Por: Guillermo Alvarado
El cruce de ríspidos mensajes entre la canciller federal alemana, Ángela Merkel, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se incrementó en las últimas horas lo cual significa que las borrascosas cumbres de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, y del Grupo de los Siete, el G-7, aún están causando efecto entre dos países tradicionalmente aliados y buenos socios en muchos aspectos.
La señora Merkel llegó a insinuar que Washington ya no es un aliado de total confianza y pidió a la Unión Europea que tome su destino en sus propias manos, mientras que el presidente Trump acusó a las prácticas comerciales alemanas de “malas, muy malas” y en un último mensaje enviado por twitter dijo que el superávit comercial de la nación europea es dañino y debe terminar.
Si las posiciones sobre el libre intercambio comercial de Alemania, contra el proteccionismo proclamado por la Casa Blanca, le quitan el sueño al presidente norteamericano, entonces pasará muy malas noches en estos días.
Angela Merkel, recibió el martes al primer ministro indio, Narendra Modi, este miércoles a su homólogo chino, Li Keqiang y el jueves participará en la cumbre China-Unión Europea en Bruselas.
A nadie escapa la extraordinaria importancia que las economías de India y China tienen en estos momentos, cuando las grietas con el tradicional socio del otro lado del Atlántico empujan al bloque continental europeo a explorar otros mercados, con gran capacidad de consumo y de inversiones.
Pero, ojo, no estamos ante una ruptura. La canciller federal ha reiterado, de voz propia o por medio de su vocero, Steffen Seibert, el valor que le da a las relaciones trasatlánticas, y aseguró que sólo está marcando “las diferencias” con Estados Unidos.
En suma se trata de una vieja discusión en el seno del capitalismo de dos corrientes que persiguen el mismo fin, obtener enormes riquezas, por vías diferentes, es decir la antigua controversia entre el proteccionismo y el liberalismo que busca el llamado libre mercado.
Donald Trump resucitó el proteccionismo desde su campaña bajo el lema “América primero”, pensando, claro está, en los Estados Unidos del Norte de América, su país, que es algo bien diferente que todo el continente.
Se dispone entonces a aplicar las herramientas de esta corriente, como elevadas tarifas aduanales, impuestos altos a las importaciones y otro tipo de medidas para evitar al máximo el ingreso de mercancías extranjeras, con el propósito de estimular la producción nacional y combatir las elevadas tasas de desempleo.
Esto ofende a sus socios, que buscan más libertad de mercado pero que, véase bien, tampoco renuncian a aplicar medidas proteccionistas cuando la ocasión lo requiere. No hay nada más proteccionista, por ejemplo, que la Política Agrícola Común de la Unión Europea, o las barreras arancelarias o no arancelarias que mantienen a muchos productos manufacturados en China o India.
Ninguna de estas corrientes es pura, no se excluyen mutuamente, no son polos opuestos. El capitalismo ha aprendido a convivir con las dos y las aplica según se avengan al momento. No nos hagamos falsas esperanzas. La sangre, no llegará al río.