Cuba y su pueblo, más allá del “Maleconazo”

Edited by Maria Calvo
2022-08-05 05:11:12

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por Rafael Calcines Armas

Más que un “levantamiento popular contra el régimen” como dijo entonces la prensa occidental, los sucesos del 5 de agosto de 1994 reafirmaron el respaldo de la mayoría del pueblo de Cuba a su Revolución.

Aquellos acontecimientos, inéditos en el país después del triunfo del 1 de enero de 1959 sobre la tiranía de Fulgencio Batista (1952-1958) demostraron igualmente el enorme liderazgo de Fidel Castro y la vigencia de su pensamiento político.

Porque la unidad de los cubanos y su sentimiento patriótico -promovidos insistentemente por Fidel Castro-, aun en medio de las enormes dificultades y carencias que sufría la población en aquellos días aciagos del llamado Período Especial, fueron factores decisivos para la victoria sobre los intentos de desestabilizar al país.

Como se recordará, el pueblo respondió de inmediato a quienes pretendían saquear tiendas y locales en medio del tumulto en calles del centro de la capital y en el Malecón, pero la aparición del presidente Fidel Castro cambió de cuajo el panorama y muchos que hasta ese momento daban rienda suelta a su ira, terminaron gritando ¡Viva Fidel!.

Los disturbios se diluyeron sin que las fuerzas policiales dispararan un solo tiro, lo que no impidió que la prensa más derechista, sobre todo en Estados Unidos, hablara hasta el cansancio de “represión”.

Eran tiempos extremadamente duros. Cuba buscaba sobrevivir a una profunda crisis económica tras la desaparición del socialismo en Europa y la Unión Soviética, que condujo a la pérdida de prácticamente todo su comercio, incluyendo casi la totalidad del abastecimiento de petróleo, todo tipo de materias primas y alimentos.

En poco tiempo la economía se contrajo a casi la mitad de su volumen de 1989, la isla estuvo a un paso de la parálisis total y, prácticamente se quedó sola frente a un enemigo, convertido en potencia hegemónica, a solo 90 millas de sus costas.

En Washington, el gobierno de turno se frotaba las manos apostando por la caída de la Revolución “en cuestión de días”, y desde Miami, base de operaciones de la contrarrevolución, no pocos prepararon su equipaje para retornar triunfalmente a sus privilegios.

Y como podía esperarse, Estados Unidos arreció el bloqueo con la promulgación en 1992 de la Ley Torricelli, que años más tarde sería reforzada con la Helms-Burton.

En medio de la crítica situación, se agudizaron también las campañas de propaganda contra la isla promoviendo las salidas ilegales del país por cualquier vía y cualesquiera condiciones, e incluso acciones desestabilizadoras o abiertamente terroristas.

A 28 años de aquellos acontecimientos Cuba enfrenta hoy una difícil situación económica -aunque no tan aguda como el Período Especial-, provocada en gran medida por los efectos de la pandemia de Covid-19 y sus estragos en la economía mundial, a lo cual la isla no ha estado ajena.

Pero sobre todo por un reforzamiento hasta niveles insospechados del bloqueo económico, financiero y comercial de Estados Unidos, empeñado en cerrar todas las puertas, en cualquier lugar del planeta, que le permitan a la isla avanzar en su desarrollo.

Y no menos importante, el enorme desarrollo tecnológico desde entonces ha propiciado que las campañas mediáticas contra el modelo social cubano salten de los medios de comunicación tradicionales a los celulares y computadoras a través de las redes sociales.

Pero como hace 28 años, prevalece otro factor aun en medio de las dificultades: la decisión de la mayoría de los cubanos de seguir, contra viento y marea, aspirando a un país donde una vida mejor para todos pueda ser posible.

Muestra de ello es, por ejemplo, el cercano referendo sobre el Código de las Familias, texto legal que de aprobarse, significará más inclusión, justicia y equidad para todos los ciudadanos sin distinción.

Ciertamente, Fidel Castro no está físicamente, pero una nueva generación de dirigentes -y el pueblo en definitiva- procuran hacer perdurar su legado, y las palabras del líder histórico tras las protestas del 5 de agosto de 1994 resuenan como si fueran dichas ahora mismo:

“No se pueden subestimar los valores morales que este pueblo ha acumulado ni su disposición a luchar. Y quien lucha vence; no hay nadie hoy, por poderoso que sea, capaz de derrotar a un pueblo decidido a luchar”.



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