Por: Guillermo Alvarado
La iglesia católica reconoció el trabajo abnegado de la religiosa conocida en todo el mundo como Teresa de Calcuta, quien dedicó su vida a atender a los pobres y los enfermos, primero en la India, país cuya nacionalidad adoptó, y luego en los más apartados rincones del planeta.
Nacida en 1910 como Inés Gonxha Bojaxhiu en la ciudad de Skopje, hoy capital de la República de Macedonia y entonces parte del territorio de Albania, viajó a los 18 años a Irlanda, donde ingresó bajo el nombre de Teresa en la orden religiosa de las Hermanas de Loreto.
Como miembro de esta congregación se trasladó hasta la ciudad india de Calcuta, que marcaría para siempre su vida debido a las condiciones infrahumanas que allí descubrió, sobre todo entre las personas que padecían alguna enfermedad, los huérfanos y las mujeres.
A los 36 años decidió fundar las Misioneras de la Caridad, organización que fue autorizada en 1948 por el Vaticano y desde entonces conoció un excepcional crecimiento y cuenta hoy con centros en 140 países con más de cinco mil miembros y decenas de miles de voluntarios que laboran en hospitales, lugares de acogida de indigentes, casas y escuelas para mujeres y niños sin amparo.
Por su labor a favor de los pobres, en 1979 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz, uno de los mayores aciertos que ha tenido el comité con sede en Noruega, responsable de ese galardón, y protagonista de tantos fiascos en su historia.
Criticada por algunos por sus posiciones radicales en temas como el divorcio y el aborto, no cabe la menor duda de que los méritos de esta mujer son extraordinariamente altos, como se ha reconocido a lo largo de décadas en la mayor parte del mundo, donde líderes políticos, sociales y comunitarios le rindieron un sentido homenaje cuando ocurrió su lamentable fallecimiento el 5 de septiembre de 1997, hace hoy exactamente 19 años.
El legado de Teresa de Calcuta es obviamente mucho más amplio que la legión de mujeres caritativas que mitigan el dolor y el sufrimiento vestidas con su distintivo hábito blanco con ribetes azules.
Su compromiso con los pobres es un ejemplo a seguir en un mundo donde la violencia y la indiferencia crecen sin cesar, empujadas por el egoísmo, la competencia y el afán de ganancias al precio que sea necesario.
En momentos en que la solidaridad y el apoyo desinteresado a los humildes y excluidos, cuando los cambios estructurales para ofrecer escuela, salud, vivienda y dignidad a las mayorías son vistos con sospechas y empujados hacia el barranco por una derecha cruel y avariciosa, la labor de esta mujer, frágil sólo en apariencia, se destaca como una luz que se niega a opacarse, en medio de las sombras
que crecen y amenazan a nuestra especie.