Por Luis A. Montero Cabrera*
Como país pequeño y relativamente pobre, no debería esperarse que la ciencia cubana tuviera un impacto global en tiempos globales como los que transcurren, e inevitablemente dominarán el futuro previsible.
Según estimados que aparecen en las prospecciones de población mundial de la ONU, en 2015 Cuba ocupaba el lugar 78 en población entre todos los países, con 11 392 889 habitantes. La lista la preside China con 1 382 323 332 habitantes. Los Estados Unidos de América ocupan el tercer lugar con 324 118 787 habitantes.
Si medimos la producción científica a partir de la cantidad de documentos publicados con resultados originales y citables entre 1996 y 2014 estamos en el lugar 60, con 28 387 documentos y un índice Hirsch de 115, según la organización SCIMAGO.
Aquí el primer lugar lo tienen los EE.UU. con 7 876 234 documentos y un índice Hirsch de 1648 y le sigue China, en segundo lugar, con 3 569 652 y 495, respectivamente.
El índice Hirsch nos dice cuántos de esos documentos han tenido hasta un índice Hirsch de citas en otros trabajos científicos. Así, Cuba tiene 115 documentos que se han citado hasta 115 veces por otros.
Esto quiere decir que los nuevos conocimientos obtenidos en Cuba se insertan en los flujos mundiales de información de modo ciertamente privilegiado con respecto a la magnitud de nuestra población. No se cuenta en esto una cantidad inestimable de conocimientos que han producido cubanos en el mundo, fuera de nuestras costas.
Con la excepción de la emigración de los primeros años de la Revolución, los cubanos que hacen ciencia y producen nuevas tecnologías dentro y fuera de Cuba han sido educados fundamentalmente en nuestras escuelas y universidades.
Todos adquirieron sus saberes fundamentales y formaron su visión del mundo en nuestras modestas y nacionalmente ubicuas instalaciones escolares, al alcance de todos, con oportunidades similares para todos, sin excepción, de llegar a lo más alto posible en el saber.
Una de las razones por las que las prácticas imperiales de potencias mundiales han podido esquilmar a otros pueblos del mundo durante la historia humana escrita ha sido la demostración y uso, muchas veces inmoral, de alguna superioridad.
Siempre tal superioridad ha estado de alguna forma influida por la principal ventaja que tiene homo sapiens en la naturaleza: el conocimiento.
La astucia parece haber permitido el triunfo guerrero sobre los troyanos en el Mediterráneo y sin dudas facilitó la dominación de Atahualpa, que estaba respaldado por miles de soldados incas, por parte de unas cuantas decenas de guerreros ibéricos desembarcados por Pizarro en tierras muy extrañas para ellos.
Saber construir y administrar sistemas de producción azucarera gigantescos, modernos y eficientes, y tener la habilidad para aprovecharse de oportunidades políticas brindadas por circunstancias y por entreguistas facilitaron que Cuba fuera un país neocolonizado durante la primera mitad del siglo XX.
Las éticas donde la autoconsideración de paria determina los comportamientos, las individualistas, son las que fertilizan las dominaciones de los astutos. Es tan censurable el ser humano que impone una superioridad de cualquier tipo sobre otro para su propia conveniencia como el que se la deja imponer, si tiene alternativas. Y es más censurable el que con una actitud oportunista favorece su propia dominación por otros y se subordina de forma mansa y a cambio de migajas.
El colega y amigo Prof. Carlos Rodríguez Castellanos relató recientemente en las páginas de Cubadebate una experiencia probablemente inédita.
Nuestra delegación de científicos cubanos, patrocinada y organizada por la Sociedad Cubana de Química y la Sociedad Química Americana y apoyada por la Universidad de La Habana y la Academia de Ciencias de Cuba, participó en el panel “Oportunidades para la colaboración en la ciencia y la educación superior entre Cuba y los EE.UU.”, que tuvo lugar en el Club Nacional de la Prensa, en Washington, DC, el pasado 29 de junio de 2016.
Tanto en esa actividad, como en la posterior reunión con la Fundación Nacional de la Ciencia, como en el intercambio con el personal del Comité de Ciencia de la Cámara de Representantes del Congreso de los EEUU, la ciencia cubana estuvo presente de igual a igual.
La sideral diferencia de ser los cubanos 28 veces menores en población y 277 veces menores en producción científica no significó que alguien optara por la posición de colonizador o la de colonizado.
La Revolución Cubana es una clara triunfadora en la confrontación política que apostaba a su eliminación y reimplantación del régimen neocolonial como única salida. Fidel, su ya nonagenario líder, hasta había sido condenado a la eliminación física sin juicio alguno en sus tiempos de protagonismo activo.
Sin embargo, ha tenido la oportunidad de presenciar el inevitable hecho de un acercamiento progresivo entre Cuba y los EEUU en todos los escenarios, aunque con diferentes cadencias en cada caso.
El escenario que nos toca protagonizar a los científicos cubanos debería ser el de una colaboración activa entre iguales. Las diferencias inevitables cuantitativas y de disponibilidades económicas son siempre compensables de nuestra parte con trabajo, talento y sabiduría, de lo que tanto potencial tenemos.
Ese escenario proyecta ahora a la comunidad de los académicos cubanos hacia una ubicación global donde nuestra voz de sabiduría puede elevarse tan alto como la de cualquier otro país, por grande y poderoso que sea.
Muchos científicos activos en la Patria y también nuestros emigrados en este campo lo demuestran cada día en sus respectivos sitios de vida y trabajo. Una alternativa entreguista, de paria, de entrega de activos fundamentales, de subordinación incondicional al más fuerte, como las tristes actitudes de muchos políticos y poderosos cubanos de la primera mitad del siglo XX, es inadmisible.
Podemos confiar en que la dignidad martiana que ha presidido la educación y toda la conciencia social cubana en la Revolución hará posible que la ciencia cubana en Cuba y fuera de nuestras fronteras salga fortalecida y potenciada en estas nuevas condiciones, lejos de absorberse. Por el camino de la sabiduría y la ciencia también se llega a la eliminación de toda medida política discriminatoria existente aún, como es el oneroso e inaceptable bloqueo.
Luchemos para que se aprovechen al máximo todas las oportunidades que puedan beneficiar a ambos países, sin otro prejuicio que nuestra propia y bien ganada dignidad.
*Doctor en Ciencias Químicas y miembro Titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Preside la Sociedad Cubana de Química y el Consejo Científico de la Universidad de La Habana.
(Tomado de Cubadebate)