Por Guillermo Alvarado
Cansado de sufrir agresiones de todo tipo, el gobierno venezolano encabezado por el presidente Nicolas Maduro adoptó la decisión de comenzar los trámites para salir de la desprestigiada Organización de Estados Americanos, la OEA, que en los últimos días se convirtió en punta de lanza para concitar una intervención militar extranjera contra la Patria de Bolivar.
"Nuestro retiro de esta organización no es coyuntural. Tiene que ver con la dignidad de nuestro pueblo", dijo la ministra de Relaciones Exteriores, Delcy Rodríguez cuando anunció a sus compatriotas y al mundo esta medida.
El 3 de abril pasado la OEA, cuyo secretario general es el uruguayo Luis Almagro, había emitido una resolución donde señalaba la existencia de una "grave alteración inconstitucional del orden democrático" en ese país, lo cual es cierto.
Lo único es que la entidad, en lugar de apuntar hacia los verdaderos responsables de esta situación, la mal llamada oposición y los grupos extremistas de derecha encabezados o financiados por políticos sin un átomo de patriotismo, cometió el desliz grave de responsabilizar al gobierno de la Revolución Bolivariana.
Es decir que para ese grupo que dirige Almagro, las víctimas se convierten en culpables, mientras que a los responsables de asesinatos, agresiones, ataques vandálicos contra la propiedad pública y privada, poco falta para declararlos como héroes de la democracia, según la conciben la OEA y su principal patrocinador, Estados Unidos.
En realidad ya son muchos quienes se preguntan ¿para qué sirve permanecer en esa estructura que a lo largo de su vida ha dado muestras de un absoluto menosprecio hacia la libertar y la independencia de nuestros pueblos? Recordamos ahora una anécdota recogida en el libro “Por qué lucha Guatemala”, del intelectual y revolucionario Manuel Galich, quien ocupó responsabilidades durante la llamada la “primavera de la libertad”, de 1944 a 1954 en esa nación centroamericana.
Cuenta Galich que desde su nacimiento, en 1948, la OEA tuvo garras de depredador. Una de las primeras tareas que acometió ese organismo fue atender una queja del dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo, sobre que en el continente había gobiernos que lo “trataban mal”. El pobrecito Trujillo mencionó entre ellos al del guatemalteco Juan José Arévalo. Ni lenta ni perezosa, la OEA nombró una comisión para investigar la hostilidad contra Trujillo, un hombre de confianza de Estados Unidos, a pesar, o quizás por los crímenes cometidos contra su pueblo y su vecino Haití.
Lo curioso, narra Galich, es que los enviados de la OEA cuando llegaron a Guatemala la primera pregunta que hacían era: ¿Hay en este gobierno comunistas?, o ¿Sabe usted si fulano de tal es comunista? A quién le importaba si había comunistas en la Revolución guatemalteca? ¿A Trujillo?, ciertamente no, pero al gobierno de Estados Unidos, por supuesto que sí.
Desde sus primeros pasos la entidad estuvo al servicio de Estados Unidos, una potencia imperial hegemónica, expansionista e injerencista, así que ¿quién y para qué necesita de la OEA?