Entrevista a Ciro Algaranaz, el hacendado más mencionado por el Che

Edited by Isidro Fardales
2017-03-30 09:03:23

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Por Froilán González y Adys Cupull.

El  30 de marzo de 1967 la relativa quietud de la selva de Ñacahuasú, donde la guerrilla del Che había instalado sus campamentos, fue interrumpida cuando varios aviones Mustang intensificaron el bombardeo que desde el día 24 llevaban a cabo en toda la zona.

Ese día, desde su puesto de observación, Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho) escribió: "...La vista es un lago de nubes, a todo alrededor. Es tan alto el puesto donde me encuentro que lo atravieso completo. La vista es maravillosa, ya cuando comienzan a desaparecer, aparece la aviación y los insectos por miles..."

La aviación hostigaba con sus bombardeos constantemente y las llamas de napalm se extendían por toda la zona. La técnica que Estados Unidos estaba empleando en la guerra contra Vietnam, de arrasar y quemar todo, había comenzado en Bolivia.

Refiriéndose al paisaje del Ñacahuasú, el guerrillero Eliseo Reyes Rodríguez (Rolando o San Luis) escribió: "Hoy estoy en misión de vigilancia en un bello lugar y lamento no tener conmigo una cámara para tomar algunas fotografías de esta zona. Estoy en una montaña que es igual a las más pintorescas que he visto en las películas.

“A mi derecha el río corre suavemente sobre grandes rocas que producen estruendosas caídas. Más allá del río comienza una cadena de montañas extremadamente empinadas y cubiertas con espesa vegetación y elevándose casi verticalmente desde el arroyo, formando un número de picos. La cumbre de cada uno de éstos está cubierta por una espesa neblina, mientras más abajo la cálida luz del sol mañanero ilumina el lugar..."

Casi 20 años después llegamos a Ñacahuasú, el paisaje selvático, realmente es hermoso, pero invariablemente hostil, se puede admirar en toda su magnitud la naturaleza virgen, el verdor de los árboles, de las montañas, del tupido follaje donde revolotean incontables mariposas, como escapadas de uno de los lienzos de plumas de aves selváticas que se exhiben en el exclusivo comercial Cañoto, de .

Se observan piedras de distintos tamaños y colores en las márgenes del río y los arroyos… Sin embargo, la agradable impresión inicial pronto se transforma en un ataque que proviene desde los más insignificantes insectos o hasta el encuentro con un feroz animal, como el jaguar americano, al que llaman tigre, o las víboras venenosas.

El combatiente Harry Villegas, (Pombo), en un informe fechado el 11 de septiembre de 1966, explicó que Ñacahuasú estaba ubicada en la región suroeste de Santa Cruz, en una zona montañosa de exuberante vegetación, pero de poca agua.

Que la propiedad está a 255 kilómetros de Santa Cruz en el camino a Camiri y relativamente aislada. Puede llegarse a ella sin ir a Lagunillas, que está a 25 kilómetros de Ñacahuasú, tomando un camino lateral a unos 6 kilómetros al sur de Gutiérrez.

También explicó que el viaje a Santa Cruz se hacía en 12 horas, que el tramo desde el caserío llamado Mora o Río Seco, se ponía casi intransitable, y en épocas de lluvias, de dos a más días para llegar. Afirmó que la finca tenía 1 227 hectáreas y bastante madera.

Sobre la vivienda de Ciro Algarañaz, Villegas señaló: "Faltando unos tres kilómetros completos para la finca, está la casa de Ciro Algarañaz, que está sobre el camino. Este hombre es el único peligro para el trabajo, por ser el vecino más cercano y extremadamente curioso.

“En tiempo de Paz Estenssoro, fue intendente (Alcalde) de Camiri. Después de haber alquilado o comprado la finca, nos enteramos que había dicho que íbamos a poner una fábrica de cocaína (...) está interesado en que le compremos alguna cabeza de res y cerdo, por ello, tiene buenas relaciones con nosotros".

Cuando en 1984 llegamos a esa casa, se encontraba deshabitada, destruida y abandonada, solo le quedaban las paredes y el techo, pero se podía apreciar que fue una buena casa, de adobe y techo alto, de tejas, con su cerca bien cuidada.

Según explicó el guía, cuando Ciro Algarañaz fue alcalde de Camiri reunió mucho dinero, tenía 100 hectáreas de maíz en estado de cosechado, 4 de plátanos, 2 de yucas, 10 de arroz, caña, frijoles y jocos (especie de calabaza dura), 80 chanchos (cerdos) de raza, gallinas, patos y un aserradero, muchos troncos de madera, un camión, un jeep, varios caballos, mulos, burros, 60 vacas bien seleccionadas,10 toros y un motor para darle luz a toda la propiedad.

Tanto la vivienda, como su propietario y uno de sus peones, nombrado Tomás Rosales, apodado el vallegrandino, fueron citados por el Che en su Diario reiteradamente. El trabajo del peón como cazador, le permitía merodear los alrededores de la casa de calamina y adentrarse por la zona, que conducía al Campamento Central.

Cuando el capitán Augusto Silva Bogado visitó esa hacienda, le puso a Algarañaz una pistola en la nuca y lo hizo hablar. Luego llegó la orden del Comando de la Cuarta División para dirigir las operaciones, la casa y hacienda fueron convertidas en punto de operaciones del ejército.

Después de una larga búsqueda, localizamos a Algarañaz. Vive en un modesto barrio de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, cuyas calles presentaban lodazales, charcos y zanjas profundas, donde el jeep caía, ladeaba, patinaba, retrocedía, bramaba para avanzar y no quedar atascado.

Su casa estaba rodeada por un patio grande, todo de tierra arenosa, mojada, con varios corrales, abundantes cerdos, aves con sus críos y hasta un caballo amarrado junto a una camioneta. Era una hermosa melodía de piares y graznidos que nos trasladó muy lejos de la ciudad.

En otra parte, los aperos de labranza utilizados para descuartizar animales, cuyas carnes llevaba a vender al mercado o a las casas particulares. Era una hacienda dentro de la ciudad. El Pincal estaba allí, porque hasta las trampas para cazar los animales de la selva se encontraban presentes.

Se respiraba olor a selva. Estábamos con el hacendado más conocido durante la etapa de la guerrilla del Che. Cuando supo quiénes éramos y nuestro interés para hablar de los hechos de 1967, se esmeró en la atención y comenzamos una charla amena, que sirvió para que, poco a poco, el recelo y la desconfianza desaparecieran. Comprobó que nuestra visita era netamente para realizar una investigación histórica y que ningún otro motivo nos animaba.

Sus ojos grandes, escudriñadores, curiosos, inquietos, acoplaban con sus enormes bigotes. Nos contó que seguía recorriendo la serranía donde operó la guerrilla, compraba cerdos a los campesinos; pero que no le gustaba visitar El Pincal porque se llenaba de tristeza.

Nos invitó a pasar a la amplia casa con una especie de portal al fondo, donde la esposa, amable, no ocultaba su desconfianza y con ademanes de guardia protectora, nos miraba con insistencia, lista para ayudar a su compañero en caso necesario. Ciro, cortés y amistoso, nos pareció en ocasiones familiar.

Relató:

“Yo vivía en Camiri, donde llegué a ser intendente, tenía un negocio de carnicería y ahorré bastante dinero; quería ser un poderoso hacendado, un importante agricultor y ganadero. Cuando lo logré, comenzó mi ruina.

“En el año 1964 compré a don Remberto Villa Mariscal una extensa propiedad agrícola ganadera que estuvo abandonada por más de 30 años, llamada El Pincal, que se encuentra a 25 kilómetros de Lagunillas, que es la capital de la provincia Cordillera.

"Me dediqué a la crianza de chanchos (cerdos), de ganado vacuno y a la agricultura. Trabajé mucho. Introduje 100 cabezas de ganado vacuno, 100 chanchos y los correspondientes sementales. Tenía a mi servicio 30 peones y a los dos años, ya habíamos desmontado más de 60 hectáreas de terreno.

“Yo había creado las condiciones para producir 1 000 chanchos al año, ese era el propósito, por eso producía abundante maíz, jocos, zapallos, yuca, caña, papas y hasta arroz. Estaba feliz de los éxitos obtenidos. Luego supe que gente extraña había comprado Ñacahuasú, no tanto como gente extraña porque antes conocíamos al señor Roberto Peredo (Coco) y al señor Jorge Vargas, que resultó ser Jorge Vázquez Viaña, (Loro).

“Estos señores iban y venían, no había por qué tenerles desconfianza. Bueno, usted sabe, que el que nada hace, nada teme. Ellos querían comprarme mi finca, pero yo no quise venderla, ella constituía la culminación de la mayor ambición de toda mi vida. Yo me sentía seguro y sin miedo al porvenir.

“Ante mi negativa, estos jóvenes buscaron al mismo señor Villa que me vendió El Pincal; era un señor raro, que cazaba tigres, y le gustaba criar víboras. Villa fue quien vendió Ñacahuasú a los guerrilleros, que era una especie de prolongación de El Pincal.

“Coco Peredo y Vázquez construyeron allí una casa, tipo beniana, que es conocida con el nombre de la casa de calamina. Ellos se movilizaban en dos jeeps Toyota. La propiedad no se notaba que prosperara, fue entonces que comencé a dudar de la sinceridad de ellos y pensé que la habían comprado para fabricar cocaína.

“Nadie en realidad conoció la verdad del plan guerrillero. La mejor prueba de ello es que en ese año, 1967, Coco Peredo y Vázquez Viaña pasaron la fiesta de carnaval en la misma comparsa con el jefe de la Cuarta División de Camiri y otros jefes y oficiales también.

“Cierta vez hablé con el subprefecto de Lagunillas, Ernesto Barba, y le dije mi preocupación sobre estos jóvenes, que estaban fabri­cando cocaína, él me respondió que esa plata iba a beneficiar a todos los que vivíamos en Lagunillas.

“Aquellos jóvenes charlaron conmigo por unas cuatro veces. La primera, para tratar de comprarme la propiedad; la segunda, para comprarme madera aserrada para construir la casa de calamina; la tercera, para comprarme algunas gallinas y pavos; y, por último, cuando uno de sus vehículos se había caído a una quebrada para que yo lo timoneara; en gratificación, lo recuerdo, me regalaron un quintal de azúcar, que muy bien lo necesitaba para endulzar la yerba (mate) de mi gente.

“En aquellas oportunidades en que charlábamos no los escuché hablar nada de política, ni me hicieron preguntas que pudiera sospechar sus propósitos. Por eso, considero que muy bien se supieron mimetizar, así como también después comprendí que es­tos jóvenes estaban bien instruidos o bien asesorados para la guerra de guerrillas.

“La zona de Ñacahuasú era inmejorable para estos fines porque al final del río comienza la pradera de Masicurí, que es una zona muy buena porque posee agua, abundan los animales y las frutas, es una zona propia para la caza, donde parece que los guerrilleros pensaban trasladarse.

“En marzo, cuando llegaron el capitán Silva y Epifanio Vargas con 40 soldados… me pidieron permiso para quedarse en mi casa; momento fatal para mí porque desde entonces comenzó mi ruina; el ejército me comió todo, declararon mi tierra zona militar y desde ahí se condujeron a Ñacahuasú. En el momento en que hubo el choque con el ejército, el 23 de marzo, yo estaba en Camiri, de ahí me metieron preso y no me dejaron volver a El Pincal.

“Entonces agarraron a Tomás Rosales, mi peón, y le dieron palos, lo masacraron, después de varios días detenido, lo llevaron a la celda donde me tenían a mí preso. Le dije: "Don Tomasito, ¿qué pasa, por qué lo han traído a usted? Usted no ha tenido que ver nada con esta cuestión."

“Entonces él dice: "¿Qué quiere que haga? Quieren que yo hable en contra de usted, que yo diga que usted llevó víveres en abundancia para los guerrilleros y armamentos. Me han masacrado. Como yo no sé leer ni escribir, han escrito harto en máquina y me han hecho hacer, con los dedos, las huellas".

“Mire, ¡cuando me entero de la señora declaración leonina, que a su legado antojo ellos escribieron, me indigné! Entonces, don Tomás Rosales, se hace el desmentido, más o menos a las doce del día, cuando llevaban de comer nuestros familiares a las gentes, a los detenidos. Más o menos había 40 personas ahí presas, entonces yo me quedé estupefacto, no supe a qué atinar.

“Había allí un muchacho de Tarija, Eduardo Peña Garica, y dijo:"¡Señores, hoy por mí, por ti mañana! Se trata de un hombre que no tiene nada que hacer y estos sinvergüenzas quieren empelotarlo y nada más. No tiene ningún delito. A ver, don Tomás, diga usted, ¿por qué lo han apaleado?"

“Eduardo Peña reunió a todos ahí y don Tomás relató todo. Los soldados intervinieron y lo incomunicaron, y a los demás nos metieron juntos, como sardinas, en una celda.

“Al día siguiente nos abren la puerta y salimos a hacer las necesidades. En la celda de Tomás Rosales Vargas no había nadie, ya eran las nueve, se arma un alboroto y dicen: "¡Ahorcado Tomás Rosales Vargas!" Apareció muerto.

“Él lo único que sabía, era dedicarse a la cacería para proveer de carne a mi casa, y apareció ahorcado con un cinturón, que deja mucho que desear y que pensar…”

En la entrevista que sostuvimos con Algarañaz reconoció que el vallegrandino espiaba a los guerrilleros por órdenes suyas. Sobre este aspecto manifestó:

“A Tomasito yo le decía: "Oye, el movimiento que hay acá es excesivo y no se ve nada, cuando usted vaya, vea. Cuando usted vaya a cazar, fíjese"; pero nunca me dijo nada, ni del guante que se le perdió a Pombo y que él encontró, tal como dice el Che en su Diario. Parece que le encargaron que nunca me dijera nada y él fue fiel a sus amigos.

“Yo no sé por qué tuvieron desconfianza en mí. Yo, sin ser un magnate, sin ser un terrateniente, nada más porque tenía unos cuantos peones, porque yo no soy de derecha, yo he sido del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), del sector de izquierda…”

 “Después de nueve meses preso, mi finca estaba destruida. El 3 de mayo de 1968 salió el fallo del Tribunal Supremo de Justicia Militar, donde se plantea que salga absuelto y que me entreguen la finca, pero la habían hecho polvo, se llevaron hasta las puertas. No quedó nada.

“Ninguna de las veces que yo estuve en Ñacahuasú conocí ningún campamento guerrillero, ni me solicitaron ayuda los guerrilleros. Cuando el jeep de Roberto Peredo se volcó, dos veces, llegó a mi casa para que yo lo ayudara; así lo hice con mi gente y mí movilidad (vehículo) para sacarlo de una quebrada en que se metió, creo que es deber para cualquier persona que se encuentre en un trance de esa naturaleza…”

“A mí nunca me dijeron cuál era la intención, así que yo ignoraba absolutamente su finalidad. Para mí hubiera sido un honor haber aportado al gran ideal del señor Guevara, porque hombres como ese muy pocos quedan.

“Yo ni siquiera conocía al ilustre y magnánimo hombre Don Ernesto Che Guevara, porque como le dije anteriormente, para mí, habría sido un orgullo haberlo conocido, pero no fue posible.

"Hubiera sido un orgullo colaborar en forma oficial. Si así hubiera sido, todos mis sufrimientos habrían sido justos y yo sería feliz, pero hubo un cierto hermetismo por parte de ellos, que no fue posible ni siquiera saber, ni remotamente de los planes que tenían.

“El asesinato de Tomás Rosales, el vallegrandino, fue conocido por todos los habitantes de Lagunillas, quienes cuentan que su cadáver, al igual que el de otros campesinos, fue lanzado a la selva desde un helicóptero…”

 

 



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