Por Graziella Pogolotti*
Fidel es Cuba porque el Comandante encarnó las esencias más profundas de la nación y la cultura. Después de los fundadores de la patria, enhebró en un mismo tejido, memoria y sueños, clave del misterio de la Isla perseguido siempre por los poetas.
La historia es una fuerza viviente construida una y otra vez, hecha obra tangible por las manos de los hombres y construida por el inabarcable universo intangible, unión de mitos y remembranzas, de instantes de plenitud y de momentos de dolor, de aconteceres personales y colectivos, de las artes que nos acompañan, del perfil de los héroes y de la mano amiga de todas las edades.
Enraizados en la memoria, parte inseparable de ella, se forjan los sueños. De Céspedes recibimos el gesto primero, de Martí, la acción, la prédica, la visión poética y la base de una política fundada en la ética. De todos ellos nos llegó que el proyecto de nación descansa sobre el ser humano que lo sostiene.
La vida carga las palabras de ayer de nuevos sentidos. Desde la perspectiva de ahora, José Martí fue el autor intelectual del Asalto al Cuartel Moncada, porque representaba la síntesis de una memoria entretejida de sueños.
El gesto de los combatientes que desafiaron la fortaleza militar de la tiranía devolvía a los cubanos la luz de un sueño posible, el impulso indetenible de la esperanza, la fe que une y salva y la confianza en la potencialidad latente que reside en cada uno de nosotros.
Por eso, la derrota fue aparente. Era el anuncio de un recomienzo. De esa manera, un puñado de hombres, una pequeña vanguardia se hizo pueblo. Muchos fueron cayendo en la Sierra y en el llano. Pero una multitud estuvo dispuesta a inmolarse en Girón y durante la Crisis de Octubre.
Unos pocos fueron cantera de una gran masa. Las razones son numerosas. Se hizo la Reforma Agraria siempre postergada. Se barrió con el analfabetismo y hubo escuelas para todos. Se accedió a la vivienda y a los servicios médicos. En el universo de lo intangible, se conquistó la independencia malograda.
Se rescató la dignidad de la persona, de los marginados en razón de la pobreza o del color de la piel. Se recató la dignidad de la nación, que tuvo voz propia y alcanzó protagonismo en el escenario mundial.
Generaciones enteras han crecido junto a la palabra de Fidel. Sus discursos constituyen un método pedagógico ejemplar, valedero para todas las formas de educación. Nunca autoritario, reconstruye la causa de las cosas y avanza mediante la formulación de sucesivos porqués planteados desde la primera persona y compartido con la audiencia.
Es un modo de enseñar a pensar, de trazar el camino hacia la independencia de criterio, de situarse en las antípodas de los recetarios dogmáticos. Así pudo hacer una revolución antimperialista contra el ejército, así vencimos y logramos sobrevivir hasta ahora.
Han sido años de intenso aprendizaje, pero de su legado de historia y de conceptos, queda mucho por aprender. En su pensamiento habrá de encontrar la izquierda desconcertada de hoy fuentes de primordial importancia.
Nosotros formamos parte de ella, pero situados en la frontera del imperialismo en momentos de intenso peligro, tenemos que solventar nuestros propios problemas.
Lector insaciable, Fidel devoró textos de historia, de ciencias políticas, de economía, de literatura, de economía, de asuntos fundamentales de las ciencias.
Esos materiales dispersos no fueron asimilados como una sumatoria de datos. Intelectual de cuerpo entero, para Fidel, fuentes tan variadas de conocimiento se articularon alrededor de un eje irradiante: el destino del ser humano. Elaboró de ese modo un saber de inspiración humanista.
Trascendió fronteras. Con el referente de una tradición clásica, mantuvo la mayor actualización posible. Tampoco se redujo a límites doctrinarios. Asimiló cuanto procediera de cualquier parte con visos de utilidad.
Pero lo hizo desde la óptica de un pensamiento crítico, atento al aquí, al ahora y a la especificidad de nuestras culturas y necesidades, siempre curioso e interrogante, nunca mimético.
Su capacidad integradora de conocimientos y su visión humanista articulaban las ineludibles consideraciones conceptuales y la cercanía al ser humano concreto. La teoría no se traducía en abstracción y la práctica no se traducía en mero utilitarismo.
La facultad de concentración se complementaba con la observación minuciosa. Así se manifestaba en el trato a sus interlocutores, atento siempre a las señales de algún padecimiento, al gusto revelador de inquietud o preocupación. El gesto caballeroso era reflejo de delicadeza de espíritu.
De esas cualidades dimanó su talento de estratega en lo militar y también en lo político. Al estudiar la tradición del pensamiento socialista con ojo crítico, se desprendió del legado mecanicista, venido del positivismo, tan influyente en nuestras tierras.
Sin desconocer el peso de los factores objetivos, tuvo en cuenta el papel de la subjetividad. Apostó a favor del ser humano. Confió en él. Sin subestimar las necesidades materiales que nos acosan, creyó que la batalla decisiva se libraba en términos de mejoramiento humano.
Lo había aprendido en sus lecturas de José Martí. Por eso, fue indoblegable su voluntad de sembrar futuro, de privilegiar la educación, la voluntad de superación y de impulsar el desarrollo de la ciencia más avanzada, en una isla pobre y pequeña.
Decir siempre la verdad mirando a los ojos es muestra de confianza en la persona, acrecienta su autoestima y nos libera del fatalismo que tanto pesó sobre nuestras conciencias durante la República neocolonial.
Como algunos artistas excepcionales ha sabido descubrir en la realidad lo que todavía no era visible para todos. Según García Márquez, veía crecer la yerba.
Removió ideas, rescató independencia y soberanía. Sembró ciencia, cultura, autoestima, fe en nuestras fuerzas y en el futuro, ese crisol unitario que mueve montañas.
*Destacada intelectual cubana
(Tomado del periódico Juventud Rebelde)