Por: Guillermo Alvarado
Cuando pensábamos que ya la Organización de Estados Americanos, la OEA, o lo que es lo mismo el ministerio de colonias de Washington, ya había mostrado todas sus miserias, esa desprestigiada entidad nos sorprendió con algo insólito, inesperado en realidad, un golpe en contra de la presidencia temporal de su principal estamento, el consejo permanente, encabezado desde el 1 de abril por Bolivia.
Acostumbrada desde su creación, ocurrida el 30 de abril de 1948, a conspirar contra gobiernos no gratos a Estados Unidos, a participar, tolerar o ignorar cuartelazos e invasiones militares, siempre dirigidas por el Pentágono, para poner fin a procesos democráticos y progresistas en nuestra región, ahora la OEA llevó esas prácticas hasta su propio corazón.
Como denunció el embajador de Bolivia, Diego Pary Rodríguez, este lunes se convocó, sin su conocimiento, a una reunión del consejo para tratar el tema de Venezuela, lo que constituye una flagrante violación a los mecanismos internos de la organización y un golpe institucional.
Tampoco fue consultado para realizar el encuentro el representante de Haití, Jean-Victor Harvel, quien ocupa la vicepresidencia pro témpore del Consejo de la OEA, lo que convierte a esa reunión en un acto ilegal y, por encima de eso, un bochorno para los países que convocaron y participaron en esa comedia de dudosa calidad.
Como se sabe, de allí emergió un documento contra la República Bolivariana de Venezuela por presuntas violaciones al orden constitucional y la democracia.
En particular se atacan recientes resoluciones del Tribunal Supremo de Justicia venezolano, emitidas la semana pasada hacia la Asamblea Nacional que actúa en abierto desacato a las leyes y, ella sí, contra la letra y el contenido de la Carta Magna.
Lo paradójico es que el sábado 1 de abril, esas resoluciones fueron anuladas, lo que significa que el objeto fundamental de la cita en la OEA había desaparecido y a pesar de ello se siguió adelante con una conducta que apunta a todas luces a permitir o incitar una intervención foránea en la Patria de Bolívar.
Así lo denunciaron los embajadores de Bolivia y el de Venezuela, Samuel Moncada, a los que más tarde se sumó el presidente Nicolás Maduro.
A nadie extraña este comportamiento de la OEA y su actual secretario general, el tenebroso Luis Almagro, quien parece soñar con colgar en la sala de su casa la cabeza de la Revolución Bolivariana, aunque para ello deba bañarse las manos de sangre.
También es una muestra de la desesperación de la derecha latinoamericana y los sectores más conservadores de Estados Unidos, ante el frenazo dado el domingo en Ecuador a la restauración del neoliberalismo y el imperio del mercado y las grandes empresas en nuestra región.
Luego de este golpe contra sí misma, la pregunta no es a quien sirve la OEA, eso lo sabemos desde 1948, sino para qué sirve ya este árbol que nació torcido y con garras y que carga sobre sus espaldas cientos de miles, millones en realidad, de vidas inocentes cortadas por las apetencias del imperio sobre nuestros recursos naturales, humanos y geográficos, bajo la cobertura de aquel espurio principio de que “América para los americanos..... del norte” FIN