente, intentos anteriores de la historia contemporánea que adoptaron ese nombre y que comenzaron a partir de entidades esencialmente democráticas, como fueron los soviets de la Rusia prerrevolucionaria, degeneraron en sistemas donde algunos grupos se adueñaron directa e indirectamente de riquezas de todos.

Como consecuencia, estos supuestos socialismos se desintegraron. No lograron equilibrio por no cultivar una mejor democracia.

Lamentablemente, esto desacreditó ante muchos la palabra, pero realmente no parece existir una mejor que “socialismo” para denominar una verdadera organización social libre, democrática, próspera y estable.

Los cubanos estamos elaborando mucho acerca de esto recientemente con una reforma constitucional medular. Con las raíces transparentes, desinteresadas y honestas que la Revolución Cubana ha ostentado desde hace ya siglo y medio tenemos que intentarlo.

Pero siempre al tanto de que las instituciones de gobierno sean verdaderamente democráticas y que nunca caigan bajo la influencia de grupos privilegiados por lo económico o cualquier otra causa que no sea el interés de las grandes mayorías.

Parece que así sería la única forma en la que el liderazgo y la diversidad de nuestra hipótesis logren un equilibrio estable y feliz.

Nota:

1  Marx, C.; Engels, F., Manifiesto del Partido Comunista. Fundación de Investigaciones Marxistas: Madrid, 2013.

*Doctor en Ciencias. Preside el Consejo Científico de la Universidad de La Habana. Miembro de mérito y coordinador de ciencias naturales y exactas de la Academia de Ciencias de Cuba.

(Tomado de Cubadebate)



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