Por: Guillermo Alvarado
Desde que llegó al poder en enero pasado el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se ha distinguido por el carácter contradictorio, y en ocasiones errático, de sus declaraciones en materia de política internacional, así como una obsesión frenética por cumplir sus deseos con la imposición de sanciones a países cuyos gobiernos no resultan de su agrado o conveniencia.
A tal punto ha llegado la situación que el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, calificó esta manía como una “esquizofrenia política”, que está enrareciendo el ambiente y dificulta cualquier intento por tener relaciones normales.
En este sentido, con Cuba puso un freno al proceso de acercamiento iniciado por la administración anterior y afirmó que va a recrudecer el bloqueo económico comercial y financiero, una política propia de los años más feroces de la guerra fría.
Respecto a México, a pesar de la posición sumisa del gobierno de Enrique Peña Nieto, Washington mantiene el proyecto de crear un vergonzoso muro a lo largo de toda la frontera común, un claro mensaje de segregación y racismo, y quiere encima de eso hacer que el país latinoamericano pague el precio de tal disparate.
Contra Nicaragua aplicó la llamada Nica-Act, que busca limitar el acceso de la nación a créditos de organismos multilaterales, es decir el Banco Mundial, el de Desarrollo Interamericano y el Fondo Monetario Internacional, a menos que el ejecutivo sandinista gobierne como le gustaría a Trump, y no como le conviene a ese hermano pueblo.
Hace unos días impuso castigos contra personalidades venezolanas para intentar disuadir al gobierno revolucionario de realizar las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente, y después anunció represalias por haber llevado a la práctica este acto de soberanía e independencia.
La vispera la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro anunció que el presidente Nicolás Maduro fue incluido en una lista de personas sancionadas, lo cual implica congelar cualquier eventual bien que pudiera tener en ese país y prohibir todo tipo de negocios con él.
Ya son conocidas las medidas tomadas contra Irán y Siria y un álgido capítulo de este culebrón se comenzó a escribir el viernes anterior cuando el Congreso de Estados Unidos aprobó otro paquete de sanciones económicas contra Rusia, esta vez con el argumento de la supuesta injerencia de Moscú en los comicios presidenciales de Estados Unidos del año pasado, justamente los que llevaron a Trump al Despacho Oval.
El presidente Vladimir Putin respondió con energía y moderación. Energía, decimos, porque ordenó la reducción a un tercio del personal de la embajada y el consulado de Estados Unidos en Moscú, que de más de mil 200, debe quedar en 455.
Hay moderación también, porque es Washington quien decidirá quiénes son los 755 funcionarios, entre diplomáticos y empleados locales, que se van a casa, es decir que no habrá una expulsión masiva e indiscriminada.
Habrá que ver si Donald Trump comprende al fin que no puede violar el derecho internacional cada vez que se le antoja o se molesta. Ya convirtió al mundo en un lugar más difícil, no sea que en algún momento se le ocurra volverlo inhabitable. FIN